viernes, 14 de enero de 2011

TORMENTA UNIVERSITARIA, AMÉRICO MARTÍN

Leo que en Aporrea elogian a Humberto García Arocha alegando que no era partidario de la autonomía “absoluta”. Insigne tontería. Nadie, ni los ilustres Humberto y su sobrina Cecilia, ni ningún defensor de la Universidad autónoma cree en “absolutos”. La autonomía, defendida durante nueve décadas por las fuerzas hemisféricas de avanzada, protege la libertad de cátedra, la educación libre, sin dogmas, sin ideologías impuestas a la fuerza ni guías alumbrados. Debido a su arraigo latinoamericano sus siniestros enemigos no se atreven a desconocerla abiertamente;  prefieren asesinarla mientras invocan a fallecidos que hoy los combatirían a ellos con la fuerza de su talento. Ya decía Sartre que los grandes muertos son alimento de los vivos.

  Alega el oscurantismo que las luchas universitarias son elitistas, pero del pueblo llano vienen en mayoría los estudiantes, para quienes están desquiciados los que oponen “emancipación social” a libertades fundamentales.

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     En el poder se asombran de tanta tenacidad universitaria, tanto coraje físico e intelectual   como los que se levantaron contra la deplorable Ley de Educación Superior. Olvidan la limpia historia de nueve décadas de reforma universitaria que unió a vastos sectores populares con los pensadores más avanzados y contra el lavado de cerebros y las dictaduras militares.  La autonomía tiene un anclaje profundo  en América. Emanó de la reforma universitaria de Córdoba en 1918, y se enfrentó a la vieja educación del magister dixit, las visiones totalitarias y las élites reaccionarias que monopolizaban el poder y la enseñanza. Rebasó las fronteras de la academia convertida en eje de la democracia y la integración latinoamericana. Fue vanguardia de la emancipación nacional de los latinoamericanos. Combatió la autocracia, la ideología única, la concentración del poder en el puño de falsos redentores. El movimiento se propagó por el subhemisferio, grandes líderes salieron de él. Haya de la Torre, fundador del APRA peruano y Julio Antonio Mella, fundador del partido comunista cubano, Gabriel del Mazo, Alfredo Palacios y José Ingenieros estuvieron entre sus ductores. Haya y Mella fueron presidentes de la FEU. El primero, alma del Congreso estudiantil de Cusco en 1920 y el segundo, del Congreso estudiantil de La Habana en 1923.  Venezuela, al margen, durmiendo el tenebroso sueño del gomecismo.\

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Haya y Mella fueron  amigos y pronto enemigos, no  por Haya, quien siempre le guardó consideración, sino por Mella, arrastrado al dogmatismo belicoso de la Internacional Comunista. Contra sus propias credenciales pluralistas, lanzó un libro descalificador: ¿Qué es el APRA?.  Haya respondió con la mejor de sus obras El Antimperialismo y el APRA. La de Haya perduró y la de Mella no volvió a mencionarse. Pero más allá de eso, Mella fue un líder histórico de la juventud latinoamericana y Haya también. Entendieron la reforma universitaria como  expresión del país y por eso el cubano fundó las Universidades Populares José Martí y el peruano las Universidades Obreras Manuel González Prada. Suficiente para comprender que lejos de confinarse en su recinto, la juventud sale al encuentro del pueblo

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Con una sensibilidad incomprensible para quienes en Venezuela buscan doblegar la educación y engancharla al gobierno, los universitarios supieron que la democratización interior no debía destruir la calidad de la enseñanza. Si los centros de la mejor ciencia y consciencia (Maíz Vallenilla) no combinaran la excelencia con la participación ciudadana  y no impidieran que el Poder destruyera la libertad de cátedra y la autonomía, le causarían un grave daño al país. Sin convivencia de todas las corrientes del pensamiento no tendríamos hombres y mujeres libres, en capacidad de decidir por ellos mismos la opción que quieran profesar.

Causa estupor que de un plumazo el régimen borre  ese histórico legado. La Ley de Educación Superior es aberrante por mil razones, pero resaltan la suplantación del Consejo Universitario por el Ministro de Educación y el imposible acceso franco a las aulas. La oreja se les ve cuando no armonizan su “todos son iguales” con la inmisericorde asfixia  presupuestaria. Los protagonistas directos del proceso enseñanza-aprendizaje son el que la imparte y el que la recibe. No se trata de una afrenta a los trabajadores, simpleza comprensible en quien se ufana de su formación cuartelera, pero ya no en antiguos paladines universitarios que hoy gruñen revueltos en la jauría.
Perderán y no convencerán.

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