Por lo visto, hasta el 26 de septiembre, el país tendrá que soportar a un Hugo Chávez desesperado, multiplicando las becas, presidiendo graduaciones masivas, reinventando misiones e inaugurando por tercera vez la sala de algún hospital abandonado, con la sola excusa de promover, mediante abusivas cadenas, a los candidatos chimbos de su partido y hasta ni habla de su responsabilidad de la comida podrida que ha dejado a millones de venezolanos sin los productos esenciales.
Pero al mismo tiempo aparece un Hugo Chávez que tratará de imponer el terror a los adversarios, desmoralizando a los que apuestan a la posibilidad del triunfo y desmovilizando a la franja de potenciales electores indecisos que a casi dos meses del día D no saben a quién privilegiar con su voto.
Se trata sin dudas de una estrategia militar, concebida para la guerra, en un intento vano por crear una atmósfera de imbatibilidad, mientras nubla la iniciativa al contrario robándole la posibilidad de transmitir mensajes y propuestas constructivas, con una desconfianza tal que les parezca un absurdo salir a la calle para pregonar que los venezolanos han dicho basta.
Si se observa bien la sucesión de cortinas de humo, que se expresan en forma clara con la pelea en solitario contra el cardenal Urosa, o la tesis del nuevo Juan Manuel Santos víctima del boicot de Uribe o el deplorable show de la exhumación de los restos del Libertador, a cualquier ciudadano de a pie no se le hace difícil comprender que a Miraflores no están llegando las encuestas que la revolución desearía ver.
En circunstancias como éstas, hasta los mismos dirigentes del PSUV se privan; no saben cómo actuar y dejan que sea el Presidente el que dicte la pauta, por muy descabellada que la acción pueda parecerles.
Lanzarse a una batalla sin fin contra la Iglesia, tildándola de golpista, oligarca y aliada del imperio, mientras las autoridades eclesiásticas le responden con el silencio, lo que le crea más angustia, y terminan por dejarlo hablando solo, está llevando al presidente Chávez al camino de una mayor radicalización de su gobierno y, por ende, a darle la razón a quienes lo acusan de llevar al país a una dictadura comunista.
No se trata de vender falsas ilusiones, pero es obvio que la manera desbocada con la que el presidente Chávez se ha manifestado en las últimas semanas presagia resultados electorales poco convincentes para su proyecto autoritario.
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