¿Cuál debe ser el comportamiento de los demócratas venezolanos frente a la deriva totalitaria? ¿Cómo se oponen los demócratas a un régimen tiránico? Si Venezuela ha evolucionado hacia una dictadura posmoderna o está en camino de hacerlo, ¿cómo pueden actuar los que luchan por restablecer la democracia y la libertad?
Son las preguntas. En distintas fases del régimen que encabeza Chávez han tenido distintas respuestas y la disidencia democrática se ha encontrado dividida en torno a estas.
Entre 1999 y 2005 se hizo claro para quienes lograron tener la mayor influencia en el movimiento de masas que entonces se desató, que lo conveniente era el reemplazo de Chávez en la presidencia. La renuncia, el referéndum revocatorio y elecciones adelantadas fueron las propuestas que iban y venían en esos años. Incluso, la breve salida del Presidente en 2002 como efecto de un rebelde movimiento en la calle y de la desobediencia militar, le dio un triunfo visible y fugaz a quienes pensaban que el reemplazo presidencial era posible. La sociedad alzada experimentó una frágil victoria que orientó sus acciones hasta 2005.
Sin embargo, a partir de 2002 y de manera progresiva, todo intento de producir un cambio en el gobierno, aun por las vías consagradas en la Constitución, fueron etiquetadas por el régimen como intentos de golpe de estado. Cualquier manifestación de cierta fuerza o expresiones de lucha social con alguna duración, pasaron a ser enmarcadas por el oficialismo como intentos subversivos. Hasta hechos tan incuestionablemente institucionales como la incorporación de los diputados de oposición en la nueva Asamblea Nacional, han sido rotulados como siniestras maniobras golpistas. Esta acusación viene exactamente de quienes intentaron golpes de estado y llenaron las calles de sangre, pero han tenido la fortuna de colocar a la oposición en una situación de defensiva en términos estratégicos. Desde entonces sus principales dirigentes se han sentido obligados a aclarar que no son golpistas.
Desmovilización y lucha democrática. Con la abstención en las elecciones parlamentarias de 2005 los partidos opositores supieron que no tenían fuerza para imponer una estrategia sin contar con las demandas, actitudes y rebeldías de las masas, fundamentalmente de clase media, que poblaron por algunos años las calles de varias ciudades en demanda de la salida de Chávez del poder. Desde entonces comenzó el lento proceso de controlar y dirigir la oposición sobre la base de la idea de que lo que había habido hasta ese momento eran derrotas, porque, hasta entonces, igual valía la opinión de un partido en la Coordinadora Democrática que la de una ONG o, incluso, la de una individualidad que por razones de la turbulencia hubiese llegado a alternar con curtidos dirigentes.
Este proceso de control por los partidos -sólo rechazado por el movimiento estudiantil en los tiempos del cierre de RCTV y de la reforma constitucional de 2007- se facilitó por las sucesivas elecciones presidenciales, regionales y locales, y parlamentarias, que han tenido lugar, en las que los partidos tienen el monopolio de las postulaciones y de la interlocución con el CNE. No hay que olvidar que las ONG más activas en la defensa de condiciones electorales decentes, como Súmate, no pudieron ser recibidas por el CNE. Se produjo la desmovilización que había caracterizado la lucha opositora en los primeros seis años del imperio chavista; la idea fue la de impedir que “los radicales” volvieran a tomar el control de las masas, sin advertir que se había arrojado al bebé junto al agua sucia. Quedaron los partidos al mando pero sin calor de masas, aunque la sociedad democrática los haya empleado para expresar su descontento, con la excepción de 2005 cuando la abstención fue del 83%.
En este marco se produjo una de las circunstancias más asombrosas de toda esta historia reciente que fue la convergencia inesperada, lo cual no quiere decir que concertada, entre la visión oficial y la de los partidos de la oposición. Si para el Gobierno era golpista todo lo que no fuera electoral, para los partidos opositores sólo era democrática la participación electoral bajo su conducción. La desmovilización popular era un interés compartido.
El asombro se incrementa cuando se advierte que después del amago insurreccional del 27 de febrero de 2004 (no de 1989), cuando el hermano Mugabe estaba en Caracas con el Grupo de los Quince, y se produjo una manifestación brutalmente reprimida por la GN, hubo coincidencia otra vez entre el Gobierno y los partidos opositores al denunciar “las guarimbas” como inaceptables mecanismos de rebelión popular.
No se quiere en estas líneas sugerir una entente secreta y perversa, sino una coincidencia que en uno era aplacar el descontento en las calles y para los otros era la necesidad de tomar la dirección de un proceso que veían como anarquizado.
Ruta Democrática=Ruta Electoral. Una vez conquistada la dirección política por los partidos opositores se produce la identificación entre la llamada ruta democrática y la ruta electoral. Esta identificación ha llevado a no hacer nada que se pueda interpretar como alejado de ese propósito. Por ejemplo, hay quienes piensan que los diputados opositores deben entrar escondidos a la AN el 5 de enero para que no los acusen de provocar violencia…
La ruta democrática se convirtió en ruta electoral que aterrizaría en el nirvana de las presidenciales dentro de dos años. Dentro de esta concepción se hace imposible vincularse al conflicto social y promover las demandas de los trabajadores, porque eso podría ser interpretado como agitación golpista. Tampoco se puede solicitar la renuncia del Presidente o su enjuiciamiento, mecanismos constitucionales, porque podrían ser tachados como golpistas. Así se ha paralizado el uso de herramientas democráticas de lucha, como paros huelgas, protestas, en beneficio de un comportamiento que no pueda ser tachado de golpista, aunque el cognomento se sigue atribuyendo como inhibidor de la acción. Peor todavía ha sido que la identificación de la ruta democrática con la ruta electoral ha llevado también a identificar la ruta electoral casi únicamente con el acto de votación, sin atender a las condiciones electorales (RE, ventajismo, parcialización del CNE, inflación electoral).
La Unidad. Sin embargo, en los días recientes, en los cuales la vocación totalitaria del régimen se ha desbordado, se ha comenzado a producir una coincidencia que, tal vez, sea de los hechos más importantes ocurridos en la historia de las luchas democráticas de esta década. Ya nadie avala el carácter democrático del régimen y se reconoce su carácter dictatorial. Esta es la base para una sólida unidad.
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