La unidad es absolutamente necesaria. La unidad es un imperativo del que no se puede huir. El país está reclamando la unidad. Es menester unir a los trabajadores de Guayana con los miles que deambulan pidiendo viviendas frente a los organismos oficiales. La unidad es un requerimiento de los tiempos. La unidad en una solicitud de la historia. Hay que unir a los merideños sin luz con los trabajadores burlados de la costa oriental del lago de Maracaibo. Hay que unir a todas las amas de casa que han visto dañarse sus electrodomésticos con los trabajadores de la UCV a quienes se burlan sus derechos laborales. No querer la unidad es un delito político imperdonable. La unidad toca desesperadamente a nuestras puertas reclamando la acojamos. Se hace indispensable unir a los miles de comerciantes al borde de la quiebra con los habitantes de esa vasta zona que está entre Caracas y el litoral central. Es indispensable unir a los productores agrícolas expropiados con la gente de Barinas que asiste estupefacta al desgobierno local. La unidad es imperiosa, la unidad no puede seguir esperando por nosotros, la unidad está comenzando a desesperar por la falta de unidad. Hay que unir a las “mujeres de negro” de Mérida con los sindicalistas que ven como el gobierno burla la contratación colectiva. Es necesario unir a las barriadas caraqueñas que no tienen agua con los empresarios honestos que han visto deshechas sus empresas. Hay que unir.
La unidad es el reclamo, la exigencia, la necesidad, lo urgente. Hay que unir a los miles de indigentes que duermen en las jardineras del Metro, de las plazas y de los parques con una posibilidad de esperanza dada por los intelectuales que quieren la unidad. Hay que unir a la gente que no puede comer tres veces al día con los abogados que denuncian la constante destrucción de todo vestigio del Estado de Derecho. Hay que unir a los defensores de los derechos humanos con aquellos que están en pobreza crítica. Hay que unir a aquellos que no tienen cloacas con la gente que se moviliza por carreteras y autopistas en pésimo estado. Hay que unir a los dirigentes sociales con la gente por la que se preocupan en una unidad indestructible. Hay que unir a los dirigentes que creen que hay que borrar los paradigmas anticuados y los procederes nefastos con la población desengañada. La unidad es el pedido del país, la unidad es el reclamo, la unidad es una orden que nos está dando la historia.
Hay que hablar de unidad, hay que resaltar la unidad, hay que iluminar la unidad con plantas, con velas, con fósforos, con leña, pero la unidad debe estar alumbrada, la unidad debe saber que vamos en su procura. Hay que unir a las mujeres y a los hombres mayores con los estudiantes que buscan un futuro. Hay que unir a los adolescentes con la idea de una república atractiva. Hay que unir a los sindicalistas con los pobres que pululan por el campo engañados por las expropiaciones y por las ofertas mentirosas. Hay que unir. Todos debemos dedicarnos a construir la unidad. La unidad es el planteamiento clave de esta hora histórica. La unidad es la oferta fundamental que nos permitirá salir del atolladero. Coincidimos con quienes nos venden la unidad como la panacea: sí, hay que unir a la doñita que no puede salir de noche y mira triste desde la ventana enrejada de su rancho con el empresario que da trabajo y está pensando seriamente abandonar, en tirar la toalla ante la permisología aberrante que le obliga a sacar docenas de autorizaciones y que tiene su empresa al borde del colapso, uno ayudado por la corrupción que pide y pide comisiones.
Yo soy un fiel partidario de la unidad. La unidad me obliga, la unidad corre por las calles llenas de huecos exigiendo que la adoptemos, que la acariciemos, que le demos albergue. Hay que unir a católicos, protestantes, judíos y musulmanes con los ateos, es urgente congregar al culto pastor con el analfabeto, es urgente la conjunción del profesor universitario con el maestro de la destartalada escuela del lejano y polvoroso pueblo interiorano. La unidad es nuestra divisa. Hay que unir al soldado y al oficial medio con sus vecinos que padecen los apagones, la inflación y la escasez. Hay que unir al oficial que va al restaurante y se siente observado con la gente que está en las otras mesas y así juntos recobren la identidad venezolana.
La unidad es la condición esencial para tener éxito. Sin unidad no habrá salida. Sin unidad no habrá cambio. La unidad es como el agua, amalgamada en gotas, conjunta en mole, esencial para la vida. La unidad puede devolvernos la existencia, reponernos la luz apagada, reparar las turbinas del Guri, con paciencia, con constancia, con parsimoniosa tarea de reconstrucción. Primero hay que abrir las compuertas, hilvanar en un solo haz de fuerzas a todos los que protestan. Hay que tejer los vínculos, los entendimientos, las comprensiones entre todos los sectores que andan cada uno por su lado y no han visto a la unidad. Hay que unir el engañado con el desengañado y con el nuevo desengañado. La unidad es la prioridad. La unidad debe ser adoptada. La unidad no puede seguir por allí, realenga, vestida con ropa raída, decepcionada. Hay que unir a los sesudos economistas que nos señalan contracción deflación, pérdida de empleo, con los escasos pulperos que sobreviven aquí y acullá. Es urgente la unidad entre las clases que todavía se permiten el matrimonio, la primera comunión y el cumpleaños con una buena fiesta con los jóvenes de los barrios que trasiegan cerveza parados en una esquina y expuestos a que unos distribuidores de droga los acribillen. La unidad nos mira lánguida, extenuada, a nuestra espera. Hay que responderle a la unidad. Es urgente darle una respuesta a la unidad.
Cuando la unidad nos abrace habrá salida. La unidad habrá demostrado así que ella era la panacea. Cuando todos abracemos la unidad seremos de nuevo un cuerpo social. Cuando todos nos hagamos uno con la unidad seremos imbatibles. Seremos de nuevo un pueblo capaz de determinar su destino, de echar la dictadura y de comenzar una reconstrucción sostenida. La unidad es necesaria. El intelectual que teoriza sobre los nuevos parámetros del mundo debe abrazar a la ama de casa que pelea entre el mantenimiento del hogar y el trabajo, entre revisar las tareas escolares por si Stalin ronda los cuadernos y hacer mercado con un dinero que no le alcanza. La unidad nos hala las orejas, la unidad toca el timbre del condominio, la unidad golpea las puertas protegidas del despavorido habitante del barrio azotado por el hampa. La unidad debe ser respirada, absorbida, introyectada. Hay que unir al policía con el ciudadano que lo mira angustiado. Hay que unir al transportista con el pasajero. Hay que unir al comprador con el vendedor. Hay que reconstruir un tejido social unitario. Entonces la esperanza volverá. Estaremos listos para definir una transición. Para conceptualizar lo que vendrá a sustituir al presente malévolo. La transición entonces no nos agarrará desprevenidos, pues ya habremos definido sus bondades, sus condiciones y su ruta.
La unidad anda por todas partes. Hay que asirla, hay que soldarla entre todos quienes protestamos, entre todos los que están resignados y entre todos los que abajo aún creen. Hay que ponerle fin a la inconexión, a la falta de amalgama, a la ausencia de vasos comunicantes. Debemos constituirnos en albañiles de unidad, en ingenieros de unidad, en edificadores del gran edificio de unidad. Entonces veremos la transición, entonces veremos como se abre ante nuestros ojos la reparación de los exámenes en los que fuimos aplazados, entonces veremos la restitución democrática alejada de los vicios del ayer y de su aberrante verruga del hoy. Entonces seremos un pueblo de ciudadanos levantando ciudadanía y una nueva república, ya liberados, ya disfrutando de los resultados de nuestras acciones que pusieron fin a la decadencia y al desastre.
Esta es la unidad. La unidad permitirá restituir la gobernabilidad perdida, procurar la paz en la transición, cohesionar, converger, rehabilitar la libertad, mantener el orden en la mudanza. Esta es la unidad. La unidad es la mudanza. La unidad es la apertura de las puertas y de las ventanas sin rejas. No hay otra unidad. Esta es la unidad.
TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ
teodulolopezm@yahoo.com
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La unidad es el reclamo, la exigencia, la necesidad, lo urgente. Hay que unir a los miles de indigentes que duermen en las jardineras del Metro, de las plazas y de los parques con una posibilidad de esperanza dada por los intelectuales que quieren la unidad. Hay que unir a la gente que no puede comer tres veces al día con los abogados que denuncian la constante destrucción de todo vestigio del Estado de Derecho. Hay que unir a los defensores de los derechos humanos con aquellos que están en pobreza crítica. Hay que unir a aquellos que no tienen cloacas con la gente que se moviliza por carreteras y autopistas en pésimo estado. Hay que unir a los dirigentes sociales con la gente por la que se preocupan en una unidad indestructible. Hay que unir a los dirigentes que creen que hay que borrar los paradigmas anticuados y los procederes nefastos con la población desengañada. La unidad es el pedido del país, la unidad es el reclamo, la unidad es una orden que nos está dando la historia.
Hay que hablar de unidad, hay que resaltar la unidad, hay que iluminar la unidad con plantas, con velas, con fósforos, con leña, pero la unidad debe estar alumbrada, la unidad debe saber que vamos en su procura. Hay que unir a las mujeres y a los hombres mayores con los estudiantes que buscan un futuro. Hay que unir a los adolescentes con la idea de una república atractiva. Hay que unir a los sindicalistas con los pobres que pululan por el campo engañados por las expropiaciones y por las ofertas mentirosas. Hay que unir. Todos debemos dedicarnos a construir la unidad. La unidad es el planteamiento clave de esta hora histórica. La unidad es la oferta fundamental que nos permitirá salir del atolladero. Coincidimos con quienes nos venden la unidad como la panacea: sí, hay que unir a la doñita que no puede salir de noche y mira triste desde la ventana enrejada de su rancho con el empresario que da trabajo y está pensando seriamente abandonar, en tirar la toalla ante la permisología aberrante que le obliga a sacar docenas de autorizaciones y que tiene su empresa al borde del colapso, uno ayudado por la corrupción que pide y pide comisiones.
Yo soy un fiel partidario de la unidad. La unidad me obliga, la unidad corre por las calles llenas de huecos exigiendo que la adoptemos, que la acariciemos, que le demos albergue. Hay que unir a católicos, protestantes, judíos y musulmanes con los ateos, es urgente congregar al culto pastor con el analfabeto, es urgente la conjunción del profesor universitario con el maestro de la destartalada escuela del lejano y polvoroso pueblo interiorano. La unidad es nuestra divisa. Hay que unir al soldado y al oficial medio con sus vecinos que padecen los apagones, la inflación y la escasez. Hay que unir al oficial que va al restaurante y se siente observado con la gente que está en las otras mesas y así juntos recobren la identidad venezolana.
La unidad es la condición esencial para tener éxito. Sin unidad no habrá salida. Sin unidad no habrá cambio. La unidad es como el agua, amalgamada en gotas, conjunta en mole, esencial para la vida. La unidad puede devolvernos la existencia, reponernos la luz apagada, reparar las turbinas del Guri, con paciencia, con constancia, con parsimoniosa tarea de reconstrucción. Primero hay que abrir las compuertas, hilvanar en un solo haz de fuerzas a todos los que protestan. Hay que tejer los vínculos, los entendimientos, las comprensiones entre todos los sectores que andan cada uno por su lado y no han visto a la unidad. Hay que unir el engañado con el desengañado y con el nuevo desengañado. La unidad es la prioridad. La unidad debe ser adoptada. La unidad no puede seguir por allí, realenga, vestida con ropa raída, decepcionada. Hay que unir a los sesudos economistas que nos señalan contracción deflación, pérdida de empleo, con los escasos pulperos que sobreviven aquí y acullá. Es urgente la unidad entre las clases que todavía se permiten el matrimonio, la primera comunión y el cumpleaños con una buena fiesta con los jóvenes de los barrios que trasiegan cerveza parados en una esquina y expuestos a que unos distribuidores de droga los acribillen. La unidad nos mira lánguida, extenuada, a nuestra espera. Hay que responderle a la unidad. Es urgente darle una respuesta a la unidad.
Cuando la unidad nos abrace habrá salida. La unidad habrá demostrado así que ella era la panacea. Cuando todos abracemos la unidad seremos de nuevo un cuerpo social. Cuando todos nos hagamos uno con la unidad seremos imbatibles. Seremos de nuevo un pueblo capaz de determinar su destino, de echar la dictadura y de comenzar una reconstrucción sostenida. La unidad es necesaria. El intelectual que teoriza sobre los nuevos parámetros del mundo debe abrazar a la ama de casa que pelea entre el mantenimiento del hogar y el trabajo, entre revisar las tareas escolares por si Stalin ronda los cuadernos y hacer mercado con un dinero que no le alcanza. La unidad nos hala las orejas, la unidad toca el timbre del condominio, la unidad golpea las puertas protegidas del despavorido habitante del barrio azotado por el hampa. La unidad debe ser respirada, absorbida, introyectada. Hay que unir al policía con el ciudadano que lo mira angustiado. Hay que unir al transportista con el pasajero. Hay que unir al comprador con el vendedor. Hay que reconstruir un tejido social unitario. Entonces la esperanza volverá. Estaremos listos para definir una transición. Para conceptualizar lo que vendrá a sustituir al presente malévolo. La transición entonces no nos agarrará desprevenidos, pues ya habremos definido sus bondades, sus condiciones y su ruta.
La unidad anda por todas partes. Hay que asirla, hay que soldarla entre todos quienes protestamos, entre todos los que están resignados y entre todos los que abajo aún creen. Hay que ponerle fin a la inconexión, a la falta de amalgama, a la ausencia de vasos comunicantes. Debemos constituirnos en albañiles de unidad, en ingenieros de unidad, en edificadores del gran edificio de unidad. Entonces veremos la transición, entonces veremos como se abre ante nuestros ojos la reparación de los exámenes en los que fuimos aplazados, entonces veremos la restitución democrática alejada de los vicios del ayer y de su aberrante verruga del hoy. Entonces seremos un pueblo de ciudadanos levantando ciudadanía y una nueva república, ya liberados, ya disfrutando de los resultados de nuestras acciones que pusieron fin a la decadencia y al desastre.
Esta es la unidad. La unidad permitirá restituir la gobernabilidad perdida, procurar la paz en la transición, cohesionar, converger, rehabilitar la libertad, mantener el orden en la mudanza. Esta es la unidad. La unidad es la mudanza. La unidad es la apertura de las puertas y de las ventanas sin rejas. No hay otra unidad. Esta es la unidad.
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