Yo, el pueblo
Si el pueblo existiera como ente individual estaría en una cama de hospital, más allá que de acá, de tanto que ha sido vapuleado, usado, restregado y nombrado. Hablar en su nombre es hábito extendido; interpretar lo que quiere y lo que no quiere es tarea de cualquiera que le dé por buscar respaldo a su discurso. Es el más democrático de los abusos. Si el pueblo realmente respaldara a todos quienes en su nombre hablan, habría que colocarle camisa de fuerza por ser tan diversas, contradictorias y hasta ininteligibles las posiciones que habría inspirado.
Es un tema de filósofos y sabios el determinar qué es el pueblo, cómo se constituye y cómo se expresa. Con ocasión del bochinche bolivariano se le tiene como protagonista. Para los que actúan en la escena política es fuente de respaldo y legitimidad. Como se supone que el pueblo es un gentío y todos discurren en su nombre, cabe sospechar que en Venezuela no hay cama para tanta gente o, tal vez, cierta impostura anime su frenética invocación por gobernantes y víctimas.
Él es el Pueblo. Chávez fue elegido por el pueblo y luego éste fue secuestrado por aquél. En una democracia el que obtenga los votos que establece la ley es el escogido y pasa a representar la colectividad, pero solo en la medida en la que gobierna para todos. Es un mandato para gobernar en los límites de la Constitución y las leyes, con riguroso respeto a las minorías y a los diferentes. El caso venezolano es demasiado conocido. Chávez ha establecido un control total sobre el Estado y lo pretende hacia la sociedad sobre la base de esa identificación viciosa entre su voluntad personal y una supuesta voluntad popular.
En la medida en que se ha destripado toda la institucionalidad estatal y privada lo que ha quedado flotando del naufragio es la voluntad del caudillo, de inexistente legitimidad al violentar normas que hicieron posible su ascenso al poder. Ante esta circunstancia, que lo hace un gobernante de facto, hay un esfuerzo recurrente por construir una legitimidad a partir del "pueblo" que el gobernante ha confiscado retóricamente, hasta un punto que no habla a nombre del pueblo sino que él constituye su voz, él constituye su voluntad: él es el pueblo. Una vez que logra esta transfiguración ya Chávez no es Chávez sino el deseo de la multitud y la demanda colectiva. Él ya no es el representante sino el representado. Es esa brizna de paja que flota en el vendaval revolucionario, vendaval que no es otro que su delirio maníaco.
Cuando el caudillo reclama a sus bases ariscas, molestas y fastidiadas, que hay que seguir al líder y obedecerle, es curioso como él considera a ese líder como ajeno, como una tercera persona de la cual es esclavo. Esclavo del pueblo; es decir, de sí mismo.
En este contexto el pueblo no es la multitud diversa de una sociedad compleja sino la producción en serie (típico capitalismo de comienzos del XX) de ciudadanos, todos idénticos, obedientes, buenos, sacrificados y pobres. Si usted no comulga con este tambor de hojalata no es pueblo sino enemigo, oligarca, rico o imperialista.
No es sólo Chávez. Esa fuente de legitimidad retórica permea a la sociedad. Cada sector, cada partido, dirigente o articulista (de lo cual no debe haber estado exento quien esto escribe) es un exégeta de la voluntad popular. "Los venezolanos quieren", "el país demanda", "el pueblo necesita" son frases inevitables y frecuentes. Para los que no son Chávez (y ya se sabe que este regalito del cielo es único), es un recurso permanente para darle apoyo y legitimidad al pensamiento propio: no soy yo solo quien piensa así -se argumenta-, es el país.
Dado que basarse en lo que quiere "el pueblo" es muy artificioso, entonces hay que recurrir a otros instrumentos como la opinión pública constituida por los medios y las encuestas. Para chavistas y antichavistas lo que el pueblo es, lo que quiere, lo que piensa, no es otra cosa que lo que dicen las encuestas o el grupo de medios de su preferencia. Las encuestas, como se sabe, son unas muñecas de plástico que tienen una forma específica, pero si alguien se ocupa de estirarlas adoptan cualquier aspecto. La opinión pública, por su parte, es una construcción interactiva entre medios y ambiente social que, en una sociedad polarizada, puede dar pie simultáneamente a sostener una tesis y la contraria.
El resultado es que cada quien puede apelar a representar al pueblo con la misma socarronería que Chávez lo hace.
Las Consecuencias. El drama del asunto es que en una sociedad autoritaria la imagen de lo que es el pueblo, lo que quiere y lo que no quiere es una hechura del déspota. Por lo tanto, quienes desde la oposición se afanan por servirle al pueblo en la impostura que el régimen ha logrado de éste, en realidad lo que hacen es fortalecer imágenes, valores y actitudes forjadas por la dominación chavista. Dos ejemplos: el primero es el de sostener que este gobierno es el primero que se ha ocupado de los pobres; el segundo es pensar que para ser "populares" hay que rendirle culto al fraude de las misiones.
Lo más grave, sin embargo, no es lo anotado. La tragedia es que en función de estas percepciones numerosos dirigentes han renunciado a dirigir, a lo más se dedican a auscultar lo que la gente quiere o deja de querer. Si a los venezolanos preocupa, con legítima razón, la mortandad cotidiana a manos del hampa, entonces la oferta es de seguridad; si la inflación le escuece el bolsillo a la sociedad, habrá un desfile de próceres con la promesa de bajar el costo de la vida; si la tragedia es el desempleo, no se vacilará en empeñar la palabra para dar full empleo. Lo que no se ofrece -más que por miedo al régimen por temor a no ser popular- es promover el reemplazo de Chávez en la Presidencia, a pesar de que se sabe que es paso indispensable para afrontar el resto.
Al estar cogidos en el lazo de los problemas y las ofertas de solución, en el marco de un régimen en el cual no tienen solución alguna, se refuerza una simulación que, al final, hace de las ofertas parte de un teatro en el cual cada uno cumple un rol subordinado frente al caudillo y a su sistema de dominación. Es el caso patético de ciertos intelectuales chavistas críticos que siempre escriben sobre lo que no debería ocurrir, cuando tienen once años aceptándolo para que les dejen dormir tranquilos en la ratonera desde la cual se quejan.
Los dirigentes que le rinden culto a un "pueblo" creado a imagen y semejanza de Chávez, sin quererlo rinden reverencia al régimen actual y fortalecen el dominio cultural del autoritarismo imperante. En el fondo esos dirigentes no responden a las demandas populares sino a la versión creada a través del filtro de odios, resentimientos y quejas del autócrata. Ir contra ese "pueblo" artificial de Chávez es contribuir a la liberación del pueblo real.
www.tiempodepalabra.com
twitter: @carlosblancog
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES ASAMBLEA NACIONAL, UNIDAD ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
Si el pueblo existiera como ente individual estaría en una cama de hospital, más allá que de acá, de tanto que ha sido vapuleado, usado, restregado y nombrado. Hablar en su nombre es hábito extendido; interpretar lo que quiere y lo que no quiere es tarea de cualquiera que le dé por buscar respaldo a su discurso. Es el más democrático de los abusos. Si el pueblo realmente respaldara a todos quienes en su nombre hablan, habría que colocarle camisa de fuerza por ser tan diversas, contradictorias y hasta ininteligibles las posiciones que habría inspirado.
Es un tema de filósofos y sabios el determinar qué es el pueblo, cómo se constituye y cómo se expresa. Con ocasión del bochinche bolivariano se le tiene como protagonista. Para los que actúan en la escena política es fuente de respaldo y legitimidad. Como se supone que el pueblo es un gentío y todos discurren en su nombre, cabe sospechar que en Venezuela no hay cama para tanta gente o, tal vez, cierta impostura anime su frenética invocación por gobernantes y víctimas.
Él es el Pueblo. Chávez fue elegido por el pueblo y luego éste fue secuestrado por aquél. En una democracia el que obtenga los votos que establece la ley es el escogido y pasa a representar la colectividad, pero solo en la medida en la que gobierna para todos. Es un mandato para gobernar en los límites de la Constitución y las leyes, con riguroso respeto a las minorías y a los diferentes. El caso venezolano es demasiado conocido. Chávez ha establecido un control total sobre el Estado y lo pretende hacia la sociedad sobre la base de esa identificación viciosa entre su voluntad personal y una supuesta voluntad popular.
En la medida en que se ha destripado toda la institucionalidad estatal y privada lo que ha quedado flotando del naufragio es la voluntad del caudillo, de inexistente legitimidad al violentar normas que hicieron posible su ascenso al poder. Ante esta circunstancia, que lo hace un gobernante de facto, hay un esfuerzo recurrente por construir una legitimidad a partir del "pueblo" que el gobernante ha confiscado retóricamente, hasta un punto que no habla a nombre del pueblo sino que él constituye su voz, él constituye su voluntad: él es el pueblo. Una vez que logra esta transfiguración ya Chávez no es Chávez sino el deseo de la multitud y la demanda colectiva. Él ya no es el representante sino el representado. Es esa brizna de paja que flota en el vendaval revolucionario, vendaval que no es otro que su delirio maníaco.
Cuando el caudillo reclama a sus bases ariscas, molestas y fastidiadas, que hay que seguir al líder y obedecerle, es curioso como él considera a ese líder como ajeno, como una tercera persona de la cual es esclavo. Esclavo del pueblo; es decir, de sí mismo.
En este contexto el pueblo no es la multitud diversa de una sociedad compleja sino la producción en serie (típico capitalismo de comienzos del XX) de ciudadanos, todos idénticos, obedientes, buenos, sacrificados y pobres. Si usted no comulga con este tambor de hojalata no es pueblo sino enemigo, oligarca, rico o imperialista.
No es sólo Chávez. Esa fuente de legitimidad retórica permea a la sociedad. Cada sector, cada partido, dirigente o articulista (de lo cual no debe haber estado exento quien esto escribe) es un exégeta de la voluntad popular. "Los venezolanos quieren", "el país demanda", "el pueblo necesita" son frases inevitables y frecuentes. Para los que no son Chávez (y ya se sabe que este regalito del cielo es único), es un recurso permanente para darle apoyo y legitimidad al pensamiento propio: no soy yo solo quien piensa así -se argumenta-, es el país.
Dado que basarse en lo que quiere "el pueblo" es muy artificioso, entonces hay que recurrir a otros instrumentos como la opinión pública constituida por los medios y las encuestas. Para chavistas y antichavistas lo que el pueblo es, lo que quiere, lo que piensa, no es otra cosa que lo que dicen las encuestas o el grupo de medios de su preferencia. Las encuestas, como se sabe, son unas muñecas de plástico que tienen una forma específica, pero si alguien se ocupa de estirarlas adoptan cualquier aspecto. La opinión pública, por su parte, es una construcción interactiva entre medios y ambiente social que, en una sociedad polarizada, puede dar pie simultáneamente a sostener una tesis y la contraria.
El resultado es que cada quien puede apelar a representar al pueblo con la misma socarronería que Chávez lo hace.
Las Consecuencias. El drama del asunto es que en una sociedad autoritaria la imagen de lo que es el pueblo, lo que quiere y lo que no quiere es una hechura del déspota. Por lo tanto, quienes desde la oposición se afanan por servirle al pueblo en la impostura que el régimen ha logrado de éste, en realidad lo que hacen es fortalecer imágenes, valores y actitudes forjadas por la dominación chavista. Dos ejemplos: el primero es el de sostener que este gobierno es el primero que se ha ocupado de los pobres; el segundo es pensar que para ser "populares" hay que rendirle culto al fraude de las misiones.
Lo más grave, sin embargo, no es lo anotado. La tragedia es que en función de estas percepciones numerosos dirigentes han renunciado a dirigir, a lo más se dedican a auscultar lo que la gente quiere o deja de querer. Si a los venezolanos preocupa, con legítima razón, la mortandad cotidiana a manos del hampa, entonces la oferta es de seguridad; si la inflación le escuece el bolsillo a la sociedad, habrá un desfile de próceres con la promesa de bajar el costo de la vida; si la tragedia es el desempleo, no se vacilará en empeñar la palabra para dar full empleo. Lo que no se ofrece -más que por miedo al régimen por temor a no ser popular- es promover el reemplazo de Chávez en la Presidencia, a pesar de que se sabe que es paso indispensable para afrontar el resto.
Al estar cogidos en el lazo de los problemas y las ofertas de solución, en el marco de un régimen en el cual no tienen solución alguna, se refuerza una simulación que, al final, hace de las ofertas parte de un teatro en el cual cada uno cumple un rol subordinado frente al caudillo y a su sistema de dominación. Es el caso patético de ciertos intelectuales chavistas críticos que siempre escriben sobre lo que no debería ocurrir, cuando tienen once años aceptándolo para que les dejen dormir tranquilos en la ratonera desde la cual se quejan.
Los dirigentes que le rinden culto a un "pueblo" creado a imagen y semejanza de Chávez, sin quererlo rinden reverencia al régimen actual y fortalecen el dominio cultural del autoritarismo imperante. En el fondo esos dirigentes no responden a las demandas populares sino a la versión creada a través del filtro de odios, resentimientos y quejas del autócrata. Ir contra ese "pueblo" artificial de Chávez es contribuir a la liberación del pueblo real.
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