jueves, 30 de diciembre de 2010

CASTROCAPITALISMO. MANUEL MOLARES DO VAL. CRÓNICAS BÁRBARAS

Se acabó el pleno empleo del que presumía la propaganda cubana, conseguido porque cinco personas recibían sumada la mitad del salario de una, y todos juntos trabajaban por medio obrero.

Más o menos así era el comunismo allá donde se impuso. Comían malamente de la olla grande, como decían en China, y al final, sólo los matones del Partido se saciaban.

Raúl Castro anunció que despedirá al diez por ciento de los trabajadores estatales, el 85 por ciento de los cubanos, y les ha dicho que se busquen la vida.

A la vez, le ha prometido al capitalismo internacional que si invierte allí obtendrá cuantiosos beneficios.

Medio siglo de socialismo-comunismo impuesto por los Castro para volver al sistema que derrumbaron en 1959.

Luego, crearon un país más pobre y menos libre que el de Batista.

Los Castro quieren imitar ahora a los comunistas chinos: lograr una economía capitalista bajo la bota brutal y dictatorial del Partido Comunista.

Pero aspiran a más: como ahora, quieren cobrarle a los empresarios un salario normal por cada trabajador, y entregarle a este la décima parte.

Puro esclavismo, por lo que sería un crimen contra los cubanos invertir allí ahora.

El castrismo está hundiéndose. Lo ratifican incluso los documentos estadounidenses de WikiLeaks, que afirman que tiene dos años de vida.

Todos los que creyeron en el comunismo, en el socialismo, incluso en la socialdemocracia, están comprobando que todo confluye hacia el capitalismo, que del pasado quedan algunas dictaduras y que los estados del bienestar están tambaleándose.

Los sueños y esperanzas en las sociedades comunistas, incluso socialdemócratas –las fascistas también hablaban de justicia social—, se han entregado al capitalismo.

Llegados aquí, habrá que pensar si no conviene que gobiernen los capitalistas de verdad: quizás lo harán mejor.

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UN CUENTO DE HADAS SOBRE CUBA. MARY ANASTASIA O'GRADY

En sus memorias que cubren cuatro años en Cuba como corresponsal de Televisión Española (TVE), Vicente Botín escribe sobre una mujer de La Habana que estaba frustrada por la escasez de médicos en el país. Colgó una sábana en el balcón con las palabras "comércienme a Venezuela". Cuando llegó la policía les dijo: "Miren, compañeros, soy tan revolucionaria como todos, pero si uno quiere ver un médico cubano, tiene que ir a Venezuela".

Esta historia no estaba incluida en el programa de tres partes de Ray Suárez sobre el sistema de salud cubano emitido en el programa "NewsHour" de la cadena estadounidense PBS. Ni tampoco la historia del cubano al que la citación para su operación de glaucoma le llegó en 2005, tres años después de haber muerto y cinco años después de haberla pedido. Ni hubo ninguna cobertura de la ciudad sobre la que escribe Botín, cerca de la ciudad de Holguín, que en 2006 tenía un médico que atendía a cinco clínicas que trataban a 600 familias. De hecho, era difícil reconocer el país que Suárez afirmaba estar describiendo.

La serie fue grabada en Cuba con "cooperación" del gobierno así que no es sorprendente que apoyara mucho la línea del partido. De todos modos, había algo perturbador en la forma en que Suárez permitió ser usado por el estado policial, recitando sus dudosas afirmaciones como si estuviera narrando grandes avances en la ciencia médica.

La dictadura miliar de Castro cumple 52 años en el poder la próxima semana. Pero la "revolución" esta muerta. Una nueva generación de enojados jóvenes cubanos ahora se expresa ahora en blogs de Internet y a través de la música, y se burlan del viejo y de su despiadado hermano menor. El 29 de noviembre, en la ciudad de Santa Clara, cientos de estudiantes lanzaron una protesta espontánea cuando les negaron el acceso a un partido de fútbol televisado que habían pagado para ver. Lo que comenzó como una demanda de reembolsos pronto se convirtió en gritos de "libertad", "abajo Fidel" y "abajo el socialismo", según informes de prensa.

La disensión se extiende por Cuba como la fiebre de dengue porque la vida cotidiana es tan onerosa. Una de las fuentes mejor documentadas en este tema es la narración de Botín (Los funerales de Castro, 2009), que corre la cortina del "pueblo Potemkin" que los extranjeros ven en las visitas oficiales a Cuba. Detrás de la fachada hay una necesidad desesperada. Alimentos, agua, transporte, acceso a cobertura médica, electricidad, jabón y papel higiénico, todos son difíciles de conseguir. Incluso hay escasez de viviendas, con muchas familias amontonadas en casas para una sola familia. El gobierno intenta mantener la olla tapada a través de la represión. Pero en privado no hay límites para la irrisión de los hermanos Castro.

El informe de Suárez, en cambio, es como una película estatal de propaganda. En un segmento, una mujer estadounidense llamada Gail Reed que vive en Cuba le cuenta que la afirmación del gobierno sobre la longevidad de la gente se debe a un sistema de primera categoría de prevención de enfermedades. Luego él reproduce la línea oficial que señala que la abundancia de médicos de Cuba es el ingrediente clave. Es más, afirma, estos desinteresados "soldados de a pie" revolucionarios atienden en los hogares. "Es medicina preventiva enérgica", explica Suárez. "Las viviendas son investigadas, se controlan la calidad del agua y las tomas de electricidad".

¿Abundancia de médicos?". No en la Cuba en la que vivió Botín. En 2006 el gobierno afirmó que había 65.000 médicos pero ésta, sostiene el autor, era "una cifra que muchos profesionales consideraban inflada". Cuando los cubanos se quejaron de que no podían obtener atención médica, señala que el estado aumentó la cifra "mágicamente" a 71.000 médicos cinco meses después. Considerando el hábito de Fidel de inventar cosas, es difícil saber cuántos médicos competentes ha entrenado el gobierno. Pero no se puede disputar el hecho de que miles de médicos han sido enviados al extranjero en grandes números para ganar dinero para el régimen. Tampoco se puede dudar de que los cubanos pagan el precio en su país.

En cuanto a que los médicos controlan la calidad del agua y los enchufes de electricidad, el reportero de PBS podría sorprenderse al saber que la mayoría de los hogares cubanos no tienen agua corriente ni electricidad de manera regular. Esto es verdad incluso en la capital. En 2006, sostiene Botín, un ministro del gobierno admitió que 75,5% de las cañerías de agua de La Habana eran "inusables" y "reconoció que 60% del agua que se bombeaba se perdía antes de llegar a los consumidores". Para "solucionar" el problema, la ciudad comenzó a proveer agua en cada vecindario sólo en ciertos días. El agua de La Habana también está notoriamente contaminada. Los extranjeros toman sólo la embotellada, la cual los cubanos no pueden comprar. En el resto del país la calidad y la cantidad del suministro de agua son incluso menos confiables.

Suárez también informó que, según Reed, Cuba además padece un "embargo de medicamentos". Pero no hay embargo sobre alimentos o medicamentos. El problema es que el gobierno no dispone del dinero para pagar por los medicamentos nuevos que están protegidos por patentes.

Los periodistas que quieren acceso a Cuba saben que deben seguir la línea de Castro. Yo lo entiendo. Suárez debe darse cuenta de que su audiencia estadounidense no.

Mary Anastasia O'Grady: Editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (EE.UU.) el 27 de diciembre de 2010.
http://www.elcato.org/un-cuento-de-hadas-sobre-cuba

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LA DEMOCRACIA SE DEBILITA EN AMÉRICA LATINA. EMILIO J. CÁRDENAS (*) (DESDE ARGENTINA)

En la primera década del siglo XXI el escenario político latinoamericano se caracterizó por una presencia extendida –realmente inédita– de la izquierda política en el poder. Es cierto, hablamos de una izquierda de dos tipos. Uno, moderado y el otro, radical. El primero, más serio, pudo destruir pobreza. El segundo, que es apenas un mal disfraz del marxismo fracasado, se empeña en cambio en mantenerla, porque –en buena medida– de ello depende su propia supervivencia. Éste es el caso de Cuba, en el que un interminable medio siglo de siembra de odios y resentimientos no ha sino profundizado el atraso relativo de su pueblo, que además vive privado de las libertades más esenciales. Venezuela va por idéntico camino, a pesar de los petrodólares.

Más allá de lo económico, esa primera década del siglo en curso ha sido una de retroceso constante para la democracia en la región. Como subproducto inevitable de la demagogia, el populismo tramposo y la retórica. Por esto, una de las mejores y más respetadas mediciones de la salud de la democracia –la que produce y publica anualmente "The Economist"–, a la que nos referiremos más abajo, habla de una "democracia en retirada". Así nos ven desde afuera.

Curiosamente esa "retirada" –en rigor, deterioro– no se percibe con claridad en el interior mismo de las naciones que más la sufren; esto es de aquellas que tienen gobiernos "bolivarianos", eufemismo con el que ahora se disimula –mal– al "marxismo". En parte, porque ya no tienen sino una reducida libertad de prensa. Y la verdad, ante ello, sufre. Pero también porque la manipulación deformante de la democracia ha sido lenta y engañosa y ha estado envuelta en toda suerte de excusas, biombos y disfraces.

Pero lo cierto es que en ese grupo de desafortunados países: (1) los equilibrios y contrapesos entre de los poderes del Estado, mecanismo que hace a la esencia misma de la democracia, han sido destruidos o profundamente socavados; (2) la libertad de prensa, lastimada, si no suprimida; (3) la independencia judicial, extraviada; y (4) los Parlamentos, sumisos, delegan alegre e irresponsablemente sus facultades constitucionales al Ejecutivo de turno, renunciando así a jugar su verdadero rol democrático, esto es aquel que tiene que ver con el debate abierto y respetuoso, lo que no se acepta cuando, en cambio, se predica el discurso único.

Para "The Economist", hoy sólo Uruguay y Costa Rica son "democracias plenas" en la región. Los demás países no. Más allá de los discursos. Son, en cambio, "democracias imperfectas", esto es: patológicas, desfiguradas o lastimadas. Con excepción de un grupo de países que vive una situación peligrosa, que es peor aún, la que no cabe ya disimular. Porque sus miembros ya no viven ni están en democracia. Éste es el grupo que incluye a Bolivia, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Honduras y Haití. Todos estos últimos son, para "The Economist", "regímenes híbridos", es decir que no son democracias sino algo diferente. Cuba, en cambio, está más allá de la democracia; es un régimen autoritario, de lo que no cabe duda alguna. Como Corea del Norte, Irán o Zimbabwe.

Sobre un máximo puntaje de 10 para los países más democráticos, Uruguay obtuvo 8,1. Así se consagra –claramente– como el país más democrático de la región, lo que ya había sido reconocido por otras mediciones similares de instituciones diferentes. Está ubicado en el puesto 21 cuando consideramos a todas las naciones del mundo. Lo que debe reconocerse y ser aplaudido.

Le siguen Chile en la posición 34 del "ranking democrático", Brasil en el puesto 47 y recién detrás aparece la Argentina, hoy ubicada en el lugar 51, lo que no es demasiado sorprendente a la luz de las delegaciones de facultades legislativas al Ejecutivo, la manipulación e intimidación del Poder Judicial, la sumisión del Poder Legislativo, los ataques a la libertad de prensa, la corrupción extendida, los manoseos de los calendarios electorales, el discurso único, machacado con insistencia, las islas de impunidad para los amigos del poder, la inseguridad personal creciente, la falsificación de las cifras y estadísticas oficiales y algunos otros "pecadillos" de similar porte que se han ido acumulando, paso a paso.

Una lástima. No somos lo que alguna vez fuimos. Es obvio. Salimos de la dictadura. Pero no nos aferramos a la democracia. El problema es que extraviar las instituciones de la democracia no es un tema menor. Porque genera desbordes. Y supone peligros. Particularmente cuando algunos extremistas, al advertir la fragilidad de las instituciones de gobierno, deciden actuar y hasta hacer justicia por la propia mano sin que nadie les exija respetar la ley y a las autoridades, lo que no es muy distinto de respetar a sus semejantes.

Alguna vez el extraordinario líder checo Vaclav Havel nos decía: "Nos habíamos acostumbrado todos al sistema totalitario y lo aceptamos como un hecho inalterable, lo que ayudó a perpetuarlo". Hablaba de la época comunista. Lo mismo ocurre con la democracia, la vemos deformada, nos parece normal y no luchamos por rescatarla. Grave. Porque la deformación adquiere perfil de normalidad.

(*) Ex embajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

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