martes, 26 de octubre de 2010

VENEZUELA: CUBA O CHILE. EDUARDO CASANOVA

En los días en que apenas amanecía para mí, la Revolución cubana fue un gran sueño. Un sueño que compartí con muchos de los de mi generación, la Generación del 58 o Generación Inútil. Muchas veces me imaginé en un proceso parecido en Venezuela, en busca de una felicidad que se nos había negado repetidamente desde aquella otra gran Revolución que nos permitió ser el primer país que tuvo su propia constitución en la América española. Pero aquel sueño, poco a poco, se fue convirtiendo en lenta pesadilla.

Y en 1980, en julio, cuando visité la isla, se rompió del todo.

Lo que vi no me gustó en absoluto. Un país paralizado, empobrecido, en donde el terror se palpaba, y en donde se daba el absurdo de que solamente “el Comandante” era capaz de pensar, de decidir. El culto a la personalidad me pareció simplemente detestable, tal como la discriminación de todo tipo en contra de los humildes. Los poderosos (la “Nomenklatura”) y los turistas tienen toda clase de ventajas, mientras que los que no son ni poderosos ni turistas no tienen ninguna. La corrupción corre por las calles, a falta de automóviles variados. Y a eso se suma un perverso sistema de propaganda que mantiene hipnotizado a un altísimo porcentaje de la población, para que los poderosos sigan disfrutando a costa de la vida de los débiles. Eso no puede ser un ejemplo ni un camino para nadie.

A Chile lo conocí ya adulto. Muy poco sabía de su realidad. Sentí una gran simpatía por Allende cuando ganó las elecciones, y un gran rechazo, mezclado con frustración y rabia, cuando un golpe militar lo sacó del poder y lo llevó al suicidio. Poco después, en Dinamarca, conocí a muchísimos exilados chilenos, entre ellos a una familia que se convirtió en mi familia chilena, la familia de Alejandro Leighton Puga, que se volvió mi compadre y mi gran amigo. Cuando volvió la democracia, condicionada pero democracia al fin, a Chile, pude por fin conocer el país. Fue una visita muy breve, en la que además conocí a los hermanos de mi compadre y amigo chileno, y me di cuenta de que, con todo lo odiosa que me resultaba la dictadura chilena, había significado un claro progreso material para el país.

Muchos años después, cuando apenas salía de una operación de cáncer de colon y un duro tratamiento de quimio y radioterapia, gracias a la amabilidad y generosidad de mi compadre y amigo chileno, me pasé un mes completo en Santiago, con visitas ocasionales a Viña. Y allí sí me di cuenta de que, mientras en Venezuela se retrocedía en todos los campos, los chilenos avanzaban de manera avasallante. Un año después me pasé tres meses, de nuevo en Santiago con visitas a Viña y alrededores. Y lo que viví fue maravilloso. Un verdadero país del Primer Mundo, con gente alegre, digna y feliz.

Si hoy se me pidiera escoger entre ambos modelos, no hay duda de que el modelo chileno es positivo, mientras que el cubano es negativo. Pero en realidad creo que lo que los venezolanos debemos buscar es el modelo venezolano de la democracia, es decir, el de López Contreras, Medina Angarita, Betancourt y Leoni, aun con su período disparatado y dictatorial (trienio adeco y dictadura militar) que podría hacer que se parezca al chileno. Siempre y cuando se siga la línea Betancourt-Leoni, sin los desvíos que vinieron después y llevaron a la ruptura del modelo y al peor gobierno que ha tenido el país, el del teniente coronel Chávez Frías, que pretende que el país se hunda en el mar de la infelicidad, que es el modelo cubano.

Fuente: Literanova (Venezuela)
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