Los resultados electorales del pasado domingo nos dejan un nuevo cuadro político en el cual se mantiene la polarización pero se coloca en evidencia la pérdida de apoyo popular al gobierno del presidente Hugo Chávez y su partido, el PSUV, y por otra parte les dan a las fuerzas agrupadas en la Mesa de la Unidad Democrática un triunfo en votos que desnuda a la Ley de Procesos Electorales como un instrumento destinado a burlar la voluntad popular y a desaparecer a las minorías.
Fracasamos quienes creímos posible empujar con fuerza una nueva referencia política, distinta a los dos polos que coparán la nueva Asamblea Nacional. El resultado de PPT, particularmente en el estado Lara, obligará
a un análisis más detenido, sobre todo porque no se corresponde ni con las expectativas ni con el liderazgo que, más allá de lo ocurrido, tiene Henri Falcón, a quien hay que reconocerle la valiente decisión de deslindarse del PSUV y de un modelo basado en el mesianismo, en el pensamiento único y en la ausencia de espacios para el debate.
Más allá del resultado electoral, no hay espacio para el arrepentimiento. El deslinde con el PSUV fue y sigue siendo necesario, sin que ello nos exima de analizar nuestras responsabilidades colectivas o individuales en esta derrota. Pero estoy seguro de que con una ley electoral diferente a la actual, y que respete el principio de la proporcionalidad, otro sería el cuadro.
Gracias a esa ley el PSUV disfrutará de una mayoría artificial y los partidos pequeños, como PPT, pierden espacios que con un sistema electoral equitativo le corresponderían inobjetablemente. El nuevo cuadro político abre perspectivas positivas para el país. Si algo satisface de ese resultado es que tendremos una Asamblea Nacional plural. No tan diversa como hubiésemos querido, pero lo suficiente como para hacer sentir la voz de una franja de venezolanos, hoy mayoritaria, que está cansada de la falta de autonomía del actual Parlamento, de la incondicionalidad, de la ausencia de la función contralora y de la indolencia frente a problemas tan dramáticos como la inseguridad, la falta de viviendas e incluso la corrupción. Otro hecho positivo derivado de este resultado es que se ratifica el camino democrático y electoral para dirimir las diferencias en la sociedad. Los ciudadanos votaron por la paz, contra la exclusión, contra la prepotencia en el ejercicio del poder, y por una Asamblea Nacional que no delegue sus competencias. Pero sobre todo votaron por el respeto a la Constitución. Sería un grave error del Gobierno leer equivocadamente estos resultados y creer que el liderazgo del presidente Chávez salió ileso de este proceso electoral. No se puede tapar el sol con un dedo. Lo ocurrido es una victoria del PSUV con un tufo de derrota. Le debe esta "gauchada" a la Ley de procesos Electorales. Pero el mensaje está clarito. Se produjo un castigo electoral al gobierno, al partido rojo-rojito y al propio Chávez, protagonista de la campaña por decisión propia.
No es viable ni tiene el apoyo de la mayoría esta manera de gobernar. Hasta en el propio seno de la base chavista hay descontento y el deseo de se produzcan serias rectificaciones en la política y en la economía, para ver si reactivamos el aparato productivo, derrotamos la inflación, superamos el modelo rentista, generamos empleo de calidad, construimos viviendas y reducimos la inseguridad.
El Gobierno tiene que aceptar que ayer amaneció una nueva Venezuela, y que no hay maniobra que valga para desconocerla. Tienen hoy más vigencia que nunca los reclamos y las demandas que formuló Henri Falcón en su carta pública de renuncia al PSUV. Esa Venezuela que ayer nació reclama diálogo, inclusión, respeto y, sobre todo, apego a la Constitución.
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