Una de las definiciones más sorprendentes de este tórrido estío del Bicentenario, es el que brindó Diana Conti, diputada nacional y miembro del Consejo de la Magistratura, al reconocerse públicamente como “stalinista”. Estupor es lo que despierta esta calificación, puesto que Josef Stalin es reconocido como uno de los grandes genocidas del siglo XX, a la par y contemporáneo de Adolf Hitler.
Stalin continuó y afianzó los rasgos totalitarios que se iniciaron durante la revolución bolchevique de noviembre de 1917, la que cercenó la posibilidad de que surgiera una república democrática en Rusia tras la abdicación del Zar Nicolás II en febrero de ese año. Ya con el liderazgo de Vladimir Ilich Lenin se fueron dibujando los principales rasgos de lo que habría de ser la Unión Soviética, en la que se fueron acallando a punta de bayoneta todas las formas de expresión de la sociedad civil y del pluralismo político, comenzando la militarización y la centralización de la economía bajo la tutela implacable del estado. Se acentuaron las tendencias autoritarias ya existentes durante el zarismo, un régimen que pretendió amalgamar el absolutismo político con la modernización económica en su etapa final.
A la muerte de Lenin, se inició una cruenta lucha por el poder dentro del partido único, que costó las vidas de los rivales de Stalin, quedando este como líder absoluto e intérprete inapelable de la doctrina marxista-leninista. Durante su dominio sin límites, los organismos de seguridad interna rivalizaron con el ejército y el partido, cada uno buscando los favores del omnímodo secretario general. Bajo su puño de hierro, se estima que murieron unas veinte millones de personas, víctimas de sus políticas de reforma agraria, industrialización, purgas de supuestos “enemigos de clase” y “complots” contra la construcción del socialismo en la URSS. Ese número estremecedor de muertos fueron en gran medida causadas por las hambrunas y la persecución contra los “kulaks”, pequeños propietarios campesinos que se resistieron a la colectivización de sus granjas y animales. La “deskulakización” y la creación de las granjas colectivas (koljoz) fue el primer paso para concentrar la principal fuente de riquezas de Rusia para dar el salto a la industrialización pesada. A esto, le siguieron las deportaciones masivas de minorías nacionales, como los tártaros de Crimea que fueron desplazados al Asia central. Pero como los resultados de los planes quinquenales distaban mucho de acercarse a las cifras de producción establecidas arbitrariamente por Stalin, siempre se buscaron a los “enemigos de clase” responsables de “sabotajes”, por lo que se perfeccionó el sistema de campos de concentración que se había establecido ya en tiempos de Lenin, conocido como el GULAG. En las purgas de los tiempos de Stalin se montaban grandes juicios espectaculares sin las más mínimas garantías procesales, que terminaban en fusilamientos o con trabajos forzados en la lejana Siberia. A tal punto se redujo la población de la URSS, que se destruyeron los resultados del censo general realizado en 1937 para no divulgar la cantidad de muertos…
La sombra de Stalin se proyectó hacia Europa: por su acuerdo de no agresión con el régimen de Hitler, el pacto Ribbentropp-Molotov de agosto de 1939, ambos regímenes totalitarios se repartieron varios países de Europa oriental, a saber: Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y la región de Besarabia, que fueron invadidos en breve tiempo. Con la invasión alemana de 1941, la URSS pasó al campo de los países aliados contra el Eje, por lo que tras la guerra pasó a dominar varios países de Europa oriental, implantando el régimen del “socialismo real” que estuvo vigente hasta 1989. En 1953 murió en circunstancias extrañas y quizás se lo dejó morir por parte de los miembros de su círculo más cercano, cuando estaba a punto de comenzar una nueva purga de carácter antijudío. El legado de Stalin fue criticado incluso por los propios miembros del PC soviético, un proceso que tuvo como puntapié inicial al célebre informe presentado por Jrushchov en el XX congreso en 1956, en el que expuso los crímenes realizados contra miembros del partido comunista. Las víctimas fuera del partido no interesaban…
La memoria no puede desfallecer ante estos genocidios. Es una historia de horror, opresión y tortura. Stalin fue uno de los grandes genocidas y enemigos de la sociedad libre de la era contemporánea, y así es como debe ser recordado, para que su modelo criminal no se repita.
Ricardo López Göttig es Doctor en Historia y Director del Consejo Académico de CADAL.
EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA, INTERNACIONAL, ELECCIONES ASAMBLEA NACIONAL, UNIDAD ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA
Stalin continuó y afianzó los rasgos totalitarios que se iniciaron durante la revolución bolchevique de noviembre de 1917, la que cercenó la posibilidad de que surgiera una república democrática en Rusia tras la abdicación del Zar Nicolás II en febrero de ese año. Ya con el liderazgo de Vladimir Ilich Lenin se fueron dibujando los principales rasgos de lo que habría de ser la Unión Soviética, en la que se fueron acallando a punta de bayoneta todas las formas de expresión de la sociedad civil y del pluralismo político, comenzando la militarización y la centralización de la economía bajo la tutela implacable del estado. Se acentuaron las tendencias autoritarias ya existentes durante el zarismo, un régimen que pretendió amalgamar el absolutismo político con la modernización económica en su etapa final.
A la muerte de Lenin, se inició una cruenta lucha por el poder dentro del partido único, que costó las vidas de los rivales de Stalin, quedando este como líder absoluto e intérprete inapelable de la doctrina marxista-leninista. Durante su dominio sin límites, los organismos de seguridad interna rivalizaron con el ejército y el partido, cada uno buscando los favores del omnímodo secretario general. Bajo su puño de hierro, se estima que murieron unas veinte millones de personas, víctimas de sus políticas de reforma agraria, industrialización, purgas de supuestos “enemigos de clase” y “complots” contra la construcción del socialismo en la URSS. Ese número estremecedor de muertos fueron en gran medida causadas por las hambrunas y la persecución contra los “kulaks”, pequeños propietarios campesinos que se resistieron a la colectivización de sus granjas y animales. La “deskulakización” y la creación de las granjas colectivas (koljoz) fue el primer paso para concentrar la principal fuente de riquezas de Rusia para dar el salto a la industrialización pesada. A esto, le siguieron las deportaciones masivas de minorías nacionales, como los tártaros de Crimea que fueron desplazados al Asia central. Pero como los resultados de los planes quinquenales distaban mucho de acercarse a las cifras de producción establecidas arbitrariamente por Stalin, siempre se buscaron a los “enemigos de clase” responsables de “sabotajes”, por lo que se perfeccionó el sistema de campos de concentración que se había establecido ya en tiempos de Lenin, conocido como el GULAG. En las purgas de los tiempos de Stalin se montaban grandes juicios espectaculares sin las más mínimas garantías procesales, que terminaban en fusilamientos o con trabajos forzados en la lejana Siberia. A tal punto se redujo la población de la URSS, que se destruyeron los resultados del censo general realizado en 1937 para no divulgar la cantidad de muertos…
La sombra de Stalin se proyectó hacia Europa: por su acuerdo de no agresión con el régimen de Hitler, el pacto Ribbentropp-Molotov de agosto de 1939, ambos regímenes totalitarios se repartieron varios países de Europa oriental, a saber: Polonia, Lituania, Letonia, Estonia y la región de Besarabia, que fueron invadidos en breve tiempo. Con la invasión alemana de 1941, la URSS pasó al campo de los países aliados contra el Eje, por lo que tras la guerra pasó a dominar varios países de Europa oriental, implantando el régimen del “socialismo real” que estuvo vigente hasta 1989. En 1953 murió en circunstancias extrañas y quizás se lo dejó morir por parte de los miembros de su círculo más cercano, cuando estaba a punto de comenzar una nueva purga de carácter antijudío. El legado de Stalin fue criticado incluso por los propios miembros del PC soviético, un proceso que tuvo como puntapié inicial al célebre informe presentado por Jrushchov en el XX congreso en 1956, en el que expuso los crímenes realizados contra miembros del partido comunista. Las víctimas fuera del partido no interesaban…
La memoria no puede desfallecer ante estos genocidios. Es una historia de horror, opresión y tortura. Stalin fue uno de los grandes genocidas y enemigos de la sociedad libre de la era contemporánea, y así es como debe ser recordado, para que su modelo criminal no se repita.
Ricardo López Göttig es Doctor en Historia y Director del Consejo Académico de CADAL.
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