viernes, 6 de agosto de 2010

SOCIALISMO ¿PUEDE HABER UN DESPUÉS DEL SOCIALISMO ? // ALAN CHARLES KORS,

El objetivo del socialismo era cosechar los frutos comunes de la cultura, la ciencia, la creatividad, por haber abolido la propiedad privada y los mercados libres, y abolir también la tiranía humana. Apelando a la intervención del Estado, el comunismo intentó crear esta sociedad socialista. Lo que en realidad ocurrió fue la conquista del poder por un grupo de déspotas inhumanos: Lenin, Stalin, Mao Tse-tung, Kim Il Sung, Ho Chi Minh, Pol Pot, Castro, Mengistu, Ceausescu, Hoxha, etc. etc. Los invito a discutir qué le sucedió a estos tiranos, qué lecciones hemos aprendido de ellos y qué clase de mundo pudiera emerger de la pérdida de confianza en el comunismo. Sin embargo, hay un problema: los cadáveres.

Estamos rodeados de inocentes asesinados y el número de los mismos no deja de crecer. No se trata de los miles de muertos de la Inquisición ni de los miles de norteamericanos que fueron linchados. No son los seis millones que exterminó el régimen nazi. La más actualizada suma arroja resultados que la mente humana se resiste a aceptar: millones de millones de millones de cadáveres en todo nuestro entorno. Si contamos los que murieron de hambre durante los experimentos comunistas (de veinte a cuarenta millones en tres años solo en China), podemos agregar todavía cientos de millones más. Fusilados, muertos por exposición deliberada a ciertos elementos perniciosos, muertos por hambre, asesinados en los campos de concentración y en las prisiones, para obtener de ellos hasta el último esfuerzo de sus músculos exhaustos y después matarlos. Y en todo nuestro derredor padres sin hijos, viudas, viudos, huérfanos.

Jamás ninguna causa en la historia de la humanidad ha producido tantos tiranos de sangre fría, tantos inocentes eliminados y tantos huérfanos como el socialismo con poder. Superó exponencialmente a todos los sistemas de producción produciendo muertos. Los cadáveres nos rodean. Y he aquí el problema: nadie los menciona, nadie les rinde tributo, nadie reza por ellos. Nadie se ha suicidado por haber sido un apologista de los que hicieron todo esto. Nadie paga por ellos. A nadie se le persigue para que rinda cuentas por ellos. Es exactamente lo que Solzhenitsyn reveló en El Archipielago Gulag: No, nadie tendrá que dar respuesta alguna. Nadie será investigado. Y mientras eso no suceda no habrá un después del socialismo.

El Occidente acepta una época monstruosa y un imperdonable doble estándar. Repasamos los crímenes del nazismo casi a diario, se los mostramos a nuestros hijos como la más fundamental enseñanza histórica y moral, y damos testimonio sobre cada víctima. En cambio, somos, con muy pocas excepciones, casi totalmente mudos sobre los crímenes del comunismo. Así que los cadáveres permanecen inadvertidos por nosotros. Insistimos en la des-nazificación y condenamos a los que tuvieron algo que ver con ella, en nombre de una nueva o emergente realidad política. Pero no ha habido ni habrá nunca un des-comunización similar, a pesar de que la matanza de inocentes es exponencialmente mayor, y los que firmaron las órdenes y administraron los campos de concentración aún viven. En el caso del nazismo, perseguimos a ancianos de noventa años, porque los huesos de los muertos reclaman justicia. En el caso del comunismo, insistimos en que no habrá cacería de brujas: que los muertos entierren a los vivos. Pero sucede que los muertos no pueden enterrar a nadie.

Nuestros artistas están obsesionados con el menor, pero siempre inmedible, Holocausto, en una actitud que ha durado varios años, y cuando vemos películas como Noche y niebla, La lista de Schindler y muchas otras, lloramos, nos lamentamos y re-dedicamos las partes humanas de nuestras almas. En cuanto al holocausto comunista, que duró décadas -constituyendo el mayor osario de la historia humana- no tiene lugar en este tipo de arte. El único conmovedor y modesto film, Un día en la vida de Ivan Denisovich, basado en la novela de Solzhenitsyn, casi nunca lo

repiten y no está a la venta. Elholocausto comunista debería haberse convertido en un renacimiento del arte occidental como un testimonio apasionado. Debería haber provocado mares de lágrimas. Pero no hay en torno a él más que la frialdad de un témpano de hielo. Jóvenes que en los sesenta tenían retratos de Mao o de El Ché en sus dormitorios universitarios, equivalentes a los de Hitler, Goebbels u Horst Wessel, ahora les enseñan a nuestros hijos la superioridad moral de su generación. Todo texto histórico se demora largo tiempo sobre los crímenes del nazismo, busca las raíces de sus causas y anuncia una lección que debe ser aprendida. Todos conocen el número seis millones.

Por el contrario, poco saben de los errores del comunismo o del estalinismo. Pregúntele a cualquier estudiante de primer curso universitario cuántos murieron bajo el régimen de Stalin y responderán, aún hoy en día: Algunos miles”…

Por lo tanto, los muertos permanecen entre nosotros ignorados y, dada la ausencia de nuestra conciencia moral, salen desnudos de nuestras pantallas del cine y televisión, cruzan atenazados de dolor por nuestras aulas, y se desparraman por nuestra política y nuestra cultura. Se sientan a nuestro lado en nuestras conferencias. No pudo haber un después del nazismo sin reconocimiento, pago de cuentas, aplicación de justicia y rememoración sentida. Hasta que no reconozcamos a los muertos del comunismo, no habrá un después del comunismo.

El argumento es contundente. El socialismo, si realmente hubiera tenido los medios paraplanificar una sociedad, para proseguir eficazmente su visión de abolir la propiedad privada, la desigualdad económica, y la asignación de capital y bienes a través de mercados libres, habría culminado aplastando la libertad individual, económica, religiosa y de asociación política. La colectivización de la agricultura causó por sí sola una increíble miseria, mucho sufrimiento, escasez y un desprecio de la propiedad como fruto del trabajo. Fue, en el mejor de los casos, la habilidad a través del terror y la servidumbre de construir la ciudad de Gary, en Indiana, sin bienes satisfactorios y sin la posibilidad de sostenerla.

Para ser seres morales, debemos reconocer debidamente unos hechos tan horrorosos y ser testigos responsables en estos tiempos tan funestos. Mientras el socialismo -igual que el nazismo y el fascismo- no acepte la realidad vivida en él, consistente en las más grandes atrocidades de toda la historia humana, no viviremos un después del socialismo.

Esto no sucederá. Los intelectuales de Occidente parecen comprometidos con una posición adversa a la cultura de mercados libres y derechos individuales, en la cual se ha logrado la más grande disminución del sufrimiento, la mayor liberación de la miseria, la ignorancia y la superstición, y el mayor incremento de la generosidad y las oportunidades en la historia del género humano. Esta patología les permite a los intelectuales de Occidente ignorar el Everest de cadáveres de las víctimas del comunismo sin derramar una lágrima, sin ningún escrúpulo, sin remordimiento, sin un acto de contrición o una revaluación de su ser, alma y mente.

El comportamiento de los intelectuales de Occidente ante los logros de su propia sociedad, por un lado, y el ideal socialista y, más aún, la realidad socialista, por otro, nos quita el aliento. En medio de una movilidad social sin precedentes en el Occidente, ellos hablan de casta. En una sociedad abundante en bienes y servicios, ellos hablan de pobreza, de consumismo. En una sociedad cada vez más enriquecida, variada, productiva, autodefinida y con una vida más plena, ellos hablan de enajenamiento. En una sociedad que ha liberado a la mujer, a las minorías raciales, religiosas, de homosexuales y lesbianas, hasta un punto que nadie pudo haber soñado hace apenas cincuenta años, ellos hablan de opresión. En una sociedad en la que millones han sido parásitos a costa del riesgo, el conocimiento y el capital de otros, ellos hablan de la explotación de los parásitos. En una sociedad que rompió, con base en el mérito, esas aparentes cadenas eternas de condición por nacimiento, ellos claman injusticia. En nombre de mundos de fantasía y perfecciones místicas, se han cerrado al milagro de los derechos individuales, la responsabilidad individual, el mérito y la satisfacción humana de Occidente. Como Marx, usan la palabra libertad entre comillas, como si en Occidente no existiera o pudiera ponerse en duda.

Irónicamente, por supuesto, las principales tradiciones del socialismo y el comunismo reclaman credenciales marxistas y los marxistas tenían un argumento acertado: tenemos que juzgar a los sistemas humanos, en último análisis, no como teorías y abstracciones ideales, sino como historia práctica y real. Con una incalificable mala fe, aplicaron esta medición a todo menos a lo que supuestamente les atañía más quecualquier otra cosa. De un rincón al otro de la tierra, los intelectuales marxistas, los propagandistas, los profesores y los apologistas nunca compararon al mundo socialista con las sociedades más o menos liberales de Europa Occidental y de Norteamérica. Compararon una sociedad perfecta, de ficción, que nunca existió, con una sociedad imperfecta, pero que había logrado verdaderas maravillas. A los marxistas les encantaba denunciar tal antirealismo como idealismo filosófico, cuando lo denunciaban en otros. Fueron ellos, sin embargo, los que fingieron un mundo ideal de su propio quehacer; fueron ellos los que siempre actuaron como los más antirealistas de todos. Es menester ahora que la evidencia histórica desenmascare al marxismo, que sus herederos (los antioccidentales posmodernistas de la izquierda cultural) confiesen ese antirealismo explícitamente, como un estado mental elegido por ellos.

¿Qué debería haber ocurrido después del socialismo? La lista es larga:

Una epifanía anticomunista. Un festival de celebración. Un florecimiento de estudios comparativos sobre ellos y nosotros. Una escrupulosa rendición de cuentas sobre la realidad comunista en lo político, económico, moral, ecológico, social, cultural, etc. (¡Qué no quisiera uno saber!). Una re-dedicación a los principios que sustentan las diferencias de nuestro lado. Un determinado número de cosas profundas, angustiosas, y un examen del espíritu con mea culpa de aquellos que, sin malicia, han estado tan trágicamente equivocados. Una sensible agudeza de juicio sobre la naturaleza y las políticas de los regímenes comunistas aún existentes. Una revisión de la trayectoria. Elreconocimiento del valor inefable de un verdadero gobierno con poderes limitados.

Precisamente, para evitar la revitalización de los valores clásicos liberales, nuestros profesores, los medios informativos y los cinematográficos soslayan una indagación que los tiempos exigen urgentemente. Porque faltan las lecciones necesarias sobre el conocimiento y la verdad, no se revisa la trayectoria. A pesar del total desprecio intelectual de una sociedad y una civilización libres, un determinado número de instituciones y una constelación de ideales han servido de base para el florecimiento de las humanidades y las ciencias sociales. Esto es un proceso acelerado, cada vez más evidente, y ya no existe ninguna excusa intelectual para ignorar ciertas verdades.

Sabemos que el intercambio voluntario entre personas moralmente responsables en un Estado de derecho se traduce en prosperidad y en una diversidad incomparable de opciones. Este modelo favorece el fortalecimiento de la individualidad y el ejercicio de libertad. Como contraste, los regímenes con planificación centralizada crean pobreza y dan lugar a una inevitable evolución hacia el totalitarismo y a los peores abusos del poder. Las sociedades dinámicas con mercado libre, conformadas según el patrón de los derechos individuales, han reivindicado exitosamente la concepción de la libertad y la dignidad a favor de grupos hasta hoy marginados. El experimento socialista, en cambio, terminó en estancamientos, odios étnicos, ausencia de las más mínimas condiciones para la renovación económica, social y política, un categórico desprecio de la individualidad y los derechos de las minorías. Nuestros hijos no son capaces de hacer esta comparación.

En lo que respecta a los mea culpa, los esperamos en vano de aquellos que aducen no haber tenido conocimiento de los hechos y siguen prefiriendo no conocerlos. Que los intelectuales de Occidente recuerden, repitan el Réquiem de la poetisa rusa Anna Akhmatova, escrito durante el terror estalinista: “Los recordaré por siempre y en todas partes; no los olvidaré jamás, no importa qué me depare el destino. Los cadáveres demandan que se salden las cuentas, una disculpa y un acto de contrición. Sin esto, no habrá un después del socialismo”.

Nota del Editor: Alan Charles Kors escribió este artículo para la revista Navigator, del Objectivist Center de Poughkeepsie, Nueva York, en su edición del mes de septiembre de 2003. Reproducido con autorización. Traducción de Roberto Ríos.

Osmel Brito

osmel.brito@iesa.edu.ve

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