* EL LEGADO LIBERAL DE SÁNCHEZ CARRIÓN. EUGENIO D´MEDINA LORA (PERU)
*ALGERNON SIDNEY: EL PADRE FUNDADOR OLVIDADO. CHRIS BAKER (EEUU)
"Si solo tienes un martillo tiendes a ver todo problema como un clavo". Abraham Maslow
Esfuérzate, anímate y trabaja. Solo faltan 757 dìas. Artículo 231. Constitución de 1999. El nuevo Presidente tomará posesión el 10/01 del primer año de su período constitucional.- @raulamiel
La figura de José Faustino Sánchez Carrión ha sido asociada al independentismo, al republicanismo e incluso, al indigenismo. Sin embargo, no se ha prestado suficiente atención a su legado como intelectual liberal.
Un examen de su obra, así como de su ejecutoria política, revelan, que el tribuno posee todas las acreditaciones como el fundador del liberalismo peruano. En adición, su liberalismo está encuadrado en la tradición anglosajona, de corte típicamente clásico, en contraposición a la creencia difundida de que su liberalismo sería inspirado en la tradición continental. Todo lo cual, hace del prócer peruano un personaje no solamente influyente de las ideas liberales en el Perú, sino el fundador de una escuela de pensamiento que perdura incluso hasta nuestros días, tanto en el país como en su dimensión continental.
La preocupación central de Sánchez Carrión fue el límite al gobierno, porque entendía que la postración que justificaba la ruptura con España se superaría en la medida en que las decisiones de los actores sociales, políticos y económicos, encontraran menos intervención de la Corona. En el mundo del prócer peruano, la Corona era el Estado. Y el límite al gobierno, que personifica al Estado, no podría concretarse bajo un régimen monárquico, por la propia naturaleza de éste. De ahí que opta por el modelo republicano, pues en el mundo del prócer, lo estatal era al mismo tiempo, y de manera indubitable, la propia España.
Tal inquietud lo llevó, más de treinta años antes que otro referente liberal latinoamericano, el argentino Juan Bautista Alberdi, a desarrollar su visión marcadamente enmarcada en la tradición del liberalismo clásico. Si hubiera que preguntarse cuál es el legado de Sánchez Carrión, tendremos que responder que su concepción de un liberalismo que podía surgir de los Andes o de cualquier región pobre del Perú, aspirante de un orden social que promoviera la libertad, amparada en un tipo de gobierno que se organizara para potenciar las fuerzas del progreso. Tal es su legado.
¿Qué pasaría si hoy, a casi ciento noventa años de la publicación de sus Cartas, apareciera alguien con el mensaje de Sánchez Carrión? No solamente hablando del gobierno limitado, la igualdad ante la ley y la responsabilidad individual, sino yendo más allá, de manera audaz y valiente, a plantear que los sistemas democráticos contemplen la figura de la ciudadanía calificada y las descentralización extrema en la figura del un federalismo sin cortapisas. Pero vayamos aún a todos los extremos: incluso imaginemos que este hipotético personaje manifestara sin ambages su admiración por los Estados Unidos de América, propusiera abiertamente que adoptemos en el Perú la Constitución de dicho país, con las modificaciones pertinentes, con el propósito de orientar el país hacia el progreso económico. Y si para completar el cuadro, fuera un defensor de la pena de muerte. ¿Qué se diría de dicho personaje? Huelga decirlo: las fuerzas antiliberales del país no dudarían un segundo en descargar todas sus baterías discursivas para llamar a ese ficticio personaje desde "neoliberal" y "capitalista-salvaje" hasta "entreguista", "vendepatria", "pro-yanqui" y, cómo no, fascista en todos los tonos y calibres. No obstante lo anterior, este era, en buena síntesis, un comportamiento político consistente con lo que en vida fue el prócer.
Sin embargo, a pesar de sus numerosos estudiosos, la figura del prócer no ha sido suficientemente resaltada. En un país que aún siente a San Martín, e incluso a Bolívar, como sus "héroes" de la Independencia, no ha calado todavía la idea de que fue en el pensamiento de los liberales peruanos del siglo XIX, precedidos por las acciones rebeldes de comerciantes, caudillos e indios que rechazaron la opresión de un Estado omnipotente, en donde germinó verdaderamente la flor de la libertad. Por eso, junto a los numerosos reconocimientos como el Primer Caballero de la Revolución Independentista y de la formación de la República, también se le ha llamado "el prócer olvidado".
En un país acostumbrado a rendir tributo a lo extranjero, debido en parte a lo que el propio prócer llamó "la blandura del carácter del peruano", no es esto tan sorprendente. Lo que ciertamente sí lo es, es que él haya sido olvidado aun por los que deberían ser los depositarios directos de su legado. Efectivamente, aún más difícil de entender es por qué los liberales peruanos han dejado pasar inadvertido el legado de Sánchez Carrión, algo muy distinto, por ejemplo, del caso de los liberales argentinos, que tienen unánimemente a Alberdi como su referente histórico máximo.
Dejando a un lado algunos hechos de la ejecutoria política del prócer que le llevó a postergar, momentáneamente, sus convicciones ideológicas en tiempos en que la realidad exigía pragmatismo; y por cierto, mucho más allá de la evolución posterior de las ideas liberales en el Perú, lo que aparece meridianamente claro de la obra de Sánchez Carrión es su legado a la historia latinoamericana de las ideas. Quedando acaso sólo a la espera de que en la década previa al bicentenario de la República, encuentre el reconocimiento de la historia como el Primer Liberal del Perú, Padre del Liberalismo Peruano y sin ningún tipo de duda, uno de los Próceres del Liberalismo Latinoamericano.
Fuente: http://lamula.pe/2010/11/05/el-legado-liberal-de-sanchez-carrion-por-eugenio-dmedina-lora/
ALGERNON SIDNEY: EL PADRE FUNDADOR OLVIDADO. CHRIS BAKER
Algernon Sidney (también Sydney) era un inglés devenido mártir por su defensa de la forma republicana de gobierno. Fue ejecutado en 1683, falsamente acusado de conspirar para asesinar al Rey Charles II; sus escritos políticos fueron usados como “evidencia” en su contra. Su espíritu intransigente inspiró tanto a la Gloriosa Revolución de 1688 como a la Revolución Estadounidense de 1776.
Nacido en 1622, Sidney fue el segundo hijo del Conde de Leicester y sobrino del poeta Philip Sidney. Fue criado en la propiedad que la familia poseía en Kent. Su padre, diplomático, era dueño de una vasta biblioteca, que incluía obras clásicas sobre religión, filosofía e historia. De adolescente, Sidney viajó junto a su padre a Dinamarca, Francia y Roma. En París conoció al diplomático y teórico político de origen holandés, Hugo Grocio, quien se encontraba allí representando a Suecia ante la corte francesa.
En 1646, Sidney resultó elegido para lo que se conoció como el Parlamento Largo -debido a que sesionó por el término de once años. Los cada vez más fanáticos puritanos ordenaron la ejecución del Rey Charles I en 1649. Siendo un hombre racional, Sidney no apoyó la ejecución -siempre buscó la justicia, nunca la venganza. Cromwell disolvió el Parlamento en 1653, pero Sidney se rehusó abandonar su banca hasta que las tropas del Lord Protector lo removieron de ella por la fuerza. Al ver peligrar su vida, huyó hacia Holanda.
Sidney retornó a su banca en 1659 y fue uno de los tres hombres enviados por Inglaterra para negociar la paz en la guerra desatada entre Dinamarca (que también controlaba a Noruega) y Suecia. Por entonces, los daneses dominaban los territorios ubicados a ambos lados del estrecho pasaje que conecta el Océano Atlántico con el Mar Báltico y cobraban cánones exorbitantes a todos los barcos que deseaban atravesarlo. El tratado por el cual finalizó la guerra, le otorgó a Suecia el control total de su lado de la vía navegable. El Mar Báltico fue abierto a todas las naciones y así ha permanecido hasta hoy, a excepción de las épocas de guerra.
El Parlamento coronó a Charles II, hijo de Charles I, como Rey al año siguiente. Sidney rehusó disculparse por sus tempranas acciones y no regresó a Inglaterra tras su exitosa misión diplomática. Asesinos enviados por el Rey atentarían en dos oportunidades contra su vida. A mediados de 1660, Sidney apeló sin mayor éxito a los líderes franceses y holandeses, con la esperanza de sumarlos a su causa republicana. También se entregó a su primer amor -los libros.
Se le permitió volver a Inglaterra luego del fallecimiento de su padre, ocurrido en 1677, y comenzó a trabajar junto a William Penn en favor de la libertad religiosa, tanto en Inglaterra como en Pennsylvania. Ni si quiera la nueva colonia era lo suficientemente liberal a juicio de Sidney. Consideraba que ésta depositaba demasiado poder en manos del jefe del ejecutivo.
Conoció a otros republicanos (quienes estaban formando el Partido Whig) e hizo un desafortunado intento por incorporarse al Parlamento. En ese entonces, varios republicanos -incluyendo Sidney- recibían dinero del embajador francés. Francia, la mayor potencia europea de la época, esperaba mantener a su archirival debilitado y dividido.
En 1680, se publicó Patriarca de Robert Filmer. Filmer (fallecido en 1653) sostenía que la monarquía absoluta era una forma natural de gobierno, existente desde la creación. Los padres gobernaban las familias, y el derecho a dirigir se transmitía al primogénito. En respuesta a Filmer, Sidney escribió susDiscursos acerca del Gobierno.
Temerosos de una “conspiración papal”, los Whigs creían que Charles, con el apoyo de su hermano católico James, intentaba restablecer una monarquía absoluta. Charles II disolvió el Parlamento en 1681. Impedidos de controlar a la corona mediante mecanismos legales, algunos whigs consideraron la opción del asesinato. El desafiante Sidney fue arrestado el 26 de junio de 1683, por su supuesta participación en el “Complot de la Casa Rye”. Sus acusadores allanaron su hogar y encontraron sus escritos, respecto de los cuales alegó que no intentaba publicarlos. Condenado en un dudoso juicio, Sidney fue decapitado el 7 de diciembre de 1683.
Sidney no se oponía por completo a la monarquía. Consideraba que “Los mejores gobiernos del mundo han estado compuestos de Monarquía, Aristocracia y Democracia.” “Por lo tanto, la diferencia entre los buenos y malos gobiernos no radica en la circunstancia de que unos posean un poder arbitrario y los otros no, dado que todos lo poseen; sino que aquellos que están bien constituidos ejercen este poder en beneficio del pueblo, y establecen reglas que resultan difíciles de ser transgredidas; mientras que los demás fracasan en alguno de estos dos puntos.”
En lo que creía inflexiblemente era en el derecho de rebelión. Veía al gobierno como un contrato entre el pueblo. Escribió: “Dios deja al hombre la elección de una forma de gobierno; y aquellos que constituyan una forma, pueden luego abolirla .... La insurrección general de una nación no puede ser llamada una rebelión .... Las leyes y constituciones deberán ser evaluadas ..... para constituir aquello que sea más conducente al establecimiento de la justicia y la libertad.” Sidney observaba esta necesidad porque “Algunas cosas son desconocidas aún para los más sabios, y aún los mejores hombres no pueden nunca por completo desprenderse de pasiones y afectos .... .“
Para conservar su libertad una sociedad debe de estar integrada por individuos deseosos de cuestionar la autoridad de sus “superiores”. “¿Quién usará un zapato que lo lastima sólo porque el zapatero le ha dicho que está bien confeccionado?....” se preguntaba Sidney. “Al poseer razón, entendimiento o sentido común, deberán usarlos en aquellas cosas que conciernan a ellos y su posteridad, y desconfiar de aquellas palabras que estén interesadas en inducirlos a no ver con sus propios ojos .... Una presunción generalizada de que los reyes gobernarán bien, no brinda al pueblo suficiente seguridad .... aquellos que se someten a los deseos de un hombre estarán gobernados por una bestia.”
Un título más apropiado para los Discursos podría ser Historia de la Libertad. A lo largo del libro se hace referencia a las obras de Hugo Grocio, Livy, Nicolás Maquiavello, Cornelius Tacitus, Plutarco, Platón y Aristóteles. Sidney estaba muy impresionado por la Biblia, La Historia de Roma de Livy y La Ley de la Guerra y la Paz de Grocio. Lo fascinó especialmente la historia de la República Romana y su declinación en el imperio y eventual ruina.
Sidney vio a la historia principalmente como un eterno conflicto entre la virtud y el vicio. Esta idea aparece a través de:
... la fuerza, virtud, gloria, riqueza, poder y felicidad de Roma procedente de su libertad, surgió, creció y pereció con ella.
Mientras la libertad, continuó, fue la enfermera de la virtud; y todas las perdidas sufridas tanto en guerras extranjeras o civiles, fueron fácilmente resarcidas: pero cuando la libertad se perdió, valor y virtud fueron arrancadas de raíz, y el poder romano originado en ella, pereció.
Sidney también advirtió un patrón común entre sus vencidos adversarios: “Todas las naciones con las que han tenido que tratar, tenían el mismo destino. Nunca conquistaron a un pueblo libre sin gran dificultad .... Aún los más grandes reyes fueron fácilmente derrotados.” Esto ha ocurrido porque “los mismos principios que hacen a los hombres honestos y generosos, también los vuelven amantes de la libertad, y constantes en la defensa de su país... Las sociedades libres han sido más prosperas, pudiendo solventar mejor las guerras y recobrarse de ellas.” Agrega “El mejor gobierno, es aquel que mejor provee para la guerra.” Las guerras de este siglo veinte, el más violento de todos, probaría que estaba en lo correcto.
Las dictaduras fueron impracticables debido a que -como Friedrich Von Hayek lo observaría más tarde en Camino de Servidumbre- en ellas los peores encuentran su camino a la cima. “Las historias de Grecia,” apunta Sidney, “Sicilia e Italia evidenciaron que todos aquellos que se convirtieron en tiranos en distintos lugares, lo han hecho con la ayuda de los peores y la eliminación de los mejores.” Los tiranos detestan la virtud por una cuestión de propia conveniencia, y a los individuos virtuosos por ser muy diferentes a ellos.” Esta filosofía ha sido bastamente probada por estos días, en los llamados Estados de Bienestar, en las “repúblicas populares” y en otros sistemas económicos anticapitalistas.
Esto no significa que Sidney era un pragmático. Su principal preocupación no era que un sistema político “funcionase”. Estaba convencido de que el gobierno republicano funcionaba bien, y sabía cómo y por qué.
Sidney fue un pionero de la teoría de los derechos naturales. “Es difícil de entender como un hombre puede convertirse en amo de otros, iguales a él en derecho, a menos que medie el consentimiento o el uso de la fuerza.... Ningún derecho puede surgir de la conquista, a menos que exista un derecho a llevar a cabo tal conquista....” Resumiendo, él entendía que “Depender del deseo de un hombre es esclavitud.”
La libertad es consistente con la igualdad ante la ley. “La igualdad sólo existe entre iguales,” escribió, “se da solamente entre iguales; pero aquellos que son ruines, ignorantes, viciosos, perezosos, o cobardes, no son iguales en virtudes, naturales o adquiridas, a los generosos, sabios, valientes e industriosos.... Podrá haber cien mil hombres en un ejército, todos igualmente libres; pero solamente aquellos que posean virtudes para dirigir correctamente, surgirán naturalmente como comandantes o líderes.” Su idea de igualdad ni siquiera se parece al corrupto concepto de igualdad que se venera en el mundo en la actualidad.
Coincidiendo con Aristóteles respecto de que el hombre es un ser racional, Sidney creía que una vida virtuosa era una vida racional. “El natural amor que los seres humanos tienen por la libertad se encuentra templado por la Razón, la que originalmente constituye su Naturaleza,” declaraba. “
Mientras su más conocido contemporáneo, John Locke, criticó severamente al interés personal, Sidney se mostró a favor del mismo. Creía que “el hombre naturalmente persigue aquello que es bueno, o que para él luce como tal. Consecuentemente es en aquellos estados correctamente gobernados, donde un valor se coloca por encima de la virtud . . . . los hombres desde sus comienzos crecieron con la creencia de que nada en este mundo merece ser deseado, salvo aquellos honores que se consiguen mediante acciones virtuosas..”
La filosofía política de Sidney tenía un defecto fatal, que también fue reconocido por Locke. Consideraba que “al incorporarse a la sociedad, el hombre está obligado por sus leyes.” (Locke lo llamaba consentimiento tácito). Sidney fue el más radical hombre de su tiempo. Mientras Locke ganó fama y prestigio, Sidney se volvió famoso básicamente por su “traición”.
Publicados en 1698, los Discursos son el producto de una mente brillante cuya grandeza no sería comprendida hasta mucho después de su muerte.
Al morir Charles II en 1685, James II ocupó el trono, y el Parlamento se reunió por vez primera en cuatro años. El tratamiento preferencial que el nuevo rey le otorgó a los católicos, hizo resurgir los temores de los Whigs. Cuando la reina dio a luz un hijo en 1688, aún el Parlamento que alguna vez fuera conservador, apoyó la revolución. Las tropas de James y su hija Anne lo abandonaron. Su hija mayor, Mary, y su esposo, William de Orange, reclamaron el trono. El parlamento sancionó una declaración de derechos y absolvió a Sidney al año siguiente.
Influencia en las colonias americanas
John y Samuel Adams, George Mason, James Madison, y Benjamin Franklin, reconocieron la influencia de Sidney en el pensamiento político americano.
Un grupo de virginianos (incluido Patrick Henry) fundaron el Hampden-Sydney College en 1776 y en su honor le dieron su nombre (y el de John Hampden).
En 1825, como fundador de la Universidad de Virginia, Thomas Jefferson publicó esta declaración: “Se ha resuelto, tal cual es la opinión de este Directorio, que a los principios generales de la libertad y de los derechos del hombre, en la naturaleza y en la sociedad, las doctrinas de Locke en su “Essay concerning the true original extent and end of civil government” y de Sidney en sus “Discourses on government”, deben ser considerados como aquellos generalmente aceptados por nuestros conciudadanos y por los Estados Unidos.”
En el siglo diecinueve, cuando varias de sus teorías probaron ser correctas, su popularidad declinó abruptamente. Los Discursos dejaron de publicarse entre 1805 y 1979. Sus compatriotas prefirieron recordar sus colaboraciones con líderes extranjeros. Wistom Churchill lo llamó “indomable”. El católico Lord Acton escribió que era “humillante reseñar el linaje político de Algernon Sidney, quien fuera un agente pago del rey francés.” Los Anglo-Americanos perdieron también su fe en la libertad.
Pero la influencia de Sidney aún perdura. El estado de Massachusetts adoptó su lema de un pasaje que apareció en una temprana edición de los Discursos: “Ense petit placidam sub libertate quietem (Por la espada buscamos la paz, pero paz solamente con libertad).” Su más famosa frase apareció en la obra de Franklin “Poor Richard's Almanac”: “Dios ayuda a quienes se ayudan.” Abolicionistas americanos de la esclavitud como William Lloyd Garrison tomó prestada otra línea: “Aquello que no es justo, no es Ley; y lo que no es Ley, no debe ser obedecido.”
Samuel Adams dio a Algernon Sidney el rótulo más adecuado: “patriota.” En una nación de habitantes que aman la libertad, no podía ser nada menos.
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