El teniente coronel no halla qué ni cómo hacer para evitar que el desbarajuste en el cual él convirtió al país, se le venga encima y termine por triturarlo. Tal es caos que ha sembrado por todos lados, que los gobiernos anteriores a 1999, incluso aquellos que podrían considerarse los peores, deslumbran frente a la improvisación, irresponsabilidad y corrupción que muestra la administración Chávez.
El 26 de septiembre luce como una fecha en la que el mismo pueblo que antes lo aclamó, cobrará venganza con su voto por la manera como el comandante desperdició la bonanza petrolera. Le reclamará la inseguridad personal, el desastre de los servicios públicos –especialmente lo que sucede con la electricidad en el interior del país y con el metro en Caracas-, la inflación desaforada en los alimentos, la falta de viviendas, el deterioro de la infraestructura vial, el drama de los hospitales y de la salud en general, los ataques sostenidos e inclementes a la propiedad privada –las expropiaciones, confiscaciones y embargos caprichosos- y la corrupción desaforada, convertida en emblema con el caso de Pudreval, metáfora de un gobierno que mezcla en dosis iguales la incompetencia y la maldad. Lo peor es que todas esas calamidades se combinan en un conjunto al que el caudillo ha denominado socialismo del siglo XXI, pero que en realidad no es otra cosa que el mismo comunismo de siempre: un coctel de estatismo, autoritarismo, colectivismo, centralismo, militarismo y demagogia. Además, el marxismo, aderezado con gotas de bolivarianismo, convertido en religión laica. Pensamiento único, intolerancia, sectarismo.
El fracaso de su gobierno, Chávez pretende encubrirlo con hechos noticiosos cada vez más extravagantes, pero nada le sale bien. Ser el centro de la noticia no siempre genera réditos. La cita del 26-S trata de transformarla en plebiscito en torno de su figura y su gestión como Presidente. “Vienen por mí” es el grito desesperado y lastimoso del hombre carente de resultados concretos, que se da cuenta de que el mundo se le viene abajo, porque –al igual que en la parábola de los talentos- los recursos y el poder que el pueblo le entregó –muchos más de cinco talentos, por cierto- los desperdició, los malbarató, con sus amigotes comunistas -Fidel Castro, Daniel Ortega, Evo Morales- y con otros panas más pragmáticos, pero igualmente aprovechadores, Rafael Correa y la dupla Kirchner. El comandante, en medio de su desconcierto, concibe jugadas estrafalarias cuyos resultados lo perjudican aún más.
Las dos últimas -agredir al cardenal Urosa Savino y a la jerarquía eclesiástica, y romper relaciones con Colombia- no parecen muy acertadas. La respuesta del prelado de la Iglesia Católica frente a los improperios desconsiderados del Presidente y de los diputados fue serena y firme. Su intervención en la Asamblea Nacional fue una lección de aplomo y consistencia. No se anduvo por las ramas, como los voceros del oficialismo, quienes pretenden imponer el comunismo, pero lo edulcoran con eufemismos.
Quieren hacernos sentir a los venezolanos como imbéciles, incapaces de distinguir entre los horrores de la dictadura y las bondades de la democracia; entre los peligros de la propiedad estatal y colectiva y las virtudes transformadoras de la propiedad privada.
El Cardenal llamó a las cosas por su nombre: el marxismo es una doctrina totalitaria; el Presidente se declaró marxista y la dirección que le está imprimiendo a su gobierno apunta hacia allá; las leyes que discute y aprueba la Asamblea Nacional poseen un claro sesgo comunista. No hay lugar para los sofismas.
Su mensaje es claro, por eso ha penetrado en las capas católicas y no católicas de la población. Urosa Savino le dio una clase magistral de comportamiento e inteligencia al jefe de Estado. La otra jugada, la ruptura de relaciones diplomáticas con Colombia, estuvo rodeada de tanto melodrama que al país no le ha gustado. Los venezolanos sabemos de la hermandad entre Chávez y su gobierno con las FARC y el ELN
Esos amoríos han sido expresados públicamente. Los reconocimientos a Marulanda, a Raúl Reyes, al Secretariado de las FARC, el apoyo a Rodrigo Granda, son ampliamente conocidos. En vez de tanto sainete, el país esperaba que Chávez condenara a las FARC, rompiera con ellas y apoyara la lucha que la democracia colombiana libra contra esos desalmados. Pero, pudieron más las vecindades ideológicas. Ahora tiene en contra a los millones de colombianos que viven en Venezuela y que él mismo ceduló. Otra mala jugada. El gran estratega no pega una.
trino.marquez@gmail.com
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