La ocasión es propicia para recordar varias cosas que por importantes y actuales no debemos olvidar. Entre ellas destaca no despreciar al adversario. Menospreciar a alguien es poco prudente, pero menos prudente aún es hacer escarnio de su falta de poder y burla de su esfuerzo.
El domingo pasado vivimos una jornada intensa que culminó en expectativa prolongada por unos resultados aritméticos que no llegaban nunca y que, obviamente, todos conocíamos.
Por fin, a las dos de la mañana del día siguiente, lunes 27 de septiembre, la muy oronda Presidenta del Consejo Nacional Electoral salió, acompañada de sus acólitos, a decirnos que había nacido la criatura que todos habíamos oído llorar hacía 8 horas. Hubo pocas celebraciones, el cansancio venció la alegría de todos.
El sistema electoral más perfecto del mundo y su organización electrónica, la más moderna y eficiente conocida en el planeta hasta el momento, orgullo del socialismo del siglo XXI, haciendo gala de olímpico desprecio por la opinión pública, no pudo dar los resultados que todos conocían hasta la madrugada del día siguiente.
Pero así es la cosa aquí. Nada funciona de manera adecuada y al final los esfuerzos de la tecnificación más avanzada, son anulados por las ansias de agradar a los mandamases y de disimular los logros de quienes en su empeño por ser útiles se juegan con esfuerzo su dignidad y el aprecio de sus semejantes.
Pocas palabras bastan al buen entendedor. La mayoría habló y dijo: “Somos mayoría…”
No es bueno ni sano menospreciar a la mayoría.
Le recuerdo a los oficialistas que si desean volver a ser mayoría, tienen que ganárselo otra vez y en esta ocasión el estándar es muy alto y lo será más en el futuro.
La imaginación de las personas está desatada, para bien y para mal. El miedo revolotea. El maléfico instigador de las desgracias políticas está metiendo cizaña. Los escenarios políticos, complicados pero esperanzadores para la oposición, son a la vez ominosos para el oficialismo. El zarpazo del deslave político alcanza al triunfalismo personalista. La Nación ha comenzado a cobrarse en votos la deuda por la ineptitud, la jaquetonería y el desprecio por los valores tradicionales de nuestra sociedad.
La fantasía catastrófica y la desesperanza aprendida todavía anidan en las mentes de algunos. Fantasear desgracias y endosárselas al contrincante es el motivo principal de la campaña oficialista, que no sea igual para quienes hoy somos mayoría. Con la imaginación se pueden alcanzar logros inmensos en calidad y trascendencia, pero hay que trabajar duro y constantemente para lograrlos. No basta con desear, hay que quemarse las pestañas para conseguir las metas. No caigamos en las fantasías catastróficas. La peor de las desgracias no es lo malo que los demás puedan hacer, es la paralización de nuestras acciones por miedo. Tres meses sin la nueva Asamblea es mucho tiempo. La sustitución debió ser inmediata. Nuestra actitud vigilante y decidida es la garantía que necesitamos.
Desde ahora y para siempre debemos entender que en la política actual no hay lugar para devaneos ni fantasías. Sólo el trabajo altruista y solidario conlleva la estimación y aprecio de nuestros semejantes. Conseguir votos es importante, pero más importante es que los votos perduren y que los votantes se sientan parte del esfuerzo conjunto que representan los votados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.