domingo, 15 de noviembre de 2009

DERRUMBAR EL FRACASADO SOCIALISMO, LUIS ALBERTO ARISTIMUÑO

El reciente aniversario del derrumbe del Muro de Berlín es fecha propicia para analizar los diez años del régimen instalado en Venezuela.

En la antigua RDA, cuya tramoya fue erigida por la fuerza de las armas soviéticas, fueron necesarios cuarenta años (1949 -1989) para mostrar el irrefragable fracaso de un modelo socialista, a propósito para conformar una feroz dictadura, pero inservible para solucionar los cotidianos problemas de los ciudadanos.
En Venezuela han bastado menos de diez para concluir, de nuevo, que los métodos del socialismo cavernario, a la cubana –que vienen directamente de la también extinguida URSS— terminan indefectiblemente en un país carcomido por la miseria, el desabastecimiento, el desorden jurídico, la corrupción, los malos servicios, el abuso de poder y, para más señas, la búsqueda desesperada de un “guerrita” con algún vecino, que permita prolongar la amenazada popularidad del hiperlíder.
Y mire que las diferencias son notables. La RDA era una comunidad devastada por la guerra. La estructura de Estado estaba prácticamente destruida. Su economía en el suelo. Hubo de recibir ayuda de todo tipo de sus mentores soviéticos.

Pero mientras su otra mitad, la RFA, era tratada por sus preceptores –capitalistas, ellos— con la apertura propia de las economías de este signo: libre comercio, producción privada, libertades públicas e individuales, la RDA se cerraba en sí misma con los consabidos slogans “contra el capitalismo salvaje”, “la explotación del hombre por el hombre”, “la defensa de la soberanía”, “por una patria digna”, entre otros, que llevó a que mucha gente de ese país, desesperada por la estrechez de sus vidas, prefiriera arriesgarse a huir, o morir ametrallada en las inmediaciones del Muro, que seguir soportando el modelito.

Venezuela, en cambio, no venía de una guerra. Tampoco comenzó de cero el régimen que hoy la destruye a todo trapo. Aunque con un bajón petrolero, el gobierno anterior entregó un país con suficiente paz social haciendo honor a la alternabilidad democrática contenida en sus leyes. Con fallas comprensibles, había buenos servicios (gas, agua, electricidad, en cantidades suficientes, ¿se acuerdan?). Había bastante libertad para expresarse contra el gobierno, sin quedar señalado en una lista siniestra. En suma, era un país destinado al desarrollo debido a sus ventajas comparativas. ¿Adónde nos ha traído este otro “modelito”?

A un país con paz social satisfactoria, este régimen lo ha trocado en una de las sociedades más violentas del mundo (después de 2009 habrá 20 mil asesinatos anuales). Los altos precios petroleros que encontró –atribuidos cínicamente a las diligencias internacionales del nuevo “Simón Bolívar”— es, o era, literalmente, una riqueza fabulosa: más o menos mil millardos de dólares, que no ha servido para la independencia económica, sino, por el contrario para hacernos muchísimo más dependientes; pero sí para que el sujeto que hace las veces de presidente se promocione como líder continental, regalándola a manos llenas a unos vivianes que se dicen también socialistas (Y nuestros hospitales, universidades, escuelas y otras dependencias en la ruina).

Y no contento con este malbaratamiento, este bárbaro está vendiendo petróleo a futuro, con lo cual ya ha hipotecado dos o tres generaciones de venezolanos. Entretanto, el aparato productivo está destruido y los alimentos se traen en un 80 por ciento de otros países (y se habla de “soberanía alimentaria”).

No hace falta mucho seso para saber que el socialismo, llamado esta vez “bolivariano”, ha resultado en otro fracaso para mejorar la vida ciudadana, pero eficaz, como acostumbra, para instaurar una dictadura.

Silvio A. Orta C.
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