Resisto la tentación de profundizar en el análisis de algunos de los gravísimos problemas que ocupan la atención de los venezolanos y de buena parte del mundo. Están referidos al terrorismo y las supuestas o reales conexiones entre la ETA y las FARC, las presuntas operaciones en territorio nuestro, la eventual complicidad o tolerancia del alto gobierno y las correspondientes investigaciones judiciales y policiales de España, Francia y Colombia en pleno desarrollo. Todo ello, y mucho más, vinculado a crecientes evidencias de las actuaciones del crimen organizado al servicio del narcotráfico, operando desde Venezuela hacia el mundo entero. Como no hay secretos eternos, todo se sabe. Las evidencias se multiplican y quienes deberían estar en la primera línea de la colaboración para establecer responsabilidades, guardan extraños silencios o hacen sospechosas declaraciones que incrementan las dudas antes que despejarlas.
Hoy queremos rendir tributo de respeto a Mario Vargas Llosa. Merecía el Nobel de literatura desde hace mucho tiempo. Lo conocí en Caracas en 1967, cuando recibió el premio Rómulo Gallegos por su novela
Sin haber existido intimidad personal, me considero amigo agradecido. Ha sido solidario en algunos momentos de mi vida. Mencionaré sólo dos de ellos. Cuando fui candidato a la presidencia de Venezuela en 1993 y, más recientemente, en los días de la prisión a la que fui sometido por el régimen castro-chavista. Su palabra de apoyo fue un estímulo permanente para mantener la moral en alto y motivadora de corrientes de opinión internas y externas que desembocaron en mi liberación, así mantenga algunas absurdas restricciones judiciales para el ejercicio pleno de la libertad.
En esta nota queremos felicitar a Perú, su tierra natal y a España, país que le otorgó nacionalidad honorífica. Tanto la excepcional obra literaria como sus opiniones políticas, forman parte del patrimonio cultural que uno de los hijos grandes de esta Hispanoamérica nuestra le hace al mundo entero. Vale la pena estudiar esta vida útil.
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