¿Por qué la génesis del capital se ha convertido en un misterio semejante?
¿Y por qué nunca nos explicaron cuán indispensable es la propiedad formal para la formación del capital?
Para desentrañar el misterio del capital tenemos que remontarnos al significado seminal de la palabra. Parece ser que en latín medieval, “capital” significaba cabeza de ganado, un bien que siempre ha sido una importante fuente de riqueza más allá de la carne, la leche, el cuero, la lana y el combustible que aportan los animales. El ganado se reproduce. Así, el término “capital” capta la dimensión física del activo (el ganado) y a la vez su potencial como generador de valor excedente. El paso que tuvieron que dar del establo al escritorio los que inventaron las ciencias económicas fue corto, y en general definieron el “capital” como aquella parte de los activos de un país que pone en marcha una producción excedente e incrementa la productividad.
Los grandes economistas clásicos como Adam Smith y, más tarde, Karl Marx consideraban el capital como el motor de la economía de mercado. En “La riqueza de las naciones”, Smith hizo énfasis en lo que constituye el meollo del misterio que intentamos desentrañar: si queremos que los activos acumulados se vuelvan capital activo y pongan en marcha una producción adicional, deben ser fijados y realizados en un objeto o actividad productiva en concreto “que perdure por lo menos un tiempo luego de realizado el trabajo. Es, como si dijéramos, una cierta cantidad de trabajo acumulada y almacenada para ser empleada, si fuera preciso, en alguna otra ocasión”. La conclusión que extraemos de Smith es que el capital no es el stock de activos acumulados sino su potencial para dar lugar a una nueva producción. Ese potencial es, por supuesto, abstracto. Debe ser procesado y fijado en una forma tangible antes de poder liberarlo, exactamente como el potencial de energía nuclear del ladrillo de Einstein.
Este significado esencial del capital se ha perdido para la historia. Hoy el capital se confunde con el dinero, que es solo una de sus muchas formas. Siempre resulta más fácil recordar un concepto difícil a partir de una de sus manifestaciones tangibles que a partir de su esencia. La mente capta más fácilmente el concepto de “dinero” que el de “capital”. Pero es un error suponer que el dinero es lo que finalmente fija el capital. El dinero facilita las transacciones, permitiéndonos comprar y vender cosas, pero no es en sí el progenitor de la producción adicional.
Podemos encontrar una respuesta usando una analogía con la producción de energía. Piense en un lago en lo alto de una montaña. Podemos imaginarlo en su contexto físico inmediato y encontrarle algunos usos primarios, como el canotaje y la pesca.
Pero si pensamos en él como lo haría un ingeniero, concentrándonos en su capacidad de generar energía eléctrica por medio de una planta hidroeléctrica, como un valor adicional que trasciende el estado natural del lago como masa de agua, súbitamente detectamos el potencial que crea la posición elevada del lago. Para el ingeniero, el reto es cómo crear un proceso de conversión que fije este potencial en una forma que permita hacer trabajo adicional.
El capital, como la energía, es un valor en estado latente. Para traerlo a la vida debemos dejar de mirar a nuestros activos como lo que son, y empezar a pensar en ellos como lo que podrían ser. Para ello se requiere un proceso de fijación del potencial económico del activo en una forma en la que puede ser empleado para iniciar una producción adicional.
Pero si bien el proceso que convierte la energía potencial del agua en electricidad es harto conocido, el que da a los activos la forma necesaria para poner en marcha más producción no lo es. Esto se debe a que ese proceso clave no fue deliberadamente establecido para crear capital, sino con el propósito más sencillo de proteger la propiedad inmueble. A medida que los sistemas de propiedad de los países occidentales fueron creciendo, imperceptiblemente fueron desarrollando diversos mecanismos cuya combinación en un proceso empezó a producir más capital que nunca.
El sistema de propiedad formal empieza a transformar activos en capital mediante la descripción y organización de los aspectos social y económicamente más útiles de los activos, preservando esta información en un sistema de registro —escrita en un libro mayor o como un impulso electrónico en el disco de la computadora— que luego se incorpora en un título. Todo este proceso está regido por un conjunto de normas legales detalladas y precisas, de modo que los registros y títulos formales de propiedad representan y recogen nuestras coincidencias acerca de qué es lo económicamente relevante en cualquier activo. Ellos capturan y organizan toda la información pertinente que se necesita para concebir el valor potencial de un activo y eso nos permite controlarlo.
Cualquier activo cuyos aspectos económicos y sociales no están fijados en un sistema de propiedad formal es sumamente difícil de mover en el mercado. ¿Cómo controlar las enormes cantidades de activos que cambian de manos en una economía moderna de mercado si no es mediante un proceso de propiedad formal? Sin ese sistema, cualquier compraventa de un activo, digamos de una propiedad inmueble, exigiría un enorme esfuerzo, comenzando por la determinación de los elementos básicos de la transacción: ¿Es el vendedor dueño del inmueble y tiene derecho a transferirlo? ¿Puede comprometerlo o empeñarlo? ¿Será aceptado el nuevo propietario como tal por quienes hacen efectivos los derechos de propiedad? ¿Cuáles son los medios de los que se dispone para excluir a otros reclamantes? A esto se debe que fuera de Occidente la mayor parte del intercambio comercial de activos se circunscriba a círculos locales de amigos y conocidos.
El principal problema de los países en desarrollo y de los que fueron comunistas no es la falta de espíritu empresarial: en los últimos 40 años los pobres han acumulado millones de millones de dólares en bienes raíces. De lo que carecen los pobres es de un fácil acceso a los mecanismos de propiedad que les permita aprovechar legalmente el potencial económico de sus activos para producir, afianzar o garantizar mayor valor en un mercado de nuevas dimensiones.
Al historiador francés Fernand Braudel le pareció muy misterioso que en sus inicios el capitalismo occidental solo sirviera a unos pocos privilegiados, y es lo que sucede en el mundo actual: El problema clave es descubrir por qué ese sector de la sociedad del pasado que no dudaría en llamar capitalista, habría vivido como bajo una campana de vidrio, aislado del resto. ¿Qué le impidió expandirse y conquistar a toda la sociedad?...
¿Por qué un porcentaje significativo de la formación de capital solo fue posible en ciertos sectores y no en toda la economía de mercado de la época?
Creo que la respuesta a la pregunta de Braudel yace en el restringido acceso a la propiedad formal, tanto en el pasado de Occidente como en el presente de los países en desarrollo o de los que salen del comunismo. Los inversionistas locales y extranjeros sí tienen capital y, gracias a los sistemas formales de propiedad, sus activos están más o menos integrados, son fungibles, forman una red y se encuentran protegidos. Pero son solo una pequeña minoría, la de quienes pueden sufragar abogados especializados, tener conexiones poderosas y la paciencia y los recursos necesarios para sortear el papeleo burocrático de sus sistemas de propiedad. La gran mayoría de las personas, que no puede lograr que los frutos de su trabajo estén representados en el sistema formal de propiedad, viven fuera de la campana de vidrio de Braudel.
La campana de vidrio hace del capitalismo un club privado, abierto solo para una minoría privilegiada, y frustra a los miles de millones de personas que miran ese recinto desde fuera. Este apartheid capitalista continuará inexorablemente hasta que todos enfrentemos el defecto crítico de los sistemas legales y políticos de muchos países donde se impide que la mayoría ingrese al sistema de propiedad formal.
Este es el momento apropiado para preguntar por qué la mayoría de los países no ha podido crear sistemas abiertos de propiedad formal. Este es el momento, cuando los países del Tercer Mundo y los que salen del comunismo viven sus más ambiciosos intentos de implementar sistemas capitalistas, de retirar la campana de vidrio.
Por todo lo antes expuesto el Movimiento Republicano _miembro activo del Frente Liberal de Venezuela_ prepara una iniciativa parlamentaria para formalizar su premisa básica de campaña. Venezuela un país de propietarios.
Venezuela debe ser un país de propietarios. Hoy, muchos venezolanos que solo son dueños de su salario y de algunos pocos ahorros. Hoy día, cada familia que lo desee y se esfuerce, debería ser dueña de su casa de habitación, del mobiliario hogareño, de una computadora y de un medio de transporte familiar. Además, los venezolanos podrían, si así lo deciden, ser dueños de una empresa de servicios, agricultura, industria o fondo de pensión e inversión; participar plena y dignamente de la economía nacional y no solo como asalariados. Se puede y se deben titular las tierras en zonas populares urbanas y de las zonas del campo. Todos los ciudadanos tendrán la oportunidad de participar de forma activa en el capital de muchas empresas y en las grandes obras de infraestructura, mediante la titularización, como dueños, en vez de meros espectadores.
Un paso al frente por ese sueño en acción. La decisión es tuya. Otra Venezuela es posible.
Para desentrañar el misterio del capital tenemos que remontarnos al significado seminal de la palabra. Parece ser que en latín medieval, “capital” significaba cabeza de ganado, un bien que siempre ha sido una importante fuente de riqueza más allá de la carne, la leche, el cuero, la lana y el combustible que aportan los animales. El ganado se reproduce. Así, el término “capital” capta la dimensión física del activo (el ganado) y a la vez su potencial como generador de valor excedente. El paso que tuvieron que dar del establo al escritorio los que inventaron las ciencias económicas fue corto, y en general definieron el “capital” como aquella parte de los activos de un país que pone en marcha una producción excedente e incrementa la productividad.
Los grandes economistas clásicos como Adam Smith y, más tarde, Karl Marx consideraban el capital como el motor de la economía de mercado. En “La riqueza de las naciones”, Smith hizo énfasis en lo que constituye el meollo del misterio que intentamos desentrañar: si queremos que los activos acumulados se vuelvan capital activo y pongan en marcha una producción adicional, deben ser fijados y realizados en un objeto o actividad productiva en concreto “que perdure por lo menos un tiempo luego de realizado el trabajo. Es, como si dijéramos, una cierta cantidad de trabajo acumulada y almacenada para ser empleada, si fuera preciso, en alguna otra ocasión”. La conclusión que extraemos de Smith es que el capital no es el stock de activos acumulados sino su potencial para dar lugar a una nueva producción. Ese potencial es, por supuesto, abstracto. Debe ser procesado y fijado en una forma tangible antes de poder liberarlo, exactamente como el potencial de energía nuclear del ladrillo de Einstein.
Este significado esencial del capital se ha perdido para la historia. Hoy el capital se confunde con el dinero, que es solo una de sus muchas formas. Siempre resulta más fácil recordar un concepto difícil a partir de una de sus manifestaciones tangibles que a partir de su esencia. La mente capta más fácilmente el concepto de “dinero” que el de “capital”. Pero es un error suponer que el dinero es lo que finalmente fija el capital. El dinero facilita las transacciones, permitiéndonos comprar y vender cosas, pero no es en sí el progenitor de la producción adicional.
Podemos encontrar una respuesta usando una analogía con la producción de energía. Piense en un lago en lo alto de una montaña. Podemos imaginarlo en su contexto físico inmediato y encontrarle algunos usos primarios, como el canotaje y la pesca.
Pero si pensamos en él como lo haría un ingeniero, concentrándonos en su capacidad de generar energía eléctrica por medio de una planta hidroeléctrica, como un valor adicional que trasciende el estado natural del lago como masa de agua, súbitamente detectamos el potencial que crea la posición elevada del lago. Para el ingeniero, el reto es cómo crear un proceso de conversión que fije este potencial en una forma que permita hacer trabajo adicional.
El capital, como la energía, es un valor en estado latente. Para traerlo a la vida debemos dejar de mirar a nuestros activos como lo que son, y empezar a pensar en ellos como lo que podrían ser. Para ello se requiere un proceso de fijación del potencial económico del activo en una forma en la que puede ser empleado para iniciar una producción adicional.
Pero si bien el proceso que convierte la energía potencial del agua en electricidad es harto conocido, el que da a los activos la forma necesaria para poner en marcha más producción no lo es. Esto se debe a que ese proceso clave no fue deliberadamente establecido para crear capital, sino con el propósito más sencillo de proteger la propiedad inmueble. A medida que los sistemas de propiedad de los países occidentales fueron creciendo, imperceptiblemente fueron desarrollando diversos mecanismos cuya combinación en un proceso empezó a producir más capital que nunca.
El sistema de propiedad formal empieza a transformar activos en capital mediante la descripción y organización de los aspectos social y económicamente más útiles de los activos, preservando esta información en un sistema de registro —escrita en un libro mayor o como un impulso electrónico en el disco de la computadora— que luego se incorpora en un título. Todo este proceso está regido por un conjunto de normas legales detalladas y precisas, de modo que los registros y títulos formales de propiedad representan y recogen nuestras coincidencias acerca de qué es lo económicamente relevante en cualquier activo. Ellos capturan y organizan toda la información pertinente que se necesita para concebir el valor potencial de un activo y eso nos permite controlarlo.
Cualquier activo cuyos aspectos económicos y sociales no están fijados en un sistema de propiedad formal es sumamente difícil de mover en el mercado. ¿Cómo controlar las enormes cantidades de activos que cambian de manos en una economía moderna de mercado si no es mediante un proceso de propiedad formal? Sin ese sistema, cualquier compraventa de un activo, digamos de una propiedad inmueble, exigiría un enorme esfuerzo, comenzando por la determinación de los elementos básicos de la transacción: ¿Es el vendedor dueño del inmueble y tiene derecho a transferirlo? ¿Puede comprometerlo o empeñarlo? ¿Será aceptado el nuevo propietario como tal por quienes hacen efectivos los derechos de propiedad? ¿Cuáles son los medios de los que se dispone para excluir a otros reclamantes? A esto se debe que fuera de Occidente la mayor parte del intercambio comercial de activos se circunscriba a círculos locales de amigos y conocidos.
El principal problema de los países en desarrollo y de los que fueron comunistas no es la falta de espíritu empresarial: en los últimos 40 años los pobres han acumulado millones de millones de dólares en bienes raíces. De lo que carecen los pobres es de un fácil acceso a los mecanismos de propiedad que les permita aprovechar legalmente el potencial económico de sus activos para producir, afianzar o garantizar mayor valor en un mercado de nuevas dimensiones.
Al historiador francés Fernand Braudel le pareció muy misterioso que en sus inicios el capitalismo occidental solo sirviera a unos pocos privilegiados, y es lo que sucede en el mundo actual: El problema clave es descubrir por qué ese sector de la sociedad del pasado que no dudaría en llamar capitalista, habría vivido como bajo una campana de vidrio, aislado del resto. ¿Qué le impidió expandirse y conquistar a toda la sociedad?...
¿Por qué un porcentaje significativo de la formación de capital solo fue posible en ciertos sectores y no en toda la economía de mercado de la época?
Creo que la respuesta a la pregunta de Braudel yace en el restringido acceso a la propiedad formal, tanto en el pasado de Occidente como en el presente de los países en desarrollo o de los que salen del comunismo. Los inversionistas locales y extranjeros sí tienen capital y, gracias a los sistemas formales de propiedad, sus activos están más o menos integrados, son fungibles, forman una red y se encuentran protegidos. Pero son solo una pequeña minoría, la de quienes pueden sufragar abogados especializados, tener conexiones poderosas y la paciencia y los recursos necesarios para sortear el papeleo burocrático de sus sistemas de propiedad. La gran mayoría de las personas, que no puede lograr que los frutos de su trabajo estén representados en el sistema formal de propiedad, viven fuera de la campana de vidrio de Braudel.
La campana de vidrio hace del capitalismo un club privado, abierto solo para una minoría privilegiada, y frustra a los miles de millones de personas que miran ese recinto desde fuera. Este apartheid capitalista continuará inexorablemente hasta que todos enfrentemos el defecto crítico de los sistemas legales y políticos de muchos países donde se impide que la mayoría ingrese al sistema de propiedad formal.
Este es el momento apropiado para preguntar por qué la mayoría de los países no ha podido crear sistemas abiertos de propiedad formal. Este es el momento, cuando los países del Tercer Mundo y los que salen del comunismo viven sus más ambiciosos intentos de implementar sistemas capitalistas, de retirar la campana de vidrio.
Por todo lo antes expuesto el Movimiento Republicano _miembro activo del Frente Liberal de Venezuela_ prepara una iniciativa parlamentaria para formalizar su premisa básica de campaña. Venezuela un país de propietarios.
Venezuela debe ser un país de propietarios. Hoy, muchos venezolanos que solo son dueños de su salario y de algunos pocos ahorros. Hoy día, cada familia que lo desee y se esfuerce, debería ser dueña de su casa de habitación, del mobiliario hogareño, de una computadora y de un medio de transporte familiar. Además, los venezolanos podrían, si así lo deciden, ser dueños de una empresa de servicios, agricultura, industria o fondo de pensión e inversión; participar plena y dignamente de la economía nacional y no solo como asalariados. Se puede y se deben titular las tierras en zonas populares urbanas y de las zonas del campo. Todos los ciudadanos tendrán la oportunidad de participar de forma activa en el capital de muchas empresas y en las grandes obras de infraestructura, mediante la titularización, como dueños, en vez de meros espectadores.
Un paso al frente por ese sueño en acción. La decisión es tuya. Otra Venezuela es posible.
raulamiel@gmail.com
Saludos Libertarios.
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ACTUALIDAD, VENEZUELA, OPINIÓN, NOTICIA, MOVIMIENTO REPUBLICANO MR, REPUBLICANO, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, LIBERTARIO,POLÍTICA, INTERNACIONAL,
Saludos Libertarios.
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