Hablábamos hace poco de las particulares condiciones en las cuales se aproxima el oficialismo a estas elecciones. Las técnicamente inéditas elecciones parlamentarias.
El último round comicial fue nuevamente para el chavismo, aunque a mucha gente le fue quedando claro que el cruce a nado de las citas electorales le ha permitido a la disidencia democrática recortar lo que hasta hace poco era una ostensible ventaja en contra.
Es mucho lo que ha sucedido en el breve recorrido de poco más de un año que media entre la cita de febrero de 2009 y el día de hoy. Especialmente en lo que va de año: desde entonces se hizo evidente la crisis del servicio de la luz; el gobierno devaluó la moneda; estalló, por partes, el escándalo de Pdval; comenzaron a escasear los dólares; quedó claro que la recesión nos visitará por un largo tiempo y se hizo patente la crisis del Metro de Caracas.
Todo lo anterior mientras nos hacen compañía los males nacionales que ya forman parte de nuestro folclor, como la delincuencia, la inflación y la escasez en los automercados.
Las fuerzas democráticas han pagado caro el costo de sus sonoras equivocaciones en años recientes. Las fuerzas del chavismo pretenden que ese costo siga vigente, y por supuesto que se niegan a asumir el propio: por eso siguen hablando, ocho años después, de la crisis de abril de 2002.
La paciencia adquirida para surcar las aguas electorales, reconstruir su propuesta a la nación y encontrarle una salida a el grave problema que le ha planteado el gobierno el país, no son asumidas por la dirección de la MUD con el objeto de ganarse indulgencias de nadie ni obtener diplomas de tolerancia por parte de sus adversarios.
La candidatura de Manuel Rosales en 2006 significó la reconstrucción de una propuesta del liderazgo civil y la aceptación definitiva e irreversible de las herramientas que ofrece el actual marco constitucional para que los venezolanos zanjen pacíficamente el grave problema, el tremendo malestar existente en el país dividido entre dos bandos con un enorme y preocupante encono.
En las primeras de cambio, el chavismo comenzó por reconocerlo públicamente porque le interesaba terminar de aislar a las fuerzas abstencionistas y radicales que le arruinarían el retrato electoral ante la comunidad internacional.
El discurso de reconocimiento quedó abandonado conforme se volvió una obsesión profundizar la revolución y olvidarse de la Constitución, y en la misma medida en que las fuerzas de la oposición comenzaron a demostrar que no estaban pintadas en la pared: el camino electoral no ha sido escogido para hacer comparsas y mamar gallo, sino para avanzar y conquistar el poder pacíficamente.
Luego de aquella clara derrota de 2006, se obtuvo la primera victoria, la de 2007. Se superó la barrera de los 40 puntos; se reconquistaron importantes espacios regionales, como la capital, el municipio Sucre y los estados Táchira y Miranda; y se mantuvieron otros que el gobierno creía ganados, como el Zulia.
Ahora que han comprobado que pueden salir trasquilados sin conspiraciones ni violencia, sin retratos de victimas y fábulas heroicas, sino a partir de sus propias falencias, luego de pasarse 11 años prometiendo un país que no se materializa en los hechos, no queda sino jugarse la última carta.
El clásico imperdible de la izquierda clásica: el expediente de la paranoia. Nos van a invadir mañana; al presidente lo quieren matar antes de las elecciones, está en marcha un golpe militar. Un tropel de agentes de la CIA conspiran contra la patria sagrada. Quisieran ser víctimas de un emocionante cuadro que los ponga en alerta, parecido al 11 de abril. No se dan cuenta que ese tiempo no volverá jamás
Si no hay conspiraciones tendrán que inventarlas.
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