Ningún caudillo venezolano le había regalado su madre –la patria– a un extranjero
Por cincuenta años he pensado que el Hospital Vargas es Venezuela; es él un reflejo de la situación económica y política de mi país; así, que no tengo que salir de sus confines para palpar la dura realidad. Él es un termómetro eficaz y efectivo del dolor del pobre de necesidad; ese dolor de otras personas que a la revolución no le duele, tan podrida de dinero y poder como están sus cofrades. Su destrucción intencionada –como la de otros centros asistenciales– ideada para favorecer una trova cubana decimonónica de mercenarios, saltabancos, prepotentes, incompetentes hasta para atender un parto e ignorante de los problemas sanitarios de mi país, se ha llevado a cabo sin misericordia. Por si fuera poco, por aquí de paso, mientras distraen su tiempo en escaparse a disfrutar las mieles del malhadado imperio. Ningún caudillo venezolano le había regalado su madre –la patria– a un extranjero para que ante sus ojos, se amancebara con ella. Ante su conciencia, el pueblo y la historia, tendrá que responder...
Ahora, el medio siglo me pesa al mirar en derredor el desbarate descarado sin culpables. Quieren romper con un pasado fecundo para llevarnos a un futuro vacío. Los talentos se fugan, no sólo por falta de trabajo sino por incompatibilidad con los últimos de la clase, para colmo, clase dirigente donde la abundancia de ignorancia abunda, nacidos de un proletariado intelectual de políticos y médicos de pocas luces.
La crueldad impuesta al pobre por un tiranuelo, la indiferencia de unos sentidos encallecidos y obnubilados lanzó la horda revolucionaria a descargar su odio contra quien no debía, contra los menesterosos y contra la ilusión de muchos jóvenes médicos de ser mejores, ahora perdidos para siempre...
rafael@muci.com
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Por cincuenta años he pensado que el Hospital Vargas es Venezuela; es él un reflejo de la situación económica y política de mi país; así, que no tengo que salir de sus confines para palpar la dura realidad. Él es un termómetro eficaz y efectivo del dolor del pobre de necesidad; ese dolor de otras personas que a la revolución no le duele, tan podrida de dinero y poder como están sus cofrades. Su destrucción intencionada –como la de otros centros asistenciales– ideada para favorecer una trova cubana decimonónica de mercenarios, saltabancos, prepotentes, incompetentes hasta para atender un parto e ignorante de los problemas sanitarios de mi país, se ha llevado a cabo sin misericordia. Por si fuera poco, por aquí de paso, mientras distraen su tiempo en escaparse a disfrutar las mieles del malhadado imperio. Ningún caudillo venezolano le había regalado su madre –la patria– a un extranjero para que ante sus ojos, se amancebara con ella. Ante su conciencia, el pueblo y la historia, tendrá que responder...
Ahora, el medio siglo me pesa al mirar en derredor el desbarate descarado sin culpables. Quieren romper con un pasado fecundo para llevarnos a un futuro vacío. Los talentos se fugan, no sólo por falta de trabajo sino por incompatibilidad con los últimos de la clase, para colmo, clase dirigente donde la abundancia de ignorancia abunda, nacidos de un proletariado intelectual de políticos y médicos de pocas luces.
La crueldad impuesta al pobre por un tiranuelo, la indiferencia de unos sentidos encallecidos y obnubilados lanzó la horda revolucionaria a descargar su odio contra quien no debía, contra los menesterosos y contra la ilusión de muchos jóvenes médicos de ser mejores, ahora perdidos para siempre...
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