Depreciada en un principio y temida luego, hoy la OPEP es parte del orden capitalista mundial; después de todo nunca se propuso acabarlo.
En su libro, “Alzado contra todo”, Domingo Alberto Rangel rememora el viaje en el que acompañó a Juan Pablo Pérez Alfonzo al Primer Congreso Petrolero Árabe, celebrado en El Cairo en abril de 1959; fue en esa ocasión donde la delegación venezolana hizo los primeros acuerdos que al año siguiente darían origen a la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).
Según evoca Rangel, para Pérez Alfonzo con la creación de la OPEP culminaba la obra iniciada por Gumersindo Torres en los años treinta del siglo XX. Pero también describe en su relato, las primeras reacciones de la prensa mundial: cinco países árabes y Venezuela se componían en un complot contra la economía mundial.
Desde entonces la historia de la OPEP ha estado marcada por la polémica: un cartel de países petroleros que han desestabilizado la economía mundial o el único grupo de países subdesarrollados que se han puesto de acuerdo para defender colectivamente sus intereses frente a las grandes potencias.
A su vez, en el mundo petrolero internacional, la figura de Pérez Alfonzo está cubierta por la bruma del mito: un idealista y un pragmático a la vez. Un asceta y un frió calculador.
En realidad, la creación de ese cartel petrolero fue una reacción a los manejos de otro cartel petrolero establecido en 1928: “el acuerdo de Achnacarry” en Escocia, por parte de las celebres “siete hermanas”; las compañías transnacionales que dominaban el mercado petrolero mundial, repartiéndose los mercados y las áreas de influencia. Eran ellas las que fijaban la producción y los precios.
Crear la OPEP fue una decisión de puro pragmatismo. Una operación concebida en buena medida por la dupla Betancourt-Pérez Alfonzo, que se empezó a gestar entre 1945 y 1948, cuando aquellos dos hombres tuvieron su primera experiencia de poder y sentaron la autoría intelectual de toda la política petrolera nacionalista, reformista y moderada que luego fueron aplicando la mayoría de los demás países exportadores de hidrocarburos: participación razonable, uso racional e industrialización del recurso y creación de empresas nacionales de petróleo.
Fue en aquel viaje, donde Pérez Alfonzo y Manuel Pérez Guerrero conocieron al “jeque rojo”, Abdullah Taraki (jefe de la delegación saudí), en el Hotel Hilton de El Cairo. Es allí donde Pérez Alfonzo lo empieza a persuadir que antes de nacionalizar o crear una empresa nacional integrada, primero había que concentrarse en defender la estructura de precios y controlar la producción. Y para conseguir eso, no había otra manera sino coordinar la estrategia petrolera de sus países. Había que adelantar una política global.
Allí, Taraki y Pérez Alfonzo promovieron en secreto el “pacto de caballeros” con los representantes de los otros grandes exportadores de petróleo.
Dadas las circunstancias del momento: en medio de la Guerra Fría, con una frágil democracia entre manos, el apoyo de que Rómulo Betancourt le dio a su ministro de Minas e Hidrocarburos en su diplomacia petrolera fue de una audacia notable.
Depreciada en un principio y temida luego, hoy la OPEP es parte del orden capitalista mundial; después de todo nunca se propuso acabarlo, sino obtener de él, el mayor provecho posible para sus socios. La política del grupo de países liderada por Arabia Saudita es asegurar un suministro suficiente al mercado mundial y mantener unos precios estables del barril de crudo. Y esto, es bastante consistente con el pensamiento reformista de Juan Pablo Pérez Alfonzo y de Rómulo Betancourt.
Aportando 25,5 millones de b/d a los 86,6 millones de b/d de la producción total mundial de petróleo, la carta fuerte de los países miembros de la OPEP es poseer entre todos el 75% de las reservas mundiales por explotar. De este número Arabia Saudita tiene el 25%.
Aunque seguramente Pérez Alfonzo no estaría feliz con el manejo que los gobiernos venezolanos le han dado a la renta generada por el petróleo, la OPEP sí que ha contribuido (tal vez sin proponérselo) a cumplir una de las preocupaciones centrales de su pensamiento: un uso cada vez más racional de un recurso finito por parte de la economía global.
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