No hay dictadura que no haya sentido aversión por el liberalismo y más aún si el dictador es de formación militar. Benjamin Constant, tan injustamente olvidado, explicó claramente en qué consistía el liberalismo, sus valores y, sobre todo, el peligro que lo acechaba si aceptaba la teoría de Rousseau de la voluntad general como causa, esto es, como autorizada a construir una sociedad desde sus bases.
Esta teoría produjo a Robespierre y al terror, ya que como materialización de la voluntad general y de su soberanía se sintieron con el derecho de destruir todo, como soberana, la voluntad general, no tenía ningún poder por encima de ella que pudiera controlarla.
Constant fue testigo de la época de Napoleón. Constató lo que podía ocurrir cuando un país es posesionado por el espíritu militar. Ese espíritu, “ilustrado sin duda por hazañas inmortales, pero alimentado bajo las tiendas, e ignorantes de la vida civil, interrogan a los inculpados a los que eran incapaces de comprender, condenaban sin apelación a ciudadanos a los que no tenían el derecho de juzgar”.
El espíritu de los guerreros cuando se apodera de la sociedad le plantea a Constant graves interrogantes: “¿…depondrán con el hierro que les cubre el espíritu, el hábito de los peligros que les ha penetrado desde la infancia?
¿Se revestirán, con la toga, con la veneración por las leyes, las consideraciones para las formas protectoras, esas divinidades de las asociaciones humanas? La clase desarmada les parece de un vulgar innoble; las leyes, sutilezas inútiles; las formas, lentitudes insoportables.
Estiman, por encima de todo, en las transacciones como en los hechos guerreros, la rapidez de las evoluciones. La unanimidad les parece necesaria, tanto en las opiniones, como en el uniforme de las tropas.
La oposición les parece un desorden, el razonamiento una rebelión, los tribunales consejos de guerra; los jueces, soldados que tienen su consigna; los acusados, enemigos; los juicios, batallas”.
Excúsenos, lector, esa larga cita, pero ella contiene lo que caracteriza al espíritu militar cuando penetra la sociedad civil. Los valores civiles no cuentan y tienen que ser reemplazados por lo que es propio de los militares.
Excúsenos, lector, esa larga cita, pero ella contiene lo que caracteriza al espíritu militar cuando penetra la sociedad civil. Los valores civiles no cuentan y tienen que ser reemplazados por lo que es propio de los militares.
Por eso vemos aquí que no hay héroes civiles. Por eso tratan de formar “al coraje sin luces y la sumisión sin inteligencia”. Como los civiles no pueden ser todos militares entonces se inventa la manera de que se sometan a los “valores militares” (uniformes rojos, cuerpos paramilitares, etc.).
Furet sostuvo que los valores de los comunistas procedían del fondo de las ideas democráticas y Merleau Ponty que sus valores son los “mismos” que los nuestros.
A esto C. Lefort enumera cuáles son los valores que los han distinguido: amor por la disciplina de acción y por la disciplina de pensar, amor por la autoridad que culmina en el culto del dirigente supremo; amor por el orden; amor por la uniformidad, que satisfacen ya ante el espectador de la unanimidad.
Estos son los rasgos que constituyen al hombre nuevo, el cual está dotado de la capacidad de no dejarse afectar y, por consiguiente, sorprender por lo que ocurre.
No son, pues, ilusiones lo que los caracteriza. Entregan el pensamiento y así el saber se separa del ejercicio del conocimiento y del juicio. Y en su sensibilidad se desvanece toda compasión en el momento en que las víctimas de la opresión, o de la tortura, no pertenecen al buen campo.
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