lunes, 8 de noviembre de 2010

LA NUEVA DERECHA. ANTONIO SÁNCHEZ GARCÍA

Una elemental norma de sanidad política debiera llevar a los partidos objetivamente de derechas o de centro derecha – COPEI, PROYECTO VENEZUELA y PRIMERO JUSTICIA – a dejar la cobardía y asumir el rol que la historia les tiene destinado. Mientras en Venezuela esos inmensos sectores que se sienten objetivamente deudores del liberalismo y que han sido los factores esenciales en la defensa de nuestra libertad no encuentren una expresión cónsona con sus anhelos, no resolveremos la grave crisis en que estamos inmersos.


Ese abismo entre lo que los venezolanos de toda suerte y condición deseamos – libertad de trabajo, de empleo, de propiedad y de expresión – y la absoluta carencia de partidos que asuman esos valores sin complejos ni minusvalías ante la prepotencia dictatorial del comunismo, debe ser superado cuanto antes si queremos superar la grave crisis de identidad que vivimos.

Habiendo logrado el prodigio de reconquistar el Poder político tras casi sesenta años de ausencia, si se excluyen los 17 años de dictadura militar, la derecha chilena ha decidido enfrentarse a un gran desafío ideológico: fundar lo que algunos altos dirigentes de la UDI, la derecha de la actual alianza de centro derecha que llevara al Poder a Sebastián Piñera, llaman “la nueva derecha”. Una derecha capaz, simultáneamente, de apostar por la conservación y el cambio, por la defensa de los valores tradicionales, de las instituciones y el sistema capitalista al mismo tiempo que por la profundización de una democracia social. Dicho en términos menos politológicos: una derecha vinculada a los pobres y capaz de gobernar en su servicio. Y de penetrar, consiguientemente, en la cultura popular chilena como sucediera en el pasado.

Es la apuesta en discusión en la última asamblea de la UDI que se celebra en estos momentos en las Termas de Cauquenes, un lugar turístico cercano a la capital. Y en la que participan algunos importantes ministros del gobierno de Sebastián Piñera, como el ex alcalde y candidato presidencial Joaquín Lavín. Este último, sin ninguna duda, el principal factor de la derecha chilena en haber conectado a su partido no sólo con los sectores populares, sino incluso con los más pobres de entre los pobres. Y gracias al cual, el discurso popular dejó de estar hegemonizado por socialistas y comunistas.

Es un cambio notable en la nomenclatura política no sólo de Chile, sino de toda América Latina. Uno de cuyos lastres ideológicos más enraizados, de más nefasta y permanente influencia sobre el destino de la región, particularmente desde el asalto al Poder del marxismo en Cuba, ha sido la demonización extrema de los factores liberales y la correlativa divinización de las izquierdas marxistas. Con su carga de estatismo, de estatolatría y de socialismo dictatorial. Y sus nefastas consecuencias políticas inmediatas: el clientelismo, el populismo y la degradación de las instituciones. Con un subproducto todavía más dañino: el desprestigio de la socialdemocracia, descalificado por el extremismo de izquierdas, como reformismo y la consiguiente crisis permanente del establecimiento político.

La descalificación del liberalismo y de la socialdemocracia como “instrumentos de dominación de las derechas capitalistas” ha sido una de las armas secretas más estúpidas y eficientes a la hora de sumir al continente en una crisis política endémica. Y abrirle las puertas al caos, la disolución y la ruina propiciadas por los populismos de ultraizquierda. Imposible desdeñar el papel jugado por el llamado Foro de Sao Paulo en el cultivo artificial de estas virosis, ni el siniestro papel jugado por sus tres artífices: Fidel Castro, Lula da Silva y Hugo Chávez. Quienes hace apenas un par de años llegaron a tener en el puño el destino de la región, con la anuencia del secretario general de la OEA y el cómplice silencio de las democracias regionales.

De allí la importancia estratégica del surgimiento de una nueva derecha democrática y social, progresista y modernizadora en Chile y su benefactora influencia sobre el liberalismo de la región. A la que tanto aporta el pensamiento del Premio Nobel Mario Vargas Llosa e instituciones señeras en la divulgación del pensamiento liberal como CEDICE, en Venezuela, Libertad y Desarrollo, en Chile y la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) en España.

Posiblemente Venezuela sea, de todos los países de la región, aquel en el que más profundamente se encuentran asentados los valores del liberalismo – el 90% de su población se declara favorable a la propiedad privada y a las libertades que le son inherentes – aunque sea, sin embargo, uno de los pocos en que dichos valores no son defendidos expresamente por un partido político. El término “derecha” está prohibido y tabuizado en el vocabulario partidista e ideológico nacional.

Ese abismo entre lo que los venezolanos de toda suerte y condición deseamos – libertad de trabajo, de empleo, de propiedad y de expresión – y la absoluta carencia de partidos que asuman esos valores sin complejos ni minusvalías ante la prepotencia dictatorial del comunismo imperante, debe ser superado cuanto antes si queremos superar la grave crisis de identidad que sufrimos. Una elemental norma de sanidad política debiera llevar a los partidos objetivamente de derechas o de centro derecha – COPEI, PROYECTO VENEZUELA y PRIMERO JUSTICIA – a dejar la cobardía y asumir el rol que la historia les tiene destinado. Mientras en Venezuela esos inmensos sectores que se sienten objetivamente deudores del liberalismo y que han sido los factores esenciales en la defensa de nuestra libertad no encuentren una expresión cónsona con sus anhelos, no resolveremos la grave crisis en que estamos inmersos.

sanchezgarciacaracas@gmail.com


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