Las graves explosiones económicas que abatieron al mundo los últimos dos años, lejos de lo afirmado por los born again keynesianos, es el resultado de mercados manoseados y manipulados durante décadas por gobiernos que luego se lavan las manos y, ahora con su mágica bandera democrática, ya sin postrarse ante al altar de Marx han creado una cruz aun más pesada para la libertad; el nuevo estatismo.
El estatismo ahora se bate con otra ideología para conquistar de las mentes de los seres humanos del tercer milenio: La del hombre libre y con arrojo para buscar su bienestar y el de su familia, sin que alguien se lo ofrezca en charola de plata a cambio de su libertad y su dignidad.
Una posición inicia y termina con el Estado. El intervencionismo donde el gobierno regula y controla las relaciones de la sociedad coartando su libertad, su iniciativa, su creatividad. La otra posición inicia y termina con el individuo. Es la sociedad civil auto organizada en asociaciones voluntarias y de libre intercambio. El estatismo promete la felicidad a cambio de la libertad y, sobre todo, de la dignidad. La sociedad civil en la libertad garantiza eso, su libertad. La felicidad es responsabilidad de cada individuo.
Se habla mucho de los diferentes actores en este drama, sin embargo hay uno ante el cual todos callan sin entender su enorme y nefasta responsabilidad; el negociante ligado y postrado al gobierno por medio de un cordón umbilical más fuerte que las cadenas. Pero ¿por qué el empresario decide ceder su capital más importante—su libertad?
En México ese pacto diabólico entre el estado y sus empresarios ha existido como una de las formas de repartir el botín. El empresario estatista no pregunta por qué el gobierno tiene todas las cartas; él solo acepta la mano que le dan seguro que las recibidas están marcadas. Ese neo empresario danza al son del gobierno sin importarle la distorsión que causa en los mercados, solo le interesa la parte de su botín.
El empresario estatista al unir fuerzas con el gobierno, en lugar de luchar contra su inmoral intervención, se convierte en parte medular del problema. Ese empresario dócil y pegado a la ubre gubernamental, es la causa del gran desprestigio que el capitalismo y los mercados han sufrido. Es el mago de las antesalas en los salones palaciegos y no entiende la diferencia entre ganar dinero y crear valor.
Son alérgicos a la incertidumbre de los mercados, al riesgo natural de los negocios. Ellos buscan que el gobierno les garantice resultados sin riesgo, triunfar sin la posibilidad de fracasar. Aunque la competencia es la base del buen funcionamiento de una economía productiva, para ellos es su enemiga, buscan concesiones exclusivas. Son conservadores pues no le interesa el cambio, quieren que el status quo permanezca manteniendo sus privilegios.
En México el zenit de esta relación se presentó cuando, en los años 90, el presidente Salinas se reunió con 30 “empresarios” solicitando un apoyo para el partido de $15 millones de dólares per cápita. Después que todos aceptaran la propuesta, uno de ellos tuvo un arranque de generosidad afirmando que, como le había ido muy bien en ese sexenio, doblaba su aportación a $30. Obviamente después de la entrega de cheques siguieron las concesiones, subsidios, contratos, precios de garantía, exclusividades, distorsionando la función natural de los mercados; “generar mejores productos a los mejores precios”.
En nuestro país las fronteras permanecieron cerradas no solo para los productos extranjeros, también para las ideas diferentes a las que se han usado para petrificarnos el cerebro. El espíritu de conquista que caracterizó a los hombres del campo para dominar desiertos, ha sido aniquilado a través de las trampas que los gobiernos revolucionarios les tendieron con los precios de garantía, los subsidios, el pro campo, la reforma agraria, para lograr un sector totalmente dependiente de las decisiones del supremo gobierno.
Hemos atestiguado como el sector empresarial se hizo llorón, miope y conformista debido al proteccionismo, la substitución de importaciones, Bancomex, Fonatur, Fira etc. Los sindicatos, con la aceptación tácita de nuestros “empresarios”, engordaron con la junta de conciliación y arbitraje, la ley federal del trabajo, salarios mínimos, don Fidel, fabricando un sector obrero ineficiente e irresponsable pero con líderes millonarios.
Hemos sido testigos de las relaciones amafiadas de neo empresarios con el gobierno para explotar al pueblo a base de monopolios ahora privados como TELMEX. En México se dejó de admirar la visión, el arrojo y humanismo de un Eugenio Garza Sada o un Maquio Clouthier, para admirar la capacidad de maniobra de un Carlos Slim, las finanzas atómicas de Cabal Peniche, las conexiones de Azcárraga o Salinas Pliego.
Hablan de combatir la pobreza y son ellos pieza especial del esquema burocrático que la fomenta, la produce y la eterniza. No mantienen departamentos de Investigación y desarrollo, pero sí de Negocios Oficiales.
Von Mises afirmaba que las recesiones son buenas porque sacuden al árbol de las economías. Sirven para que los malos proyectos desaparezcan y los frutos malos caigan del árbol. Sin embargo, en una relación simbiótica como la que tienen los empresarios estatistas con el gobierno, eso no sucede, el estado de inmediato entra el rescate de los proyectos que se estructuraron sobre cimientos arenosos, asumiendo la responsabilidad de sus errores y pagar por los mismos con endosos al pueblo.
Domingo Cavallo, ex secretario de Economía de Argentina, afirmaba: “El único papel del gobierno en la economía debe ser el de garantizar la integridad de las transacciones del mercado.”
Sin embargo, desde el triunfo revolucionario los gobiernos iniciaron el asalto en todos los ámbitos de la sociedad a la que deben servir. La constitución que nos ha regido por cien años claramente lo dice; “el estado debe ser el rector de la economía.” Esa rectoría le ha dado la autoridad y la forma de establecer sus pactos diabólicos con esos empresarios que solo han venido a distorsionar de una forma aberrante la función de una verdadera economía de mercado.
El sector empresarial en la construcción y desarrollo de una economía es neurálgico. Recordemos que economía es oferta y demanda. La oferta de bienes y servicios la tiene que proporcionar el sector empresarial, no es el gobierno porque luego entregan abortos como Pemex.
Robert Mundell, premio Nobel de economía, ha construido su reputación con sus teorías para activar saludablemente esa oferta. El punto de partida de sus ideas es una sociedad civil con espíritu empresarial independiente. Es hora de que los mexicanos desmantelemos ese esquema en el cual una pequeña parte de la pirámide social funciona bajo ese “capitalismo de estado” disponiendo de las ganancias, mientras que la inmensa mayoría vive el socialismo de los pobres pagando por las pérdidas.
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Ricardo Valenzuela
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