De ese misterioso partido de Estado, rémora de los engendros orgánicos paridos por los dictadores necesitados de un parapeto semi politológico como esa quisicosa llamado PSUV, se puede decir una gran verdad: existen, después de inflados por el caudillo, hasta que ambos se desinflan – caudillo y parapeto. Lo que puede ocurrir diacrónica o sincrónicamente. A veces se le revienta el pulmón al caudillo y no hay quien infle la esmirriada bomba partidista. Otras veces, el globo se revienta solo y cuando menos se espera. Lo lógico es que ambos vuelen por los aires expelidos por sus emanaciones gástricas.
Es lo que parece estar sucediendo en la Venezuela del realismo mágico, esa que parió de la nada una militancia activa y combatiente tan poderosa como la del PCUS en los mejores tiempos de Stalin y que llegara a tener en el zenit del aluvión chavista más de seis millones de inscritos. En su momento, la mitad del país electoral. Un desiderátum que ya hubiera querido Adolfo Hitler: cada votante inscrito en el REP un militante de carnet, curso de educación política y librito rojo.
La verdad ha reventado este domingo en el agriado rostro del caudillo, que acuciado por las colas más vacías de la historia – un oxímoron inventado por Pompeyo Márquez – las cogió contra una modesta y corajuda periodista que le hizo las únicas preguntas pertinentes a quien le huye a la verdad como a la peste y tiene la pésima costumbre de asesinar al mensajero. Búsquesele y rásquesele por donde se le apriete: de esos seis millones y pico de inscritos y carnetizados del PSUV no asistió más de un millón a las urnas. Todo lo demás es cuento.
Y vaya que un millón de votantes para unas primarias es una cifra respetuosa y como para exhibirla con orgullo, salvo que se esté enfermo de delirium tremens y se tenga la insólita auto percepción de estar encabezando la cruzada sagrada de la revolución planetaria del siglo XXI. Tampoco como para hincharse el pecho y salir a pavonearse a los Próceres: si se proyectan los 350 mil votantes que asistieron a las primarias parciales del 25 de abril, la oposición hubiera puesto en pie de guerra a nivel nacional la suma de 1.600.000 votantes. Lo que corresponde, voto más, voto menos, a la verdadera correlación de fuerzas electorales: 60% para la oposición, 40% para el oficialismo.
Una cifra que tampoco corresponde a una proporción áurea. Si las elecciones en Venezuela fueran el fiel reflejo de la realidad y ambos contrincantes nos montáramos al cuadrilátero con un Chávez sin arena en la izquierda y una herradura en la derecha, con un árbitro ciego y nosotros con una mano amarrada, la proporción aumenta para la oposición democrática exponencialmente. Quítesele a Chávez, es decir: al PSUV, es decir al Estado, vale decir: a PDVSA, dígase: a la administración pública, exprésese, a las Fuerzas Armadas el poder de imponerle un voto a sus millones de empleados y permítaseles votar como les salga del forro y ahí sí veremos lo que sucedió con todos los partidos de los regímenes totalitarios: no duraron una hora después que cayó el líder.
Esa es la primera enseñanza de estas primarias fantasmales: las masas brillaron por su ausencia. Aseguran quienes se calaron por razones profesionales el canal de “todos” los venezolanos durante todo este domingo 2 de mayo que no vieron el reportaje de una sola, de una mínima y modesta colita. La segunda es tanto o más grave: de la manga de muérganos que han legislado a las anchas del Supremo violando la voluntad soberana del 2 de diciembre del 2007 y torciendo el espíritu y la letra de la Constitución sólo se legitimaron ante su propia militancia dieciséis de entre los más de cien postulados. Fueron raspados, escupidos, tarjados, evaporados y convertidos en un amargo recuerdo de si mismos voces tan cantantes como las de Calixto Ortega – ¡qué merecido se lo tiene, por coprófago! -, Dugarte, el soplón – correveidile de la policía política del régimen dedicado a hostigar por encargo de Miraflores a quien fuera electo con más de setecientos mil votos para la Alcaldía Metropolitana –, Earle Herrera, kioskero de la mala muerte conocido en los bajos fondos como “car’e guante”, y así decenas de otros. Los que más suerte tuvieron quedarán de suplentes, como Desirée Santos Amaral, rebajada al nivel de su auténtica estatura por quienes no la conocen ni de los especiales del Ocho. Otro arrastrado nuevamente por los suelos, reincidente del fracaso en la aceptación de sus propios camaradas fue el ínclito Mario Silva. La Hojilla no le afeitó un solo voto. Tampoco Papi Papi estará feliz de tener tantos millones mal habidos y no poder comprarse una modesta titularidad.
¿Qué pasará con los despechados? ¿Adónde irán a llorar su desconsuelo? ¿Estarán mirando a la talanquera o a Yare? ¿Estarán golpeando las puertas del PPT o imaginándose unas largas vacaciones en Varadero? Que vayan preparando sus expedientes. Se acerca el momento en que tengan que dar cuenta de las violaciones constitucionales que cometieron o prohijaron. Basura leguleya que hará írritos decenas y decenas de convenios, leyes y decretos. Durarán lo que un ex abrupto intestinal en un chinchorro. Que Dios nos los pille confesados.
Es lo que parece estar sucediendo en la Venezuela del realismo mágico, esa que parió de la nada una militancia activa y combatiente tan poderosa como la del PCUS en los mejores tiempos de Stalin y que llegara a tener en el zenit del aluvión chavista más de seis millones de inscritos. En su momento, la mitad del país electoral. Un desiderátum que ya hubiera querido Adolfo Hitler: cada votante inscrito en el REP un militante de carnet, curso de educación política y librito rojo.
La verdad ha reventado este domingo en el agriado rostro del caudillo, que acuciado por las colas más vacías de la historia – un oxímoron inventado por Pompeyo Márquez – las cogió contra una modesta y corajuda periodista que le hizo las únicas preguntas pertinentes a quien le huye a la verdad como a la peste y tiene la pésima costumbre de asesinar al mensajero. Búsquesele y rásquesele por donde se le apriete: de esos seis millones y pico de inscritos y carnetizados del PSUV no asistió más de un millón a las urnas. Todo lo demás es cuento.
Y vaya que un millón de votantes para unas primarias es una cifra respetuosa y como para exhibirla con orgullo, salvo que se esté enfermo de delirium tremens y se tenga la insólita auto percepción de estar encabezando la cruzada sagrada de la revolución planetaria del siglo XXI. Tampoco como para hincharse el pecho y salir a pavonearse a los Próceres: si se proyectan los 350 mil votantes que asistieron a las primarias parciales del 25 de abril, la oposición hubiera puesto en pie de guerra a nivel nacional la suma de 1.600.000 votantes. Lo que corresponde, voto más, voto menos, a la verdadera correlación de fuerzas electorales: 60% para la oposición, 40% para el oficialismo.
Una cifra que tampoco corresponde a una proporción áurea. Si las elecciones en Venezuela fueran el fiel reflejo de la realidad y ambos contrincantes nos montáramos al cuadrilátero con un Chávez sin arena en la izquierda y una herradura en la derecha, con un árbitro ciego y nosotros con una mano amarrada, la proporción aumenta para la oposición democrática exponencialmente. Quítesele a Chávez, es decir: al PSUV, es decir al Estado, vale decir: a PDVSA, dígase: a la administración pública, exprésese, a las Fuerzas Armadas el poder de imponerle un voto a sus millones de empleados y permítaseles votar como les salga del forro y ahí sí veremos lo que sucedió con todos los partidos de los regímenes totalitarios: no duraron una hora después que cayó el líder.
Esa es la primera enseñanza de estas primarias fantasmales: las masas brillaron por su ausencia. Aseguran quienes se calaron por razones profesionales el canal de “todos” los venezolanos durante todo este domingo 2 de mayo que no vieron el reportaje de una sola, de una mínima y modesta colita. La segunda es tanto o más grave: de la manga de muérganos que han legislado a las anchas del Supremo violando la voluntad soberana del 2 de diciembre del 2007 y torciendo el espíritu y la letra de la Constitución sólo se legitimaron ante su propia militancia dieciséis de entre los más de cien postulados. Fueron raspados, escupidos, tarjados, evaporados y convertidos en un amargo recuerdo de si mismos voces tan cantantes como las de Calixto Ortega – ¡qué merecido se lo tiene, por coprófago! -, Dugarte, el soplón – correveidile de la policía política del régimen dedicado a hostigar por encargo de Miraflores a quien fuera electo con más de setecientos mil votos para la Alcaldía Metropolitana –, Earle Herrera, kioskero de la mala muerte conocido en los bajos fondos como “car’e guante”, y así decenas de otros. Los que más suerte tuvieron quedarán de suplentes, como Desirée Santos Amaral, rebajada al nivel de su auténtica estatura por quienes no la conocen ni de los especiales del Ocho. Otro arrastrado nuevamente por los suelos, reincidente del fracaso en la aceptación de sus propios camaradas fue el ínclito Mario Silva. La Hojilla no le afeitó un solo voto. Tampoco Papi Papi estará feliz de tener tantos millones mal habidos y no poder comprarse una modesta titularidad.
¿Qué pasará con los despechados? ¿Adónde irán a llorar su desconsuelo? ¿Estarán mirando a la talanquera o a Yare? ¿Estarán golpeando las puertas del PPT o imaginándose unas largas vacaciones en Varadero? Que vayan preparando sus expedientes. Se acerca el momento en que tengan que dar cuenta de las violaciones constitucionales que cometieron o prohijaron. Basura leguleya que hará írritos decenas y decenas de convenios, leyes y decretos. Durarán lo que un ex abrupto intestinal en un chinchorro. Que Dios nos los pille confesados.
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