Como dicen en España, la mentira tiene patas cortas y se agarra más rápido a un embustero que a un cojo. Sin embargo, el ejercicio de la mentira se ha convertido no ya en un arte cortesano, sino en una lacra de la democracia en el mundo desarrollado. Pero cuando un régimen persigue a los medios de comunicación, los acorrala con expropiaciones, juicios a los periodistas, cierre de emisoras, palizas en la calle a los reporteros y exclusión total de las ruedas de prensa a las que sólo acceden (gracias a Dios) las agencias internacionales, entonces el público comienza a preguntarse dónde está la fulana democracia socialista inventada por la oligarquía militar.
Lo que estamos viendo ahora con la supuesta guerra con Colombia debe llamarnos a reflexión porque se trata de una vasta operación de propaganda para demostrar que los colombianos son los agresores de Venezuela. Así, el gobierno bolivariano apenas logra evitar la guerra proponiendo un plan de paz que el incapaz Maduro lleva por Suramérica en su "mochila indígena" para demostrar que somos víctimas, cuando todo parece indicar, de acuerdo con las pruebas presentadas, que no sólo colaboramos por debajo de la mesa sino también, peligrosamente, por encima de ella con quienes subvierten la institucionalidad colombiana.
La capacidad de mentir del Gobierno no puede calificarse sólo en lo político sino también en lo militar, lo regional y lo económico y, lo que es peor, en lo que respecta a la soberanía del territorio. Veamos por qué las afirmaciones chavistas ponen en peligro la vida de millones de colombianos y de venezolanos, que antes de llegar Chávez al poder convivíamos como hermanos.
Nos trasladábamos por una autopista binacional que no requería alcabalas ni interferencias policiales o militares. Hoy, ese ambiente está hecho añicos sin que exista una razón valedera ni convincente para que la gente común, los comerciantes, los industriales exportadores ni los sectores culturales, que se habían hermanado con Venezuela de múltiples maneras, entiendan una ruptura loca.
Ahora, los expertos cubanos en propaganda deciden inventar una pelea personal entre Uribe y Chávez. "Se odian", dice Maduro, y las cancillerías de Unasur se ríen y seguimos haciendo el ridículo internacional. La verdad la puso de manifiesto El Nacional al publicar una serie de reportajes sobre la presencia narcoguerrillera en Perijá. Allí se comprueba que los guerrilleros (a quienes los lugareños llaman "los botas de goma") hasta depositan y retiran dinero en los bancos de la región.
Lo que el gobierno venezolano y los militares han debido hacer, si realmente estaban indignados por las mentiras de Uribe, era abrir a la prensa el acceso a esos sitios donde la supuesta perfidia colombiana inventaba la presencia de la narcoguerrilla. Lo soberano era darle a los medios de comunicación toda la libertad para rastrear y desmontar la estrategia de propaganda de Colombia.
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