Muchos creen que la clase dirigente, especialmente en América Latina, tiene ambiciones relacionadas exclusivamente al poder o al dinero que se puede obtener a partir de ese clásico uso y abuso de la autoridad, tan típico de países como los nuestros.
Y es que algo de eso hay. Tal vez mucho. Pero para quienes accedieron al poder, para quienes hicieron de su vida una lucha para alcanzarlo, esta meta está obtenida cuando se llega al ansiado sillón. El dinero, la riqueza, los negocios, esos que definitivamente quitan la preocupación por el futuro personal y familiar, son a veces también una motivación potente para los que hacen del poder, y no de la política, una profesión.
Pero, cuando poder y dinero ya son materias superadas, resta siempre la pretendida apetencia de pasar a la historia, de quedar en el bronce. Se trata de algo que está en la esencia misma del ser humano, superarse a si mismo y encontrar en los demás, el reconocimiento público, el prestigio que solo se consigue cuando se es grande en serio.
Dinero y Poder, cuestiones terrenales, contemporáneas con la vida propia, que agotan su utilidad en el mismo momento que el personaje es despojado de esos atributos o, incluso cuando el fin de la vida golpea la puerta.
Sin embargo, esa aspiración de permanecer en “el bronce”, de que una calle, una escuela, un monumento, una plaza recuerde su paso por la función, es la máxima pretensión con la que sueñan los mas de los que llegan al poder, aunque no lo confiesen.
Es que la búsqueda del dinero desde el poder político y la obsesión enfermiza por tener la voz de mando, destruye casi todo a su paso. Y cuando el líder, el dirigente, pretende dar un vuelco a sus objetivos y se prepara para el bronce, ya es tarde.
Su estructura de corto plazo, su estrategia de coyuntura, su mediocre mirada de la inmediatez, lo deja fuera de esa carrera. Ya no podrá pasar a la historia por lo que hizo. En todo caso, su nombre, quedará plasmado en los manuales escolares por lo que no hizo, por lo malograda de su gestión, en su equivocada táctica de cabotaje.
Hacer nombres sería un ejercicio infinito. Es que son más los nombres que quedaron en los libros por su capacidad de hacer daño, de destruir y de generar fracasos a su paso, que los que lograron la difícil misión de obtener el respeto de su sociedad.
Es que la diferencia queda clara. Solo resta mirar un poco hacia atrás. Los hombres y mujeres que hicieron ALGO positivo por sus comunidades, por sus ciudades, por sus provincias y países, fueron quienes lograron mirar mas allá de sus circunstancias cotidianas, privilegiaron el después por sobre el hoy.
Y claro está, que cometieron errores y probablemente muchos. La historia tal vez los premie con ese reconocimiento popular, pero sus mismas leyendas estarán plagadas también de pequeñeces, mezquindades y múltiples imperfecciones. Es que no se trata de idealizarlos. Fueron seres humanos, personas, con virtudes y con sus particulares defectos. Pero pasaron a la historia por su capacidad de pensar más allá, de proyectar un horizonte que exceda su vida misma. Pretendieron dejar un legado a las generaciones futuras, y trabajaron por ello.
Es que trascender implica lograr que las próximas generaciones disfruten de la visión acertada, que un líder de su tiempo, modeló poniendo foco sobre ello. Pocos lo lograron. Seguramente seguirán siendo pocos, aunque a veces tengamos la sensación de que casi nadie, en este tiempo, concentra su mirada en el futuro.
Nos gobierna lo inmediato, la búsqueda del poder, la permanencia en él, y los negocios que se derivan directa o indirectamente de la cada vez más concentrada concepción que tenemos de la forma de ejercer la conducción de una sociedad.
Es que esa es la diferencia entre liderazgo y la grandeza. El líder nos podrá marcar el camino hacia el objetivo, pero solo los grandes pueden iniciar la obra mas trascendente, esa que sabe de la necesaria conjugación de esfuerzos, que varias generaciones y consecutivos gobernantes, tendrán que alimentar para conquistar aquella visión.
Muchos, rodeados de experiencias recientes y propias de estos tiempos, seguirán mirando con escepticismo toda esta línea de sucesos. Otros seguirán esperando al Mesías, ese iluminado pleno de virtudes que con atributos personales superiores nos lleve a la cima y piense en grande.
Tal vez la sociedad toda, deba replantearse el tema y mirarse en ese espejo, ese que muestra cuanto de lo que hacemos a diario, encaja con esa mirada de largo plazo, de dejarle algo mas que algún patrimonio, o alguna deuda a nuestros hijos.
Si la sociedad hace el giro, podremos aspirar alguna vez a que de ella surjan no solo circunstanciales hombres que piensen en grande, sino una generación de personas con espíritu de construir una sociedad mejor, de ayudar a que esa sociedad pueda dar el ansiado salto que muchos anhelamos pero por el que poco estamos haciendo.
Depende mucho más de nosotros, de la inmensa mayoría de personas que recitan lo correcto y hacen lo incorrecto, de los más que siguen apoyando a los peores y de valorar la picardía sobre la grandeza. Una sociedad puede ser mejor, cuando los que la componen son mejores y sus valores están alineados a su acción cotidiana.
Para pasar a la historia, para quedar en el bronce, no hace falta ningún Mesías, no se precisa de iluminados. Solo se necesita que los ciudadanos, esos que podemos cambiar la realidad de nuestro metro cuadrado, empecemos a cambiar nuestra propia historia, allí donde estemos, allí donde podamos influir positivamente. El optimismo parte de la base de ese acuerdo tácito que una generación debe poder hacer para poner una línea divisoria con el pasado, y arrancar de cero, abandonando rencores, viejas luchas y facturas del pasado. Es posible, pero para eso, debemos hacer un importante esfuerzo de compromiso con el futuro y de mirada critica sobre lo que hemos hecho hasta aquí para no repetirlo, y para no seguir en la inercia que nos propone el presente.
Probablemente no podamos ver los cambios muy pronto, al menos no sus resultados, pero los que hicieron a cada nación grande, no pensaron en vivir el fruto de su esfuerzo ciudadano, priorizaron que ese sueño sea posible, y lo vivieron en su interior como si fuera actual. Cuando podamos proyectarnos de ese modo, cuando podamos trabajar para el futuro y no para el presente, tendremos alguna chance de pasar a la historia, de que esta generación alguna vez, quede en el bronce.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
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Y es que algo de eso hay. Tal vez mucho. Pero para quienes accedieron al poder, para quienes hicieron de su vida una lucha para alcanzarlo, esta meta está obtenida cuando se llega al ansiado sillón. El dinero, la riqueza, los negocios, esos que definitivamente quitan la preocupación por el futuro personal y familiar, son a veces también una motivación potente para los que hacen del poder, y no de la política, una profesión.
Pero, cuando poder y dinero ya son materias superadas, resta siempre la pretendida apetencia de pasar a la historia, de quedar en el bronce. Se trata de algo que está en la esencia misma del ser humano, superarse a si mismo y encontrar en los demás, el reconocimiento público, el prestigio que solo se consigue cuando se es grande en serio.
Dinero y Poder, cuestiones terrenales, contemporáneas con la vida propia, que agotan su utilidad en el mismo momento que el personaje es despojado de esos atributos o, incluso cuando el fin de la vida golpea la puerta.
Sin embargo, esa aspiración de permanecer en “el bronce”, de que una calle, una escuela, un monumento, una plaza recuerde su paso por la función, es la máxima pretensión con la que sueñan los mas de los que llegan al poder, aunque no lo confiesen.
Es que la búsqueda del dinero desde el poder político y la obsesión enfermiza por tener la voz de mando, destruye casi todo a su paso. Y cuando el líder, el dirigente, pretende dar un vuelco a sus objetivos y se prepara para el bronce, ya es tarde.
Su estructura de corto plazo, su estrategia de coyuntura, su mediocre mirada de la inmediatez, lo deja fuera de esa carrera. Ya no podrá pasar a la historia por lo que hizo. En todo caso, su nombre, quedará plasmado en los manuales escolares por lo que no hizo, por lo malograda de su gestión, en su equivocada táctica de cabotaje.
Hacer nombres sería un ejercicio infinito. Es que son más los nombres que quedaron en los libros por su capacidad de hacer daño, de destruir y de generar fracasos a su paso, que los que lograron la difícil misión de obtener el respeto de su sociedad.
Es que la diferencia queda clara. Solo resta mirar un poco hacia atrás. Los hombres y mujeres que hicieron ALGO positivo por sus comunidades, por sus ciudades, por sus provincias y países, fueron quienes lograron mirar mas allá de sus circunstancias cotidianas, privilegiaron el después por sobre el hoy.
Y claro está, que cometieron errores y probablemente muchos. La historia tal vez los premie con ese reconocimiento popular, pero sus mismas leyendas estarán plagadas también de pequeñeces, mezquindades y múltiples imperfecciones. Es que no se trata de idealizarlos. Fueron seres humanos, personas, con virtudes y con sus particulares defectos. Pero pasaron a la historia por su capacidad de pensar más allá, de proyectar un horizonte que exceda su vida misma. Pretendieron dejar un legado a las generaciones futuras, y trabajaron por ello.
Es que trascender implica lograr que las próximas generaciones disfruten de la visión acertada, que un líder de su tiempo, modeló poniendo foco sobre ello. Pocos lo lograron. Seguramente seguirán siendo pocos, aunque a veces tengamos la sensación de que casi nadie, en este tiempo, concentra su mirada en el futuro.
Nos gobierna lo inmediato, la búsqueda del poder, la permanencia en él, y los negocios que se derivan directa o indirectamente de la cada vez más concentrada concepción que tenemos de la forma de ejercer la conducción de una sociedad.
Es que esa es la diferencia entre liderazgo y la grandeza. El líder nos podrá marcar el camino hacia el objetivo, pero solo los grandes pueden iniciar la obra mas trascendente, esa que sabe de la necesaria conjugación de esfuerzos, que varias generaciones y consecutivos gobernantes, tendrán que alimentar para conquistar aquella visión.
Muchos, rodeados de experiencias recientes y propias de estos tiempos, seguirán mirando con escepticismo toda esta línea de sucesos. Otros seguirán esperando al Mesías, ese iluminado pleno de virtudes que con atributos personales superiores nos lleve a la cima y piense en grande.
Tal vez la sociedad toda, deba replantearse el tema y mirarse en ese espejo, ese que muestra cuanto de lo que hacemos a diario, encaja con esa mirada de largo plazo, de dejarle algo mas que algún patrimonio, o alguna deuda a nuestros hijos.
Si la sociedad hace el giro, podremos aspirar alguna vez a que de ella surjan no solo circunstanciales hombres que piensen en grande, sino una generación de personas con espíritu de construir una sociedad mejor, de ayudar a que esa sociedad pueda dar el ansiado salto que muchos anhelamos pero por el que poco estamos haciendo.
Depende mucho más de nosotros, de la inmensa mayoría de personas que recitan lo correcto y hacen lo incorrecto, de los más que siguen apoyando a los peores y de valorar la picardía sobre la grandeza. Una sociedad puede ser mejor, cuando los que la componen son mejores y sus valores están alineados a su acción cotidiana.
Para pasar a la historia, para quedar en el bronce, no hace falta ningún Mesías, no se precisa de iluminados. Solo se necesita que los ciudadanos, esos que podemos cambiar la realidad de nuestro metro cuadrado, empecemos a cambiar nuestra propia historia, allí donde estemos, allí donde podamos influir positivamente. El optimismo parte de la base de ese acuerdo tácito que una generación debe poder hacer para poner una línea divisoria con el pasado, y arrancar de cero, abandonando rencores, viejas luchas y facturas del pasado. Es posible, pero para eso, debemos hacer un importante esfuerzo de compromiso con el futuro y de mirada critica sobre lo que hemos hecho hasta aquí para no repetirlo, y para no seguir en la inercia que nos propone el presente.
Probablemente no podamos ver los cambios muy pronto, al menos no sus resultados, pero los que hicieron a cada nación grande, no pensaron en vivir el fruto de su esfuerzo ciudadano, priorizaron que ese sueño sea posible, y lo vivieron en su interior como si fuera actual. Cuando podamos proyectarnos de ese modo, cuando podamos trabajar para el futuro y no para el presente, tendremos alguna chance de pasar a la historia, de que esta generación alguna vez, quede en el bronce.
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