El actual curso histórico de Venezuela puede interpretarse desde diversas perspectivas. De un lado, la revolución podría ser vista como el punto culminante del populismo sustentado en el petróleo. Es evidente que ciertas hondas y torcidas tendencias de la historia venezolana estos pasados ochenta años, que han transformado al país en lo que Rómulo Betancourt denominó “una factoría petrolera”, no han hecho sino profundizarse bajo el socialismo del siglo XXI.
De otro lado, el proceso presente puede verse como un rumbo de ruina nacional, debido a su impacto en la conversión de millones de venezolanos adicionales en dependientes menesterosos del Estado petrolero.
Otro ángulo interpretativo, que no excluye el resto pero les añade interrogantes, enfocaría el camino que ahora sigue el país bajo la lupa del aprendizaje político. Siguiendo a Karl Deutsch, tal aprendizaje puede ser creativo o patológico. En el primer caso, una sociedad sometida a severos desafíos cambia las prácticas que la llevaron al fracaso y modifica su ruta en dirección positiva. Ejemplos de ello serían Alemania y Japón luego de la Segunda Guerra Mundial y China después de las reformas capitalistas. El aprendizaje patológico, al contrario, conduce a la radicalización de los errores que en primer término empujaron al fracaso, agravándolos en lugar de enmendarlos. El despotismo ruso lo ilustra con claridad.
La Venezuela revolucionaria constituye, me parece, un ejemplo de aprendizaje patológico, pues en vez de significar un cambio en la línea esencial de evolución económica del país, se muestra más bien como un movimiento suicida hacia la profundización de nuestra dependencia del petróleo, cuyo peso, sumado al delirio marxista, asfixia las demás actividades productivas, radicalizando la ya aguda vulnerabilidad de una sociedad que importa de otros sitios todo lo que consume.
Sin embargo, hay que admitir que la prédica persistente del Presidente de la República a favor de su sueño socialista ha tenido resultados. Como señala el politólogo John Magdaleno, Hugo Chávez “ha movido el centro político venezolano hacia la izquierda”. A pesar de la ruina que suscita el socialismo del siglo XXI, la oposición democrática no sólo se ha mostrado incapaz de combatirlo en el plano de las ideas, sino que pretende competir en igual terreno, tarea tan estéril como dañina.
Ante la ofensiva ideológica de la revolución no pocos dirigentes de oposición se proclaman “de izquierda”, de “izquierda moderada” o “socialistas democráticos”. No contentos con ello algunos sostienen que son “los verdaderos socialistas”, sin percatarse de que no solamente le hacen así parte del trabajo a Hugo Chávez, sino que de paso ponen de manifiesto la victoria del caudillo en el plano de las ideas.
Lo único positivo que podría surgir del delirio marxista en Venezuela sería una crucial derrota de la mentalidad socialista, con base en el patente fracaso de la revolución. No obstante la oposición venezolana, atemorizada por la arremetida de Chávez y paralizada por la cultura de izquierda, apenas atina a competir en el nivel de la demagogia asistencialista, no se atreve a proponer un mensaje distinto y se aferra a los sueños petroleros de siempre. Quieren socialismo pero del “bueno”, del “puro”, de ese que no existe en parte alguna pero que sobrevive como quimera en la mentalidad de idealistas extraviados.
De allí que lo que podría traducirse en proceso de aprendizaje creativo se esté convirtiendo, más bien, en otra etapa de aprendizaje patológico para los venezolanos
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