Los acontecimientos políticos en el mundo árabe, inesperados como la caída del Muro de Berlín, han generado reacciones matizadas o contrastantes entre los ciudadanos de aquí y de allá, entre los distintos gobiernos del mundo, y, por supuesto, entre los analistas y especialistas de los asuntos internacionales.
EL MUNDO ARABE |
El que caigan unos gobernantes autoritarios atornillados por muchos años al poder a punta de represión y de ahogo de las libertades, obviamente, es razón suficiente para el júbilo. A cualquier demócrata y/o libertario, estas revueltas civiles les tienen que resultar, a primera vista, positivas y motivo de regocijo. ¿A quien no?
No obstante, algo que vemos, digámoslo así, desde el plano de los principios y también del compromiso, cuando aterrizamos en el duro y complejo mundo de las realidades, se echan sobre nosotros los peros, las advertencias, las dudas; en suma, las consideraciones de otra naturaleza que nos ayudan a ver un poco más allá de las primeras impresiones, y porqué no, de las emociones que nos pueden producir pueblos luchando por liberarse de tiranos.
Frente a los hechos que están teniendo lugar en Túnez, Egipto y otros países del Medio Oriente, uno no puede sustraerse de la circunstancia de que se están dando, precisamente, en el Medio Oriente, una región muy inestable del planeta.
Ésta, como se sabe, desde el punto de vista de la geopolítica y la economía mundial, tiene una significación que la trasciende.
Lo que allí ocurra puede repercutir de forma determinante en el resto del mundo, más temprano o más tarde. No hace falta recordar aquí lo que representa relativamente en términos de la energía que produce y exporta.
Por otro lado, en esa región, desde el ángulo de la geoestrategia o geoeconomía, se ubican rutas importantes de comercio y de control del petróleo (Canal de Suez, Estrecho de Ormuz, Delta del Nilo, Golfo de Aden, Kuwait, Irak, Palestina).
No podemos olvidar tampoco que en esa región se encuentra un país como Irán, cuya influencia política, militar y económica es también religiosa.
Israel es el otro dato no menos importante en este entorno. Es un país que contrasta con el resto. Es el único moderno y con instituciones democráticas arraigadas. Su identificación con el mundo llamado occidental es clara. Sin embargo, está rodeado de países cuyos gobiernos y poblaciones, en su mayoría, son sus enemigos.
Israel es protagonista de unos de los conflictos más sensibles y no resueltos, el de Palestina, con el cual han tenido que ver casi todas las potencias mundiales, en especial, EEUU.
De modo pues que no podemos permanecer indiferentes con lo que ocurra en esa región.
En los días que corren uno de esos países está viviendo situaciones dramáticas. Es el más importante por su importancia geopolítica: Egipto.
Éste no es comparable a Túnez, Jordania o Yemen. El resultado de la crisis egipcia tendrá consecuencias no sólo en el Medio Oriente, sino también en el mundo. Egipto ha contrarrestado a un Irán que persigue hegemonizar en la región. Este país ha llevado buenas relaciones con las potencias occidentales. EEUU le ha dado durante más de 30 años una ayuda que está alrededor de 2000 millones de dólares anuales.
Egipto es entonces un factor de equilibrio en la zona. Así ha ido y así debería seguir siéndolo.
Egipto ha logrado un modus vivendi pacífico con Israel.
El gobierno egipcio, por otro lado, ha combatido el fundamentalismo islamista. Ha puesto a raya, ilegalizándola, a la llamada Hermandad Musulmana.
Sin embargo, el gobierno de Hosni Mubarak, por 30 años en el poder, no ha comprendido la necesidad de las transformaciones democráticas, de modernidad económica y de justicia para su país.
Definitivamente, ha llegado el momento de que se vaya. Debe abrirse un proceso de transición a la brevedad, que enrumbe al país por caminos de libertad y bienestar. De inmediato, deben ser incorporados al gobierno representantes de las fuerzas políticas de oposición. Pero, igualmente, debe impedirse también que tomen cuerpo de manera decisiva en el gobierno de transición, tendencias religiosas oscurantistas y demenciales.
Ese peligro está allí, latente. No hay que olvidar la experiencia de la caída del Sha de Irán. Hay que evitar, por tanto, que el caos social se apodere de Egipto. La normalidad de la vida cotidiana debe regresar, y el nuevo gobierno está en la obligación de garantizarla a toda costa.
Hace unos atrás, el historiador Niall Fergusson, en un ejercicio de imaginación futurológica, colocaba el lugar de inicio de una posible III Guerra Mundial en el Medio Oriente, y a un Irán con el arma nuclear como el desencadenador.
Esta guerra se habría producido, según él, porque las potencias habrían tenido mano blanda frente a Irán, al no impedirle obtener un misil nuclear que apuntaba a Israel.
Ojalá los barruntos del historiador de Harvard nunca se cumplan. Por el bien de todo el planeta. Que el derrumbe del Muro de Miedo levantado en muchos países del Medio Oriente, sea para bien, y que el remedio no peor que la enfermedad.
Emilio Nouel V.
emilio.nouel@gmail.com
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