Pero una cosa es la autocrítica y otra la autodestrucción. Cuando la crítica es incesante, corrosiva, sin tregua ni ofertas de solución, no hace ningún bien sino empeora la situación que se critica.
Nuestra oposición a este régimen totalitario sufre de muchos defectos, pero el peor es la autocrítica. Se oye continuamente que no tenemos líderes en la oposición, pero tenemos 10 años sacrificando personas en aras de la libertad, personas que han caído repudiadas por nosotros más que heridos por el enemigo. Como todos los seres humanos, esos dirigentes cometieron errores, pero también como en toda resistencia por la libertad, son errores mientras se pierden batallas; serán acciones heroicas cuando ganemos la lucha.
Hay líderes buenos y eficientes. Lo que falta es buenos seguidores, es decir, nosotros, los demás que estamos dispuestos a criticarlos pero no tan dispuestos a seguirlos. Y lo peor es que llevamos esa crítica afuera de forma que cuando el apoyo internacional nos defrauda siempre pueden argumentar que es nuestra falta de liderazgo. La crítica que ejercen algunos venezolanos desde lugares de influencia en organismos internacionales, por ejemplo, es devastadora. Está expresada con tanta saña que uno se pregunta si está motivada por emoción más que por una apreciación racional de la realidad.
Defiendo la crítica como esencial para el ejercicio de la libertad; me es tan natural como el aire que respiro. Pero una cosa es la crítica y otra la destrucción de toda posibilidad.
La resistencia no violenta empieza por autoconstruirse positivamente.
Empecemos a notar y resaltar las buenas acciones de nuestros dirigentes; los logros en 10 años de resistencia. Entonces empezaremos a engrosar las filas de seguidores por la libertad.
La crítica constructiva. Los venezolanos demócratas estamos inmersos en un círculo vicioso signado por la autocrítica. Ésta es conveniente y garantía de salud mental, especialmente para los políticos que siempre peligran llegar a los excesos enfermizos del poder, como los alcanzados por el Presidente.
Pero una cosa es la autocrítica y otra la autodestrucción. Cuando la crítica es incesante, corrosiva, sin tregua ni ofertas de solución, no hace ningún bien sino empeora la situación que se critica.
Nuestra oposición a este régimen totalitario sufre de muchos defectos, pero el peor es la autocrítica. Se oye continuamente que no tenemos líderes en la oposición, pero tenemos 10 años sacrificando personas en aras de la libertad, personas que han caído repudiadas por nosotros más que heridos por el enemigo. Como todos los seres humanos, esos dirigentes cometieron errores, pero también como en toda resistencia por la libertad, son errores mientras se pierden batallas; serán acciones heroicas cuando ganemos la lucha.
Hay líderes buenos y eficientes. Lo que falta es buenos seguidores, es decir, nosotros, los demás que estamos dispuestos a criticarlos pero no tan dispuestos a seguirlos. Y lo peor es que llevamos esa crítica afuera de forma que cuando el apoyo internacional nos defrauda siempre pueden argumentar que es nuestra falta de liderazgo. La crítica que ejercen algunos venezolanos desde lugares de influencia en organismos internacionales, por ejemplo, es devastadora. Está expresada con tanta saña que uno se pregunta si está motivada por emoción más que por una apreciación racional de la realidad.
Defiendo la crítica como esencial para el ejercicio de la libertad; me es tan natural como el aire que respiro. Pero una cosa es la crítica y otra la destrucción de toda posibilidad.
La resistencia no violenta empieza por autoconstruirse positivamente.
Empecemos a notar y resaltar las buenas acciones de nuestros dirigentes; los logros en 10 años de resistencia. Entonces empezaremos a engrosar las filas de seguidores por la libertad.
Ruth Capriles
Domingo, 20 de septiembre de 2009
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