De haber tomado el poder mediante el golpe, ya podemos imaginar el tipo de gobierno que hubiese implantado. Pero allí estuvo CAP. De frente.
Imaginemos por unos instantes que la noche del 3 de febrero de 1992 Carlos Andrés Pérez, ante el alzamiento militar que casi le cuesta la vida, hubiese tomado la determinación de otros gobernantes latinoamericanos en las mismas circunstancias de la accidentada vida republicana de nuestros países: huir o asilarse en una embajada. Lo que hubiese pasado a continuación no es difícil de suponer dada la experiencia del gobierno, este gobierno, que los venezolanos hemos padecido en los últimos once años.
Si el teniente coronel golpista y sus secuaces felones hubiesen derrocado a aquel gobierno legítimo, producto de la voluntad popular, y tomado el poder por asalto en aquella ocasión, nada ni nadie les hubiera puesto freno a sus locuras y ambiciones. Todo los que hemos vivido en estos años en términos de abuso de poder, atropellos, megalomanías, corrupción, violencia política y social, y decadencia economía, habría quedado pálido frente a lo que pudo haber ocurrido.
Pero eso no ocurrió. Hugo Chávez no llegó al poder por medio de la violencia (como ha confesado que hubiese preferido), sino por los votos y por medio de las reglas democráticas que tanto desprecia. El haber llegado en el marco de una democracia (imperfecta como corresponde, pero democracia al fin) le puso desde el principio bridas a sus ambiciones de poder desbordadas. Y en ese detalle está el centro de su dilema: no es sencillo imponer el despotismo revolucionario en democracia. En once años la sociedad democrática venezolana no ha cedido, no se ha rendido.
Y eso, los venezolanos se lo debemos a Carlos Andrés Pérez. Él primero no cedió, ni se rindió ante el embate de la recurrencia dictatorial. No huyó esa noche, ni buscó asilarse en una sede diplomática, como si hicieron en su momento Pérez Jiménez y Juan Domingo Perón. Fue de frente y dio la cara. Un hecho significativo y revelador de su personalidad.
Esa noche-madrugada se activó en él todo el aprendizaje de lucha que asimiló como secretario personal de Rómulo Betancourt en su primer gobierno y en el exilio. Luego como secretario general de AD en el Táchira después del 23 de enero del 58, como Director General y Ministro del Interior, también con Betancourt en aquellos años críticos y decisivos de 1960 a 1963.
De CAP se podrán señalar muchos aciertos y errores como hombre de Estado, pero hoy, en una nueva fecha de su nacimiento, queremos destacar aquel hecho. Pues, como afirma el historiador Manuel Caballero en una semblanza que sobre el personaje publicara hace algunos años: el 4 de febrero de 1992 señala el límite entre el líder político y el líder histórico.
El accidentado final del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, fue una tragedia para Venezuela, (de la que nadie se responsabilizó) en particular para toda la generación de venezolanos que crecimos, nos formamos y maduramos en los noventa y en la primera década de este siglo.
Probablemente el primero en concluir en eso fue el propio Pérez, tal como consta en su último discurso a la Nación como Presidente, cuando aceptó la decisión de la Corte que inició el juicio que finalmente le costó el cargo.
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