A falta de mejores ideas a Giordani se le ha ocurrido decretar la ruina de los ahorristas venezolanos
La Dimensión Desconocida (THE TWILIGHT ZONE) fue una de las series más exitosas de los sesenta. Desde el comienzo gozó de una enorme popularidad, convirtiéndose en eso que en televisión se llama "una serie de culto": seguida por un grupo numeroso y bien diferenciado de televidentes, con fervor religioso. Su éxito se le atribuye al haber sido el primer programa en invitar abiertamente a pensar más allá de los límites de la realidad. Cada episodio recreaba un relato de fantasía, terror o ciencia ficción, en un contexto sobrenatural y misterioso, rematado por un final sorprendente.
No he visto nada que se asemeje más a lo que nos viene pasando por estos días. Nuestra realidad, esa rápida sucesión de imágenes, no encaja dentro de nuestros patrones y nos continúa sorprendiendo. El "no vale, yo no creo" es acaso su expresión más pura. Tampoco se nos puede culpar. Como suele decir uno de los técnicos más exitosos del fútbol venezolano, Walter Cata Roque, "no hicimos más, porque no sabíamos más".
El nuevo esquema cambiario es apenas una prueba más. El gobierno ha creado una suerte de Cadivi de segundo piso en el BCV. La administración de este esquema, el conjunto de requisitos, trabas y restricciones, es todavía más grotesca que la del propio Cadivi. Como suele ocurrir, lo más importante es lo que no se dice. Se quedan por fuera todas las empresas que deseen convertir a divisas sus utilidades, y más aún, todas las personas que deseen proteger sus ahorros. A falta de mejores ideas, a Giordani se le ha ocurrido decretar la ruina de los ahorristas venezolanos, colocándolos ante la incómoda elección de mantener sus bolívares a tasas de interés entre 12% y 15% (mientras la inflación supera el 30%) o acudir a un mercado ilegal en donde corren el riesgo de enormes multas e inclusive de cárcel. Esa ruina gradual es a lo que Ricardo Sanguino se ha referido con el ingenioso término del "ahorro social".
Pero esta sorpresa es nada cuando se le contrasta con el saqueo del que han sido testigo los trabajadores de las empresas intervenidas, ocupadas o estatizadas. Los "nuevos" ejecutivos trabajan un día sí y dos no, obstaculizan la actividad productiva y disfrutan de los sueldos, puestos de estacionamiento y oficinas de los "oligarcas" que suplantaron. Allí permanecen, succionando recursos que no tienen capacidad ni tampoco disposición de generar, hasta que los agotan y salen en búsqueda de su próxima fuente.
La complejidad, y nuestra propia falta de familiaridad con un entorno de esta naturaleza, hace lucir como inútil no sólo cualquier intento de predicción, sino acaso también cualquier esfuerzo de prevención. Si esto sigue su curso el final que se nos viene no tendrá nada de sorprendente, se puede adivinar sin ninguna dificultad leyendo sobre la experiencia de otros con este set de ideas muertas. Pero ya va siendo hora de que sepamos más. No se puede combatir lo que no es convencional, con ideas convencionales. Hace falta una mirada distinta, menos especializada y más multidisciplinaria, más ágil, una nueva forma de estructurar nuestra capacidad de respuesta, si de lo que se trata es de rematar este episodio con un final sorprendente.
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