El pasado domingo 26 de septiembre triunfó el pueblo. Más allá del número de diputados elegidos, suficientes para impedir las dos terceras partes de la Asamblea por la que luchaba el régimen en su empeño de destrucción de la República, la votación refleja un profundo rechazo al proyecto castro-comunista que se quiere imponer, un castigo implacable a los responsables del fracaso gubernamental, a la ineficiencia y a la corrupción infinita de quienes se apartaron del camino constitucional y de toda manifestación de decencia. Pero también, la votación general es una manifestación de esperanza, de fe en un futuro que debe empezar a construirse desde el presente con los instrumentos disponibles.
Desde esta tribuna expresamos, una vez más, nuestro reconocimiento a la labor cumplida por la Mesa de Unidad Democrática. Con las naturales imperfecciones conocidas condujo un proceso difícil, superando el descarado e inmoral ventajismo oficial. Sus cuentas son satisfactorias. Tengo la certeza de que los diputados elegidos serán verdaderos guerreros por la libertad y el orden constitucional. Auténticos representantes de un pueblo distribuido en estados y municipios que aspiran gozar de la autonomía que les corresponde. Venezuela no es, ni será nunca, un país comunista, ni socialista a la cubana, aunque se disfracen las intenciones. Si Hugo Chávez no entiende la trascendencia del resultado, terminará perdiéndolo todo. La cuenta regresiva de su presidencia está en marcha y podría acelerarse, de continuar trabajando en línea contraria al interés nacional.
La unidad electoral que nos condujo a las pasadas elecciones, tiene que transformarse ahora en un gran movimiento de Unidad Nacional, capaz de concentrar a todas las organizaciones y personalidades que compartan los principios generales del estado democrático y que estén dispuestos a luchar por la dignidad de la persona humana, la perfectibilidad de la sociedad civil y la justicia social indispensable para el bien común. Deberá ofrecer espacio para actuar cómodamente desde la centro derecha hasta la centro izquierda, evitando radicalismos inútiles. Para lo que viene hay que abandonar todo personalismo, ambiciones prematuras, partidismos insensatos, intereses de grupo y centrarse en las tareas de construcción de la Venezuela posible. Cada quién desde su perspectiva y circunstancias, pero unidos en lo fundamental.
El estado tiene que ejercer la representación jurídica y política de la nación como entidad sociológica, es decir de la gente, a pesar de que quien se desempeña como su Jefe, pretenda utilizarlo como instrumento para controlarla y someterla. Esto es contrario a su razón de ser. La nueva Asamblea tiene la responsabilidad de garantizar el respeto institucional a esa nación esperanzada. Unidad nacional es la consigna de hoy. Ofrecemos el concurso de nuestros modestos esfuerzos para alcanzarla. Los partidos tienen la obligación de revisarse y relanzar sus plataformas para fortalecer la democracia, sin perder la visión de patria común.
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