viernes, 6 de agosto de 2010

CUANDO LOS TAMBORES DE GUERRA DESAFINAN, CARLOS MALAMUD

(Infolatam) Con suma tristeza el presidente Chávez le confesaba a Elías Jaua, su vicepresidente, que estaba revisando los planes de guerra de su país ante el estallido de un posible conflicto bélico con Colombia. La tristeza de Chávez podría deberse también a la suspensión de su viaje a Cuba para participar en los festejos del 26 de julio y encontrarse nuevamente con el ya repuesto, aunque sumamente avejentado, Fidel Castro.

Si bien la revisión estratégica se hizo casi en secreto, para no alarmar al país, el estado de ánimo y los planes guerreristas del mandatario bolivariano fueron propalados a todo el territorio nacional en una entrevista televisada. Más allá de lo anómalo que resulta que la persona a cargo del Ejecutivo se haga cargo de estas tareas prebélicas y no el Estado Mayor, habría que preguntarse por las posibilidades que tiene el actual conflicto bilateral de convertirse en una guerra abierta entre Colombia y Venezuela.

En los últimos días los tambores de guerra, que resuenan sólo de un lado de la frontera, han sido acompañados de movilizaciones unilaterales de tropas y armamento al potencial foco de conflicto. También por denuncias de violaciones del espacio aéreo por un helicóptero colombiano o movimientos de navíos y aviones estadounidenses cerca del territorio venezolano.

Los ecos de los tambores bélicos dejan traslucir insultos de grueso calibre. Poco después de anunciar, por dignidad, la ruptura de relaciones con Colombia, Chávez se refirió a la situación bilateral en los siguientes términos: “A una guerra con Colombia habría que ir llorando, pero habría que ir. Hago responsable al presidente Uribe, enfermo de odio, porque él se va caminando al basurero de la historia, para allá va directo. Ficha del imperio yanqui, terminó aislado en este continente”.

Chávez, en defensa de la dignidad y la soberanía nacional, estaría dispuesto a pagar cualquier precio frente a las agresiones foráneas. Pero, ¿hasta dónde está dispuesto a llegar realmente? Todo indica que la enésima apelación a las pulsiones nacionalistas venezolanas está directamente relacionada con las elecciones parlamentarias de septiembre próximo. A diferencia de lo ocurrido en 2005, cuando la oposición se hizo el harakiri político y se abstuvo de participar, entregando el control total del parlamento, en 2010 las cosas han cambiado. La oposición va prácticamente unida en la gran parte del país. Si bien hay que poner en cuarentena sus posibilidades de éxito por la ilimitada disponibilidad de recursos (económicos, mediáticos y de todo tipo) a disposición del oficialismo, la persecución de connotados líderes opositores (algunos en la cárcel, otros en el exilio), y el nuevo sistema electoral que sesga los resultados en beneficio de los candidatos del gobierno, el solo hecho de la competencia electoral es una amenaza para el proyecto bolivariano.

Para movilizar a los suyos Chávez necesita batir ardorosamente los tambores de guerra (y también exhumar a Bolívar). El general Perón decía “todo en su medida y armoniosamente”, una idea aplicable en este caso, no sea que la guerra finalmente estalle. Y si estalla la guerra el futuro de Chávez y de su proyecto “revolucionario” estará en el aire. Ante la presencia de ejércitos occidentales en zonas de conflicto es frecuente escuchar la pregunta: ¿cuántos muertos (estadounidenses, británicos, franceses, españoles o de cualquier origen) es capaz de aguantar la opinión pública?

La misma reflexión cabría hacerla para el caso venezolano. Una cosa es movilizar a la reserva (con armas descargadas, eso sí, no sea que alguien dispare para donde no debe) o jugar con el concepto de “pueblo en armas” y otra es ir a la guerra de verdad. No es lo mismo sujetar a los militares venezolanos con valiosas prebendas, corrupción y control férreo de los servicios de inteligencia con presencia cubana, que convencer a los mismos militares de que estamos frente a una guerra justa. ¿Cuál es la capacidad de aguante de unos y otros? De ahí que no haya demasiado margen, más allá de los imprevisibles que también pueden ocurrir en un escenario como éste, para que el conflicto escale a una guerra bilateral o regional.

El entorno regional tampoco ayuda la deriva belicista, como prueba el fracaso de los cancilleres de Unasur a la hora de resolver el entuerto. El humor negro del presidente Lula, que calificó el conflicto como “una cuestión personal” de Uribe y Chávez, prácticamente no fue reído por nadie. Es más, en esta ocasión Colombia ha estado menos aislada que cuando se discutió la cesión colombiana a Estados Unidos de una serie de instalaciones militares. Prueba del fracaso estrepitoso de Unasur es que Néstor Kirchner, el teórico y casi siempre ausente Secretario General de la organización, ni siquiera se molestó en acudir a la cita.

Dicen que para bailar el tango hacen falta dos. Colombia no quiere, pero más allá de su retórica marcial y del batir de los tambores de guerra, es bastante probable que Venezuela tampoco. De ahí que sólo queda cruzar los dedos hasta las elecciones del próximo 26 de septiembre, esperando que nada se desboque ni se salga de madre. Sólo después podrán sentarse las bases para que el diálogo entre Juan Manuel Santos, el nuevo presidente colombiano, y Hugo Chávez adquiera algo de sustancia.

Fuente: Infolatam

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