lunes, 22 de noviembre de 2010

¿QUIEN LE TIENE MIEDO A LA DERECHA?. POR ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA

¡Ay en Venezuela de aquel que piense y sea considerado de derechas! Nadie le tenderá la mano. Usted, querido lector, que considera que la propiedad privada es esencial, que rechaza al comunismo como el mal del milenio y que daría su vida por defender su libertad, ¿se atrevería a reconocer que es de derechas?
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"Los pueblos democráticos muestran un amor más vehemente y más durable hacia la igualdad que a favor de la libertad". Alexis de Tocqueville, La democracia en América

Dos fuerzas antagónicas han marcado la creación del mapa político de Occidente luego de la revolución francesa: el liberalismo y el socialismo. O, si se lo prefiere expresado de manera provocativa y llevado a sus extremos: las derechas y las izquierdas. Expresan, dicho asimismo provocativamente, las dos grande pulsiones políticas de Occidente desde sus orígenes: el anhelo por la libertad o el anhelo por la igualdad. La revolución fraAñadir imagenncesa le agregó un condimento de más valor propagandístico que real: la solidaridad. Con ese tercer ingrediente en los escudos de armas de la modernidad se pretendía abrirle paso a las doctrinas morales del iluminismo y expresar la voluntad integradora que campea en los esfuerzos revolucionarios del siglo XVIII: Liberté, Egalité, Fraternité.

El intento de los enciclopedistas por unir los dos términos de nuestros esfuerzos civilizatorios con la llama de la solidaridad pretendía superar un hecho palmario. Hasta la toma de la Bastilla no es la búsqueda e imposición de la igualdad el motor de la historia, como lo será luego de la revolución del 48 y del programa del Manifiesto Comunista. Para cuyos autores la lucha de clases era el combustible que movía el pesado carruaje de la historia y la igualdad, impuesta a sangre y fuego a costa de la libertad mediante la dictadura proletaria, el único camino para construir el futuro. Desde entonces, la lucha mortal entre los defensores de la libertad y los de la igualdad se convirtió en el nomos de la confrontación. Los primeros, atados al capitalismo, al libre mercado y a la libre competencia; los segundos, al socialismo y las dictaduras de ambos signos: comunismo o fascismo.

Desde la revolución francesa y el establecimiento del Estado moderno y el origen de la sociedad de masas, fundada en el desarrollo exponencial del capitalismo, esas dos fuerzas no cesaron de enfrentarse, tanto nacional como internacionalmente, dando lugar, a través de distintas constelaciones de intereses a las conflagraciones más devastadores de la historia humana.
Así, la historia de la humanidad, por lo menos en estos últimos dos siglos, es la historia cruenta, incesante y a veces devastadora de pueblos y continentes enteros movidos por esos dos grandes campos gravitatorios: la libertad y el liberalismo, de un lado, y la igualdad y el comunismo, del otro. Ellos han nutrido la dialéctica amigo-enemigo que sustenta a la política y al Estado moderno.

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Se han adelantado diversas hipótesis para explicar las razones del temprano desarrollo y prosperidad de unas naciones y la tenacidad en el atraso y el subdesarrollo de otras. Max Weber destacó antes que nadie y con inmensa perspicacia la interrelación entre las creencias y prácticas religiosas y el desarrollo del capitalismo, inmensamente más acentuado en los países cuya religión predominante fue el protestantismo, como lo expusiera en su ensayo La ética protestante y el espíritu del capitalismo. La acción benefactora de la Reforma sobre el espíritu de lucro y la legitimación de la ganancia coadyuvan sin duda y de manera notable sobre el desarrollo de la actividad empresarial, así como el desplazamiento de la relación del hombre con Dios hacia la esfera de su exclusiva y personal responsabilidad. De la que emerge el individualismo y la potenciación del espíritu de competencia.

Así, el capitalismo se desarrolla muchísimo antes y con muchísimo mayor intensidad y vigor en Inglaterra, en Alemania, en los Estados Unidos que en los países que a pesar de contar con ingentes recursos financieros, como la España imperial, ven trababa la iniciativa privada y el desarrollo del mercado y la libre competencia por el hondo arraigo, tanto en la esfera pública como en la privada, de las ideas y valores conservadores vinculados al catolicismo y el triunfo de la Contrarreforma. En las que el afán de lucro y la acumulación de riquezas constituyen pecados capitales.

En las sociedades protestantes no es la igualdad sino la libertad como fundamento de las oportunidades y la responsabilidad individual del individuo en su estricta soledad, el valor social y moral más apreciado. En la antípoda, la igualdad como suma exigencia del espíritu y la condena del capitalismo, la privacidad y la riqueza constituyen, en cambio el fundamento de la ética socialista. Por cierto, avalada justa o injustamente por las enseñanzas del Sermón de la Montaña, una de las más implacables requisitorias contra la riqueza y una correlativa y popularísima apología de la pobreza. Llevada al paroxismo en los dos intentos totalitarios del siglo XX: el fascismo y el comunismo. El rechazo y la aniquilación de toda diferencia, social, racial o religiosa se constituyen en los propósitos supremos del Estado policial. En la Unión Soviética, la pertenencia a una élite o una clase social. En la Alemania Nazi, el judaísmo. Para ambas formas de totalitarismo el enemigo fundamental fue el mismo: el individuo, la libertad, el liberalismo. Y no sólo el comunismo hizo del capitalismo su enemigo mortal. También lo era, potencialmente bajo el demonizado "judaísmo financiero internacional", del nacional socialismo.

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"La igualdad produce dos tendencias: la primera conduce directamente hacia la independencia, y puede de repente impelerlos hasta la anarquía; la otra, los lleva por un camino más largo , más secreto, pero más seguro, hacia la esclavitud." Alexis de Tocqueville, La democracia en América.
En pocas naciones de nuestra región ha primado tanto el igualitarismo por sobre la valoración de la libertad y el liberalismo como en Venezuela. En pocas, la existencia de una riqueza obtenida sin el esfuerzo de sus ciudadanos ha hecho menos imperioso y valorado el esfuerzo por propiciar la iniciativa privada, el individualismo y el acopio de riqueza lograda gracias al propio esfuerzo. En pocos han existido menos incentivos al desarrollo de la empresa privada. En ningún otro, en cambio, el predominio del Estado bajo las premisas del ogro filantrópico ha sido más relevante y omnipotente. En ninguno, la estatolatría nos ha mantenido al borde de un socialismo de facto como en el nuestro. Con el agravante de la sumisión de los ciudadanos al maná del Ogro Filantrópico, de los partidos a la lucha por su apoderamiento para disfrutar de la riqueza mediatizada por su intermedio y el Poder así conseguido, y de los sectores empresariales, para medrar a su sombra y depender de sus subsidios. De allí el mercantilismo imperante, y la frágil, quebradiza e impotente existencia del capitalismo venezolano. Cuyo empresariado lleva una patética existencia bajo la mole de sus complejos de dependencia y sumisión a los dictados del administrador de la riqueza petrolera.

No es el secretario general del Partido Comunista quien afirma no estar en contra de las estatizaciones llevadas a cabo por el gobierno del teniente coronel Hugo Chávez: es el presidente de Fedeindustria, el gremio que agrupa a los industriales venezolanos.

Esas son las razones estructurales de la debilidad congénita del individuo, de los sindicatos y gremios, de las academias y universidades, incluso y por sobre todo del empresariado frente al Estado. Alzado como el Golem de la tradición judía: un monstruo gigantesco creado por el hombre para su servicio, que se derrumba y lo aplasta como castigo divino.

Fue así desde la creación del llamado Estado mágico, nuestro Golem, al que hace referencia Alfredo Coronil, creado a instancias de Juan Vicente Gómez justamente en los albores de la emergencia de su principal dador de vida, la gigantesca y monstruosa riqueza petrolera. Que conjuntamente con el despertar de la modernidad y la emergencia de la democracia se convirtiera en la obsesión de la política y los partidos: apropiarse del Estado y tratar de domesticarlo para, con el concurso de esa exuberante y obscena riqueza intentar ponerlo al servicio del igualitarismo antes que al servicio de la libertad, comprar conciencias antes que imponer su desarrollo, satisfacer al individuo montando gigantescos enclaves clientelares antes que permitir el desarrollo de clases productivas y generadoras, no consumidoras de la riqueza social.
Todo ello bajo la más aviesa y siniestra de las creencias, convertida en fe religiosa: la de que los venezolanos, cualquiera él sea, por el solo hecho de haber nacido en Venezuela, es rico, pues es propietario del petróleo, un bien común. Y que su actividad política se agota en la exigencia de recabar su parte ante quienes administran al Estado. Que por ese sólo hecho posee la llave que atesora esas riquezas y vive sumergido, en consecuencia, bajo la tentación del robo, el desfalco y la apropiación indebida. Sin un solo control institucional, social o moral que lo castigue por ello.

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Manteniendo las debidas distancias de respeto a la probidad y espíritu democrático de los anteriores gobiernos respecto de esta dictadura de nuevo cuño, no existe, en rigor, diferencia sustancial entre éste y los anteriores gobiernos en cuanto a su respaldo ideológico. La hegemonía de ideas y creencias ha sido, en lo sustancial, la misma. Todos ellos han partido de esas falsas premisas. El de Chávez no ha hecho más que potenciar hasta la caricatura los afanes totalitarios del Estado benefactor, convertir el igualitarismo en terror de Estado y la apropiación del caudillo autocrático en amo y señor del Ogro filantrópico. Ha aumentado la voz de quienes consideran que tienen derecho a exigirle al administrador temporal del Estado casa y comida, sin ninguna contraprestación, como si tal cosa fuera un hecho absolutamente natural en un país petrolero. Y han desaparecido los pudores de las instituciones, ahora sin mayor problema arrodillados y sometidos hasta el escarnio a la voluntad del tirano.

Pero si observamos nuestra propia realidad, veremos que no existen diferencias ideológicas esenciales entre los distintos partidos. Sus diferencias no hacen a puntos existenciales, como el del papel del mercado, de la propiedad privada y del Estado en la economía general de la sociedad. Llevado a la caricatura podría afirmarse que en Venezuela todos somos de izquierda, todos creemos en el papel preponderante del Estado, todos quisiéramos repotenciar su supuesto carácter benefactor y privilegiar el igualitarismo sobre la libertad. ¡Ay en Venezuela de aquel que piense y sea considerado de derechas! Nadie le tenderá la mano. Usted, querido lector, que considera que la propiedad privada es esencial, que rechaza al comunismo como el mal del milenio y que daría su vida por defender la libertad, ¿se atrevería a reconocer que es de derechas?
sanchez2000@cantv.net.ve
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