Padezco un trastorno que llamaré emocional, aunque sé que en el fondo es cosa más bien mental. Es un trastorno que se manifiesta con ataques de clarividencia.
Para mis propios fines me he inventado una medida de mi malestar. La llamaré “Indice de Desazón Cognitiva” (IDC), que recorre una escala de 0 a 9. Últimamente tengo el IDC algo elevado.
Lo curioso del IDC es que mientras más elevado aparece, más claro parezco tener el panorama político. Un ejemplo está en las parlamentarias de septiembre: hoy mi IDC indica, como un barómetro, que aunque todo muestra que a Chávez se le viene encima la tormenta perfecta, la oposición va a perder las parlamentarias de septiembre. Van a perder una vez más, es lo que digo; ¿alguien quiere apostar una botella de Ballantine’s 12 conmigo? Me gustaría mucho perder la apuesta.
Sí, ya sé que la llamada Mesa Democrática lo viene haciendo mejor que en el pasado lo hicieron corporaciones semejantes, hechas de partidos y sociedad civil que se las arreglaron para pegarse un tiro en el pie con su propia escopeta en el momento decisivo.
Un dato digno de exaltar en esta ocasión es que mi amigo Ramón Guillermo Aveledo, experto político donde los haya y bien acreditado hombre de ideas, está entre los directivos técnicos de la Mesam junto con otra mucha gente bien dispuesta y esclarecida. Por cosas así, se me dice, debería yo mostrarme un poco más optimista.
Pero mi IDC se empeña en mirar los árboles en lugar del bosque. Y, aunque le suene a usted a un despropósito, cada vez que miro a los árboles en lugar del bosque tengo tendencia a acertar en mis juicios. Es raro, pero es así.
Por eso me ocuparé de lo que cualquier vocero de la Mesa Democrática describiría, tranquilizadoramente, como “casos aislados”.
Un caso aislado – un árbol en el bosque – es la querella entre Julio Borges y Enrique Mendoza, por ejemplo. Uno podría calificarla de insulsa majadería si no llevase implícita la repetición de los motivos que, en las elecciones regionales de noviembre de 2008, llevaron a la oposición a perder la gobernación de Bolívar gracias la intransigencia del partido de Borges. Como es el tipo de disputa que brinda ejemplo, no sería raro que el fenómeno cundiese en el resto del país.
Mendoza, quien al parecer cree que su cachucha de pelotero puesta con la visera hacia atrás es una especie de amuleto de buena suerte que lo singulariza en la mente y el afecto de los electores, arguye que las encuestas lo dan como el candidato de oposición más arrebolado del estado Miranda. Borges, a su vez, si no entiendo mal sus argumentos, alega que la misma encuesta que esgrime Mendoza muestra a su partido como el de más sólida y vasta implantación en la entidad. Ergo los puestos “salidores” en las planchas unitarias deberían favorecerlo.
Mendoza reclama primarias para que, igual que en el vallenato, “se acabe la vaina”. Borges , a su vez, parece haber hecho del “pique” con Mendoza el elemento central de una estrategia ganadora nacional. Con esto, nos recuerda la caracterización que hizo Whitehead de la burocracia: “renueva los esfuerzos, pese a haber olvidado los fines”. Hace pocas semanas, Borges asombró al ya suficientemente desazonado público opositor retando nada menos que ¡a Mario Silva! a un debate de ideas.
2.-Más risible – más trágicamente risible, diremos– ha sido la reaparición del regente vitalicio del estado Carabobo, don Enrique Salas Römer, Marqués de La Cabrera y Conde del Cabriales. Tal vez el lector lo recuerde: se trata de aquel caballero que perdió por knock auto las últimas elecciones presidenciales del siglo pasado, en 1998. El referee tuvo que repetirle la cuenta de diez para que entendiera que había perdido.
Pues bien, testimonios de prensa insisten en que ha vuelto, igual que el espectro del padre de Hamlet se dejaba ver en la explanada del castillo de Elsinor: Salas Römer ha vuelto con un mensaje “unitario” para la oposición.
La posición del Marqués de la Cabrera en esto de la unidad parece desprenderse del hecho de que, habiendo llegado segundo en las últimas presidenciales del siglo pasado, en 1998, ello le confiere por sí solo un derecho adquirido a ser el candidato presidencial opositor en las de 2012.
Se comprende que para ello sea importante dejar sentir la fuerza de “Proyecto Venezuela” en las parlamentarias. Lo desconcertante es que el Marqués no quiera ni primarias ni “acuerdo político”, sino que se atienda exclusivamente a las encuestas que, presumen los disgustados, él mismo encarga.
El regreso de Salas Römer es un caso claro de humor negro involuntario porque es él quien acusa a los demás de afectar la unidad. ¡ Hasta Antonio Ledezma anda alertando contra el peligro de deshilachamiento que corre la unidad!
3.-Hay otro síntoma inquietante que mi IDC interpreta como el oscuro deseo de la oposición de meterse un autogol en septiembre. Se trata de un fenómeno chamánico, verdadera expresión de pensamiento mágico religioso, de vocación totémica que lleva a la masa opositora a erigir en oráculos electorales a profesionales de la anfibología argumentativa y a la interpretación de encuestas con acompañamiento de autobombo. Gente que maneja, de lunes a viernes, empresas de sondeos de opinión y no ven conflicto de interés alguno es escribir artículos dominicales , justamente de opinión.
El “artículo-tipo” discurre invariablemente así: “ Me preguntan qué va a pasar en septiembre. En septiembre Chávez puede perder: están dadas condiciones para que pierda. Pero, ¡ojo!, también puede ganar”. Al día siguiente, la internet se llena de “rebotes” del último sondeo hecho por estos genios de la “demoscopía del yo-yo”, disciplina que para lo único que sirve es para embotar el propio discernimiento. Y llenar los bolsillos del encuestador-opinador quien, igual que los casinos, nunca pierde porque siempre podrá argüir “yo se los dije”.
Esto ocurre, desde luego, porque la rehuevona credulidad de la oposición –las ganas locas de creer en vainas, en lugar de pensar la realidad con la propia cabeza– se los permite.
Peor manifestación del pensamiento mágico religioso de nuestra masa opositora es la fe ciega en fuerzas suprapolíticas que resolverán el “problema Chávez” sin necesidad de actuar con suma energía, suma unidad y suma eficiencia política y electoral sobre tan formidable adversario.
Se trata de un “animismo de la crisis”, en este caso, de la crisis eléctrica, según el cual esta última tiene volición y sentido: basta sentarse a esperar que sobrevenga el inexorable – ¿inexorable? – colapso eléctrico y oleadas de franelas rojas bajarán de los cerros a votar por las seis o siete docenas de planchas unitarias opositoras.
Cuando regrese la luz, Chávez se habrá ido, por supuesto.
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