Introducción
La Historia no es materia de estudio en las aulas, ni modus vivendi para sus docentes, ni pasatiempo para diletantes. Es la indispensable revisión de los procesos sociales, sus razones, causas y efectos- jamás mágicos ni caprichosos- para poder comprender cómo, en qué plazos y con qué objetivos intermedios, pueden alcanzarse las metas a las que una comunidad aspira.
El Uruguay vivió a lo largo del siglo XX un largo proceso que condujo desde el Uruguay batllista de Don Pepe, aquella vieja "Suiza de América" , que para ponerle fechas, puede situarse entre 1908 y 1954, hasta el Uruguay neo-liberal que comienza a despuntar en 1959 y muere con la crisis bancaria del 2002.
Dos etapas de más de cuatro décadas (en cada una de las cuales cabe distinguir microprocesos, oscilaciones, momentos de mayor o menor "pureza" del modelo hegemónico), con un breve interregno de unos 5 años.
Hoy resulta evidente que el Uruguay y la región entera revisan su hoja de ruta. Sin embargo es prematuro aún anunciar que esté en vigencia un nuevo modelo. Quizás ya lo esté y no se recorte claramente su formato, quizás estemos en un proceso de transición hacia un nuevo paradigma societario, quizás estemos en un interregno en que distintas aletrnativas pugnan por moldear la sociedad. Desearía que, en un futuro cercano, el Uruguay fuera conocido como "la Finlandia de América".
Dedicaré algunas notas a compartir esa convicción. Pero se debe empezar por la apasionante e imprescindible Historia.
Particularmente a 30 años del plebiscito del 80, donde el más de 40% de uruguayos que apoyaron el proyecto dictatorial parece haberse evaporado. En la reconstrucción de la suplantación del Uruguay batllista por el Uruguay neoliberal, indispensable para entendernos como sociedad, hay recurrencias. Se repiten, a lo largo de décadas, nombres, posturas doctrinarias e intereses económicos y se desvanece el travestismo histórico. El que alimenta una Historia borroneada, difusa, y para la cual, en política, "todos son lo mismo" y "que se vayan todos".
Criticable es todo, pero no es cierto que "todos son lo mismo": por eso es posible pensar distintos futuros. Y repasar algunos " ilustres olvidados", ayuda a comprender hasta qué punto no todos son lo mismo.
Los "ilustres olvidados".
Es bien sabido, querido lector, que nuestro país fue denominado "la Suiza de América". En su momento, como elogioso apelativo a un país- el nuestro- que había tomado a través de Don Pepe Batlle y su adhesión a la doctrina krausista, un perfil democrático, pacífico, laico, con un fuerte Estado de Bienestar.
El elogio por similitud siempre supone que el modelo de referencia es loable, por lo que subyacía en esta expresión la imagen de una Suiza socialmente avanzada, multicultural, fabricante de chocolates y relojes. Que muy parcialmente tiene que ver con la Suiza real. Con la que quizás esté tanto o más emparentada el Uruguay de fines del siglo XX, el del secreto bancario hecho axioma, la sacrosanta plaza financiera.
Pero dejando de lado alegorías helvéticas, el Uruguay inclusivo, equiparador, integrador y con un fuerte Estado-actor productivo de comienzos del siglo pasado, dio lugar, a fines del mismo, a un Uruguay polarizado, excluyente, con un Estado minimizado en sus atribuciones, ausente en funciones estratégicas y sustractor de los recursos de los más pobres a expensas de los delincuentes de cuellos blanco.
Y ese proceso no fue obra exclusiva de la dictadura militar, así como la dictadura terrista no logró destruir el molde del Uruguay Batllista. Las dictaduras expresan picos en las tensiones sociales, cuando el poder económico abandona las buenas formas para preservar privilegios que siente amenzados.
El fascismo, por ejemplo, es ante todo la dictadura del gran capital: la barbarie y atropello sistemático a los derechos humanos aparecen como atroz medio político al servicio de un fin económico.
El proceso del Uruguay del siglo XX transcurrió en su mayor parte, en democracia y fue conducido y diseñado por civiles. Algunos que llegaron a justificar la dictadura militar y formaron parte del 40% que acompañó a los militares en el 80, y otros que jamás aprobaron el proceso políticos de esa década tenebrosa, pero que no se opusieron al proceso económico subyacente, que continuaron y profundizaron. Algunos nombres, algunas trayectorias, permiten ilustrarlo claramente. No se trata de juzgar éticas personales ni intenciones o convicciones íntimas. Simplemente repasar hechos y rescatar de un pudoroso manto de olvido- que en ciertos casos suena a complicidad- el rol de algunos actores decisivos.
Comencemos el recorrido en el año 1959, en el primer gobierno colegiado del Partido Nacional cuando el Ministro Juan Eduardo Azzini impulsaba la reforma cambiaria y monetaria que se aprobó en diciembre de dicho año: el primer gran paso hacia liberalización de la economía uruguaya.
El clásico Estado batllista era replegado a un Estado que dejaba el protagonismo al libre juego de las leyes del mercado y que guardaba para sí el rol de moderador de la discusión.
Sin embargo, y como cierto contrapeso, a los inicios de 1960, Azzini creaba la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE), dirigida por el entonces joven economista Enrique Iglesias, con la intención de planificar planes de desarrollo estructurales, asegurarles sustentabilidad financiera y éxito. Inspirados fuertemente en el pensamiento de Raúl Prebisch, quien entre 1950 y 1963 desde la CEPAL se constituyera en verdadero maestro intelectual de generaciones de economistas de la talla del vicepresidente Danilo Astori, por ejemplo.
El pensamiento prebischiano, desarrollado desde fines de la década del 40, comprendía elementos diagnósticos y propositivos. En su parte diagnóstica, se basa en la comprensión- a mi juicio correcta- de que la aceleración de la demanda de productos manufacturados supera largamente a la de la producción de materias primas, por lo cual la relación de intercambio real entre los países "centrales" (productores de bienes manufacturados) y los países "periféricos" ( productores de biene sprimarios o "commodities") es objetivamente perjudicial a los países periféricos (en Economía Política, esta es la llamada tesis de Prebisch-Singer).
En su nivel propositivo, a mi juicio menos incisivo que el diagnóstico, postulaba un proceso de industrialización por sustitución de importaciones, la generación de polos locales de desarrollo, de los cuales un ejemplo es la instalación del polo industrial de Paysandú hacia mediados del siglo XX.
La visión desarrollista prebischiana, siendo distante a la doctrina económica socialista, lo es también al liberalismo económico. Por ende, desconocer que el propio Azzini dió, entre una paleta de fuertes tonalidades liberales, unas pinceladas de corte desarrollista, sería faltar a la verdad y escondería la gradualidad con la que se forjan algunos procesos.
Pero la piedrita que corrió definitivamente el fiel de la balanza, Azzini la colocó en 1960, firmando la primera carta intención con el Fondo Monetario Internacional: un préstamo por 300 millones de dólares destinados a políticas agropecuarias. Allí sí Azzini y el primer gobierno blanco del siglo XX tiraban al cajón de los recuerdos el protector sobretodo de Don Pepe. E iniciaban el largo camino al endeudamiento externo endémico, formidable negocio de colocación de dinero y supervisión política para los países ricos, a expensas de los recurrentes ajustes de cinturones de los pobres de los países pobres.
En abril de 1965 quebró el Banco Transatlántico desatando una feroz crisis financiera. Bancos cerrados durante dos semanas, cuatro de ellos intervenidos por el Banco República en ruinas tras salir a cubrir todos los boquetes. Devaluación y solicitud directa de préstamo a los Estados Unidos para refinanciar el desangrado Banco República (cualquier similitud con hechos del 2002, me temo que no es mera coincidencia). Por dos veces, las Medidas Prontas de Seguridad intentaban contener el creciente descontento social, pues, como siempre ha ocurrido, la crisis podría hacer perder mucho a casi todos, pero mientras que algunos perdían hectáreas, otros perdían el derecho a una vida mínimamente digna.
Respeto todo los dolores fruto de quebrantos bancarios. Pero quien tiene mucho y pierde parte puede salir adelante. Quien sólo tiene un ranchito y lo pierde, es un nuevo marginado, excluido y, potencialmente, un desesperado. Esta impronta se reiteraría y agravaría: retirada la colchoneta del Estado batllista- que no era la panacea pero sí un claro factor regulador y moderador de tensiones sociales- la creciente crisis financiera y económica haría caer a los de más abajo al vacío absoluto. Y los anillos de las periferias metropolitanas comenzaron a poblarse con lo que, en cruel ironía, los uruguayos denominamos "cantregriles", en alusión al elegante Cantegrill Country Club de Punta del Este.
En 1967, tras cierta esperanza producida por el ascenso a la presidencia de la República del General Oscar Gestido, la economía no sólo no se enderezaba sino que la inflación anual alcanzaba el 130% . Así, comenzaba lo que durante décadas sería absolutamente "normal" a los uruguayos: si algo hoy sale 100 pesos, dentro de un año, como mínimo, saldrá 200 pesos. Todo quien tenga más 35 años debe recordarse razonando así a menudo.
A la muerte de Gestido el 7 de diciembre del mencionado año, sucede la ascensión a la presidencia de Jorge Pacheco Areco y la multiplicación vertiginosa del proceso de liberalización, endeudamiento y exclusión. Mucho se ha dicho y escrito sobre Pacheco y su presidencia, pero no se ha hecho justa revisión de los hombres que diseñaron primero bajo su mandato, luego con los militares y también luego con gobiernos democráticos, la hechura, corte y confección del modelo económico que estalló en mil pedazos en el 2002.
La "reforma naranja" que modificara la constitución nacional en 1967, transformaba la CIDE en la crucial OPP (Oficina de Planeamiento y Presupuesto), de rango ministerial, y creaba el Banco Central del Uruguay.
Allí entrarían en escena algunos de los "ilustres olvidados" más relevantes. Me refiero, por ejemplo, al Dr. Ramón Díaz, el Ing. Alejandro Végh Villegas, los contadores Ricardo Zerbino y Alberto Bensión.
El presidente Pacheco designó al frente de la cartera de Industria y Comercio a Jorge Peirano Facio. Sí, el mismo Peirano Facio del 2002, el padre de los Peirano Basso del 2002. Como subsecretario, se designó al Dr. Ramón Díaz, abogado especializado en temas económicos, profesor de la Facultad de Derecho, un fanático cruzado del liberalismo económico. Y "cruzado" es buena metáfora, ya que el Dr. Díaz ejemplifica, junto a nuestros compatriotas Ignacio de Posadas, Peirano Facio y descendientes, a los argentinos José Martínez de Hoz y Domingo Cavallo y al chileno Hernán Büchi, esa rara vertiente del liberalismo que constituyen los ultra liberales- ultra católicos.
Para quienes el uso de preservativo puede ser materia de objeción de conciencia, pero la supresión por decreto de 70 mil plazas de trabajo (Martínez de Hoz, por ejemplo) no lo es , y hasta se exhibe con orgullo como un "acto de responsabilidad".
Peirano Facio y Ramón Díaz emprendieron el plan de estabilización económica. Al frente de la OPP: el Ingeniero Alejandro Végh Villegas, uno de los más brillantes estudiantes que recuerda la Facultad de Ingeniería, formado en Economía en Estados Unidos al influjo de la Escuela de Chicago. Tan fanático del libre mercado como Díaz, pero sin su impronta religiosa, Végh fue por dos veces ministro de Economía de la dictadura, embajador en USA del "proceso", y - antes y después de ello- uno de los generadores de ideas más cercanos al Dr. Jorge Batlle durante toda su vida pública. Fue sucedido luego por Díaz, dando pie a una anécdota que resume el Uruguay de las siguientes dos décadas.
Ramón Díaz tomó como segundo en la OPP a Ramiro Rodríguez Villamil (socio y columnista en "Búsqueda", humorista de dicho semanario bajo el seudónimo "Kid Gragea", director de Radio Sarandí, Director de Canal 5 en el gobierno de Jorge Batlle). En 1970 la dupla Díaz- Rodríguez Villamil presento una Rendición de Cuentas de tan solo 26 artículos, una suerte de balance de la gestión presupuestal, sin ningún incremento de la inversión pública ("gasto público", para Díaz: la lucha de ideas suele empezar por el lenguaje). Díaz advirtió al Presidente Pacheco que evitara que otros ministros agregaran artículos que aumentaran "el gasto público". Pacheco aceptó en principio la propuesta, pero la rendición de cuentas de Díaz-Rodríguez Villamil comenzó a recibir, como es usual, artículos adicionales por parte de otros integrantes del Ejecutivo. Díaz exigió entonces a Pacheco que interviniera y de ser necesario, interpusiera el recurso del veto, llegado el caso. Ni Pachecho Areco fue capaz de acceder a una propuesta tan draconiana en pleno año electoral.
El presidente Pacheco, capaz de gobernar en constante recurso a las Medidas Prontas de Seguridad, el hombre fuerte que se jactaba de ponerle el pecho a la insurección política y social, vio que el fundamentalismo economicista del Dr. Díaz desconocía por completo la política. El 26 de octubre de 1970 Ramón Díaz y Ramiro Rodríguez Villamil renunciaron a la OPP, y a partir de allí fustigaron toda concesión "sensiblera" o "populista" a la disciplina económica que Díaz pregonaba, como suerte de cacería de los moros invasores de la "Tierra Santa" de su entelequia economicista.
Había quedado también allí claramente asentado - de manera aún provisoria - un principio que el neoliberalismo estamparía hasta años recientes como "ley de fuego". El carácter de "super-ministerio" de la conducción económica, desde la cual se"filtra" y se pone en cuestión cualquier iniciativa que pueda tener otra cartera, con escaso derecho a réplica.
La supremacía de la defensa de un modelo económico libre mercadista al 100%, por encima de todo, fue paradigmáticamente expuesta por Rodriguez Villamil en "Búsqueda" en noviembre de 1979, cuando frente a una condena de la OEA a las violaciones a los derechos humanos de la dictadura militar uruguaya, expresara:
"Es obvio que muchos derechos humanos quedaron en suspenso, fueron expresamente o implícitamente ignorados. Pero este no fue un ejercicio deportivo de desprecio o violación sistemática del orden jurídico, sino una consecuencia inevitable de una situación de una gravedad tal que puso en riesgo valores que había que defender de cualquier modo, y a cualquier precio"
Dicho de otro modo, si de destrucción de la "rémora" del aparato estatal y apertura total a las sacrosantas leyes del mercado se trataba, el fin justificaba los medios. Aunque los medios significaran desapariciones, torturas y asesinatos.
Es de estricta justicia señalar que Rodríguez Villamil marcó luego distancias con lo que escribió en aquel momento. Y que, en las mismas épocas, en el mismo semanario "Búsqueda", otras plumas no cedían del mismo modo libertades civiles y garantías constitucionales a cambio de libertad de empresa. No se trata de demonizar ni caricaturizar, sino de entender. Y lo que es central aquí es constatar hasta qué punto el dogmatismo económico, la defensa de un modelo propicio a la buena fortuna de ciertos sectores y clases de la sociedad, llevó a varias personas de cuya inteligencia nadie duda, a pasar por alto las mayores atrocidades cometidas en el Uruguay moderno.
La próxima semana veremos cómo recuperada la democracia, encontramos los mismos nombres, las mismas ideas, los mismos axiomas. Despuntaron en el 59, con pinceladas de desarrollismo. Se hicieron descarnadamente neoliberales a fines de los 60 y no repararon en sutilezas como los derechos humanos con tal eliminar la injerencia estatal en pos del libre mercado. Y siguieron impertérritos bajo administraciones democráticas, hasta el gran estallido del 2002. Los "ilustres olvidados" y su obsesiva concepción economicista y deshumanizada de la sociedad.
Libre mercado puro y duro. La libertad del gran empresario a elegir entre veranear en el Caribe o en la Polinesia y la libertad del gurí de cantegril a morise de mal puchereado o de una neumonía.
Flor de libertad. Libertad de todo delito cometido (y antecedentes) para el que funde bancos y arrastra muchedumbres a la quiebra o hasta el suicidio.
Flor de libertad.
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