La cara lo dijo todo. Chávez se disponía a dar su gran cháchara, pero el cacelorazo fue vehículo para anunciar que ya la magia se acabó, que estamos en la cuenta regresiva de la "revolución bonita"
La cara lo dijo todo. El presidente Chávez se disponía a dar su gran cháchara. La conmemoración del mito que quiere crear con el 27 de febrero.
Que si fue el día que nació la "revolución". Que todo fue calculado por la conspiración que ya para la época llevaba varios años. De verdad se disponía. Pero fue estremecido y desafiado por un cacerolazo. Allí mismo en El Valle. Nunca lo hubiera imaginado.
Luego del cacerolazo, el Presidente no pudo recobrar la compostura. La mirada perdida, como los boxeadores cuando le dan la cuenta de protección.
Ido, completamente ido. Pensando en darse la vuelta para buscar el origen de ese cacerolazo. A sabiendas de que quizás era mucha gente, muchos de los que estaban con él a lo mejor sintieron cierto disfrute.
A partir de ese momento el Presidente perdió el hilo de lo que quería decir. Acortó su discurso, y se fue. Alguna locha ha debido caer en su mente.
El cacerolazo no fue una manifestación casual, azarosa. Más bien fue la expresión de una opinión mayoritaria. El gobierno del presidente Chávez se ha quedado sin la calle.
Más de la mitad de los venezolanos tiene poca o ninguna confianza en el Gobierno. Ya no hay forma de que alguien los convenza de volver a creer.
Cada palabra de nuevas promesas, de que ahora sí habrá soluciones, cae en una inmensa incredulidad. La gran incompetencia de este largo gobierno no deja mucho lugar para la confianza y la esperanza. No sólo es la confianza lo que se ha perdido.
También hay una gran mayoría que desaprueba la gestión del gobierno. Es decir, que ya le ve más defectos que virtudes. La manera de enfrentar la crisis social y económica de Venezuela es reprobada por esa gran mayoría.
El Gobierno no genera satisfacciones, los ciudadanos se han quedado solos con sus problemas. El Gobierno es el gran ausente de la vida cotidiana de los venezolanos. También hay la certeza de que el gobierno separa, divide, crea diferencias entre los venezolanos.
A pesar de que una abultada mayoría quiere el encuentro y el acercamiento, también se tiene la convicción de que el Gobierno no lo promueve. El gobierno nos ha distanciado, y el malestar por ello es evidente.
Lo que más debe mortificar al Presidente es la opinión mayoritaria de que la alternativa democrática está realizando una buena labor. Más aún, para la mayoría de los venezolanos la alternativa democrática puede ser Gobierno en Venezuela.
Y además puede tener un buen equipo de gobierno. Ya no hay un solo actor en la cancha. Los venezolanos tienen identificados las posibilidades para sustituir el actual Gobierno.
Todo esto lo sabía el Presidente el 27 de febrero. Lo que no sabía era que en El Valle pensaban igual. Y que tuvieron el suficiente valor para dejarlo saber en su presencia. El cacelorazo fue el vehículo para anunciar que ya la magia se acabó, que estamos en la cuenta regresiva de la "revolución bonita".
La cara lo dijo todo. El presidente Chávez se disponía a dar su gran cháchara. La conmemoración del mito que quiere crear con el 27 de febrero.
Que si fue el día que nació la "revolución". Que todo fue calculado por la conspiración que ya para la época llevaba varios años. De verdad se disponía. Pero fue estremecido y desafiado por un cacerolazo. Allí mismo en El Valle. Nunca lo hubiera imaginado.
Luego del cacerolazo, el Presidente no pudo recobrar la compostura. La mirada perdida, como los boxeadores cuando le dan la cuenta de protección.
Ido, completamente ido. Pensando en darse la vuelta para buscar el origen de ese cacerolazo. A sabiendas de que quizás era mucha gente, muchos de los que estaban con él a lo mejor sintieron cierto disfrute.
A partir de ese momento el Presidente perdió el hilo de lo que quería decir. Acortó su discurso, y se fue. Alguna locha ha debido caer en su mente.
El cacerolazo no fue una manifestación casual, azarosa. Más bien fue la expresión de una opinión mayoritaria. El gobierno del presidente Chávez se ha quedado sin la calle.
Más de la mitad de los venezolanos tiene poca o ninguna confianza en el Gobierno. Ya no hay forma de que alguien los convenza de volver a creer.
Cada palabra de nuevas promesas, de que ahora sí habrá soluciones, cae en una inmensa incredulidad. La gran incompetencia de este largo gobierno no deja mucho lugar para la confianza y la esperanza. No sólo es la confianza lo que se ha perdido.
También hay una gran mayoría que desaprueba la gestión del gobierno. Es decir, que ya le ve más defectos que virtudes. La manera de enfrentar la crisis social y económica de Venezuela es reprobada por esa gran mayoría.
El Gobierno no genera satisfacciones, los ciudadanos se han quedado solos con sus problemas. El Gobierno es el gran ausente de la vida cotidiana de los venezolanos. También hay la certeza de que el gobierno separa, divide, crea diferencias entre los venezolanos.
A pesar de que una abultada mayoría quiere el encuentro y el acercamiento, también se tiene la convicción de que el Gobierno no lo promueve. El gobierno nos ha distanciado, y el malestar por ello es evidente.
Lo que más debe mortificar al Presidente es la opinión mayoritaria de que la alternativa democrática está realizando una buena labor. Más aún, para la mayoría de los venezolanos la alternativa democrática puede ser Gobierno en Venezuela.
Y además puede tener un buen equipo de gobierno. Ya no hay un solo actor en la cancha. Los venezolanos tienen identificados las posibilidades para sustituir el actual Gobierno.
Todo esto lo sabía el Presidente el 27 de febrero. Lo que no sabía era que en El Valle pensaban igual. Y que tuvieron el suficiente valor para dejarlo saber en su presencia. El cacelorazo fue el vehículo para anunciar que ya la magia se acabó, que estamos en la cuenta regresiva de la "revolución bonita".
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