martes, 15 de febrero de 2011

EL MAL. AMÉRICO MARTÍN

"La sociedad se muestra inclinada a aceptar una persona por lo que pretende ser, de modo que un chiflado que se haga pasar por genio tiene ciertas probabilidades de ser creído". Hannah Arendt
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            Mi respetado amigo Antonio Pascuali trae con pertinencia el tema de la banalidad del mal. A lo que me permitiría agregar el de la jactancia del que lo comete. Escuchando a los ministros interpelados combinar la mentira con el solaz por las peores aberraciones de los últimos doce años, se percibe la conexión de la banalidad, que termina en resignación, y la jactancia, que fascina a los fanáticos, aun cuando también ellos sean perseguidos. Inmunes a la razón, son la última trinchera.

            ¿Por qué el endiosado líder, no obstante su retroceso popular, conserva enclaves de derretidos seguidores, con fe curiosamente redoblada por los fracasos?

            En parte por la fascinación del miedo. Los nazis y los bolcheviques diseñaron una mitología donde la exaltación del malera nodular. Borraron la memoria e institucionalizaron la falacia. Sabían que el mal ejerce una morbosa atracción

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La mentira institucionalizada es clave. El anunciado “retroceso de la inseguridad” por un ministro deseoso de recorrer barrios, revela que se cree autorizado a deformar lo que la gente ve y toca. A pesar de las cifras trucadas presentadas en la Asamblea, los más reputados organismos nacionales e internacionales de DDHH colocan a nuestro desdichado país a la cabeza en inseguridad hemisférica. Los paseos anunciados por el ministro, recuerdan la promesa presidencial de bañarse en las purificadas aguas del Guaire.

Cierto, el animal humano (“la bestia humana”, diría mi fraterno Moisés Moleiro) se acostumbra a los ambientes hostiles, pero eso no supone rendición. Cuando ingresé por primera vez a una cárcel política observé que los presos reproducían sus hábitos externos. Jugaban dominó, se reían, le cantaban el Himno a los reacios a bañarse. Perán Erminy humanizó una esquina del presidio con hermosas litografías. El viejo Peñaloza con sus chascarrillos. De calabozo a calabozo, los más jóvenes fundamos una Universidad

            Derrocada la dictadura, escuchamos testimonios de admiración. Aseguraban que jamás podrían acostumbrarse, como nosotros, al tormento. No es verdad, forzados por las circunstancias podrían lograrlo. No es más valentía que  humana adaptabilidad.

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            Nadie entiende las tres medallas de oro: inflación, decrecimiento e inseguridad, que engalanan a un presidente flotando en el oceánico ingreso petrolero. El buen Maduro deslizó que la IV vendió el barril a 7 dólares pero Chávez lo puso en los alrededores de 100. ¿Será tan ignaro para creer lo que está diciendo? Pienso más bien que descubrió la utilidad de mentir pues, como saben hasta las piedras, el precio se disparó por la explosión de la demanda y los constantes focos de tensión. A Arabia Saudita -corazón de la OPEP con sus entre 8 y 11 millones de b/d- la avergonzaría que creyeran mérito suyo el alza de la cotización. Mucho menos Venezuela, cuya producción cayó por obra de éste y no de otro gobierno, a algo más de dos millones de b/d, cuando debía estar bombeando no menos de cinco.

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            La verdad rebota en la coraza del fanatismo. ¿Cómo explicar que oleadas de trabajadores se unan contra el gobierno “obrero”, en defensa de derechos tradicionales defendidos con ardor por los comunistas antes de la victoria de Chávez? Doble afrenta, los perseguidos no pertenecen a la burocracia sindical; emergen de los conflictos y rechazan con clarividencia el “control obrero”. El plan oficialista repite en lo menos heroico la degradación bolchevique de los soviets de obreros y campesinos. Diez años después de la toma del poder, el 90% de los soviets y el 75% de sus presidentes aún no eran comunistas. Pero en los tres siguientes se impuso el partido, vinieron las purgas y descendieron el silencio y la canalla. De instrumentos  populares, las instituciones comunales pasaron a ser medios oficialistas de dominación.

Los sindicalistas emergentes de Venezuela lo han detectado. Tras el señuelo de los consejos obreros avanza la liquidación de la autonomía sindical. Soto Rojas y otros han vivido el fenómeno, pero ahora están del otro lado. Son flamantes burócratas que arremeten contra quienes alguna vez apoyaron. Sin embargo, por los vientos que soplan en el país y el mundo, se entrevé que fracasarán. La nación  respirará. El mal perderá esta mano.

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