La lección que los venezolanos le dieron al régimen que preside Hugo Chávez genera consecuencias positivas. Tanto en el campo de la oposición, como en el oficialismo. En la primera estamos acostumbrados al debate, a discutir todas las cosas y a buscar entendimientos sobre la base de concesiones en aras de la unidad y del bien del país. La oposición es hija legítima del pluralismo democrático. Hace bien en no entender la unidad como sinónimo de unanimidad, sino como el mayor grado de consenso posible frente a los temas concretos, dentro de un compartir absoluto de los principios y valores fundamentales de la vida en libertad. Analizar los resultados es tarea inaplazable para definir, serenamente, la mejor estrategia par
a la reconstrucción nacional que pasa por la sustitución del régimen. Este es el objetivo. No tengo dudas en cuanto a la sensata administración de un triunfo importante, más no definitivo. El trimestre iniciado está lleno de peligros y amenazas, hasta de tentaciones personalistas o de grupo que podrían dificultar la ruta que conduce al 2012. Serán superados, sin duda.
En el mundo del oficialismo se abre un proceso de revisión a fondo del camino andado desde 1999 hasta el grotesco retroceso provocado por el revés del 26-S. Para muchos los errores están a la vista. También la responsabilidad que en ellos tienen algunos de los más altos cuadros del régimen, empezando por el propio Hugo Chávez. Lo acusan de personalista extremo, de megalómano precoz, de inconsistencia revolucionaria al convertirse, de hecho, en un reaccionario que vive de espaldas a la realidad nacional e internacional. Pretende cambiarlas radicalmente, pero sin conocer la verdadera naturaleza de las mismas, ni la causa de la resistencia activa de las fuerzas motrices del país ante la idea comunista a la cubana. Crece la tendencia que cuestiona el liderazgo unipersonal de Chávez e incluso, sus pretensiones reeleccionistas. Está planteada la posibilidad de que asomen dos o tres nombres como aspirantes a la candidatura del PSUV, como expresión de visiones diferentes que asoman en el panorama interno. Se revierte la corriente del miedo. No físico, sino el temor al futuro político de quienes son identificados como parte del paquete rechazado por el pueblo. Quieren marcar distancia… ¡por si acaso! Ya son parte del pasado. No son comunistas, ni borregos del castrismo, ni tienen vocación de focas a tiempo completo. Las disidencias avanzan.
Chávez tiene sólo dos opciones. Una sería la de analizar las causas de su derrota, administrar las facturas internas asumiendo él la responsabilidad e impulsar un cambio hacia la democracia, el diálogo y el entendimiento nacional. Parece poco probable, pero sería lo inteligente. La otra es radicalizar el proceso. “Fugarse” hacia delante. Puede hacerlo, pero enterraría el proceso, aunque lo haga con las botas puestas. Esta conducta se parece a él. No es un demócrata. Está enfermo de tiranía.
oalvarezpaz@gmail.com
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