“De las dos cualidades que principalmente inspiran consideración y afecto –que una cosa es tuya propia y que es tu única- ninguna puede existir en un Estado como éste.” Aristóteles
Sin libertades no puede haber acciones revolucionarias. Pero el comunismo fracasado aplica el absurdo de creer que las libertades carecen de utilidad revolucionaria; les temen, las censuran y las persiguen policialmente. En vez de beneficiarse con ellas, las pierden y olvidan que es la brecha indispensable para la acción revolucionaria. La experiencia prueba que no hay revolución interior bajo un régimen totalitario. Antes de hundirse en las mieles del poder, el chavismo se indignaba libremente por cualquier falla judicial o electoral, pero ahora no pueden con el peso de las libertades y reclaman silencio.
La libertad no es sólo ese “lujo para burgueses” que describen los falsos discípulos de Marx. La civilización comunista perdió el tren de la historia olvidando el oxígeno que es la libertad. Las “conquistas revolucionarias” fueron arrasadas, precisamente, por la falta de democracia, dentro de cada país y a partir de la cima, más que por el tinglado de “enemigos” que construyeron en su imaginación; y tal falta provocó su fracaso en el terreno práctico; porque ninguna economía, sea comunista, capitalista o lo que fuere, puede funcionar cuando es dirigida por una oligarquía que se reserva el monopolio de la decisión y reprime por la violencia la participación de los interesados.
Todos los análisis reinciden en un punto: el fracaso fue por razones políticas. El capitalismo también puede periclitar y llegar a la dictadura cuando se encierra en el autoritarismo y toma decisiones en el secreto de una soberana incompetencia.
En la era tecnológica, ninguna economía subsiste si no es creada a cada instante, trastornada por la inteligencia colectiva. En la fenecida URSS, tan tarde como en 1970, el académico Sakharov, el historiador Medvedev y el matemático Turtchin informaron a Breznev y a otros gobernantes de la cima sobre:”el descenso de la potencia creadora de los representantes de todas las profesiones”, subrayaron “la estrecha relación que existe entre el problema técnico-económico y el de la libertad de información”, deploraron “el burocratismo, la división administrativa, las actitudes formalistas respecto a los deberes a cumplir y la ausencia de iniciativas”; en otras palabras, los síntomas de degeneración para cualquier economía...
El progreso científico y tecnológico nació del derecho a la investigación, del espíritu crítico; y no habrá sociedad socialista sin libertad científica, tecnológica y cultural; en la penuria no puede haber socialismo, porque la pobreza, automáticamente, hace renacer las desigualdades. La orientación soviética hacía realizaciones puramente militares y “pantalleos”, y su subordinación a miras exclusivamente estatales y políticas (mayores que en el capitalismo) escandalizaron por los gastos que amputaron el nivel de vida (más bajo en el comunismo que en el capitalismo); las necesidades de la población se ahogaban. Sigue siendo labor del socialismo democrático futuro la conquista de la autonomía del poder intelectual e informativo con relación al poder político; y de ese socialismo, la democracia es la matriz.
Para el chavismo pareciera que libertad es sinónimo de desorden, como igualmente le resultan incomprensibles las ideas de autogestión, de ley igualitaria para todos, de libertad individual y de responsabilidad social. Pero la política no es sencillamente un problema de Poder y de Estado. En la URSS, el vínculo entre la catalepsia social y la represión de la inteligencia colectiva, “la propaganda ideológica oficial provoca fatalmente en numerosos ciudadanos la indiferencia y degradación ideológicas, el escepticismo y el cinismo”.
La carencia de homo democraticus en el chavismo los lleva a utilizar las instituciones como los campesinos soviéticos utilizaban las cavas de refrigeración: decorativamente, sin enchufarlas a la corriente eléctrica. Con el chavismo tenemos la sensación de que Pueblo y Estado son dos ciegos que se miran fijamente con los ojos apagados, como si vieran todavía.
La ineptitud para cambiar de comportamiento, entre dirigentes y pueblo, revela el vínculo esencial de la dictadura política y la reacción social. Es erróneo imaginar a los países comunistas abriéndose a la democracia tras consolidar sus bases; y cuanto más persiste la dictadura más frágiles se tornan sus “bases”, y entonces es más necesaria –para ellos- la dictadura. El concepto de “liberalización” aparece en civilizaciones políticas familiarizadas con una alternancia de libertad (ley) y de dictadura (fuerza).
La supresión de los militares implica la existencia de un bloqueo óptimo de ciudadanos con más clara imagen de cómo sustituir lo presente. Y nuestro autoritarismo vernáculo contiene suficientes que ven lo autoritario y prefieren la libertad, porque reconocen que el chavismo está sirviendo a la oligarquía de un monarca: anhela el aplastamiento de la oposición y la reducción de la crítica al silencio.
Una sociedad que funcione así, aniquilando, fracasa inevitablemente y es rechazada por quienes conocen otro sistema. En el chavismo como en el autoritarismo, únicamente los hechos tienen la palabra: esperan la catástrofe para reconsiderar la situación. En la democracia es posible anticipar intelectualmente las catástrofes y declarar la bancarrota a tiempo.
El fracaso no basta para determinar la enmienda de una orientación; el problema reside en saber cuál es el umbral de percepción de los fracasos y cuáles son los instrumentos de control susceptibles de transformar la información correspondiente en acción política. El fracaso no repercute sobre el gobierno bajo la forma de un agravamiento de su suerte. La primera revolución mundial consistió, precisamente, en la inversión de tal circunstancia. El chavismo invita a que agravemos la suerte de Venezuela. Pero el cambio está en marcha, porque la libertad no está sujeta a ningún tipo de expropiación.
Alberto Rodriguez
chinorodriguez1710@yahoo.com
Sin libertades no puede haber acciones revolucionarias. Pero el comunismo fracasado aplica el absurdo de creer que las libertades carecen de utilidad revolucionaria; les temen, las censuran y las persiguen policialmente. En vez de beneficiarse con ellas, las pierden y olvidan que es la brecha indispensable para la acción revolucionaria. La experiencia prueba que no hay revolución interior bajo un régimen totalitario. Antes de hundirse en las mieles del poder, el chavismo se indignaba libremente por cualquier falla judicial o electoral, pero ahora no pueden con el peso de las libertades y reclaman silencio.
La libertad no es sólo ese “lujo para burgueses” que describen los falsos discípulos de Marx. La civilización comunista perdió el tren de la historia olvidando el oxígeno que es la libertad. Las “conquistas revolucionarias” fueron arrasadas, precisamente, por la falta de democracia, dentro de cada país y a partir de la cima, más que por el tinglado de “enemigos” que construyeron en su imaginación; y tal falta provocó su fracaso en el terreno práctico; porque ninguna economía, sea comunista, capitalista o lo que fuere, puede funcionar cuando es dirigida por una oligarquía que se reserva el monopolio de la decisión y reprime por la violencia la participación de los interesados.
Todos los análisis reinciden en un punto: el fracaso fue por razones políticas. El capitalismo también puede periclitar y llegar a la dictadura cuando se encierra en el autoritarismo y toma decisiones en el secreto de una soberana incompetencia.
En la era tecnológica, ninguna economía subsiste si no es creada a cada instante, trastornada por la inteligencia colectiva. En la fenecida URSS, tan tarde como en 1970, el académico Sakharov, el historiador Medvedev y el matemático Turtchin informaron a Breznev y a otros gobernantes de la cima sobre:”el descenso de la potencia creadora de los representantes de todas las profesiones”, subrayaron “la estrecha relación que existe entre el problema técnico-económico y el de la libertad de información”, deploraron “el burocratismo, la división administrativa, las actitudes formalistas respecto a los deberes a cumplir y la ausencia de iniciativas”; en otras palabras, los síntomas de degeneración para cualquier economía...
El progreso científico y tecnológico nació del derecho a la investigación, del espíritu crítico; y no habrá sociedad socialista sin libertad científica, tecnológica y cultural; en la penuria no puede haber socialismo, porque la pobreza, automáticamente, hace renacer las desigualdades. La orientación soviética hacía realizaciones puramente militares y “pantalleos”, y su subordinación a miras exclusivamente estatales y políticas (mayores que en el capitalismo) escandalizaron por los gastos que amputaron el nivel de vida (más bajo en el comunismo que en el capitalismo); las necesidades de la población se ahogaban. Sigue siendo labor del socialismo democrático futuro la conquista de la autonomía del poder intelectual e informativo con relación al poder político; y de ese socialismo, la democracia es la matriz.
Para el chavismo pareciera que libertad es sinónimo de desorden, como igualmente le resultan incomprensibles las ideas de autogestión, de ley igualitaria para todos, de libertad individual y de responsabilidad social. Pero la política no es sencillamente un problema de Poder y de Estado. En la URSS, el vínculo entre la catalepsia social y la represión de la inteligencia colectiva, “la propaganda ideológica oficial provoca fatalmente en numerosos ciudadanos la indiferencia y degradación ideológicas, el escepticismo y el cinismo”.
La carencia de homo democraticus en el chavismo los lleva a utilizar las instituciones como los campesinos soviéticos utilizaban las cavas de refrigeración: decorativamente, sin enchufarlas a la corriente eléctrica. Con el chavismo tenemos la sensación de que Pueblo y Estado son dos ciegos que se miran fijamente con los ojos apagados, como si vieran todavía.
La ineptitud para cambiar de comportamiento, entre dirigentes y pueblo, revela el vínculo esencial de la dictadura política y la reacción social. Es erróneo imaginar a los países comunistas abriéndose a la democracia tras consolidar sus bases; y cuanto más persiste la dictadura más frágiles se tornan sus “bases”, y entonces es más necesaria –para ellos- la dictadura. El concepto de “liberalización” aparece en civilizaciones políticas familiarizadas con una alternancia de libertad (ley) y de dictadura (fuerza).
La supresión de los militares implica la existencia de un bloqueo óptimo de ciudadanos con más clara imagen de cómo sustituir lo presente. Y nuestro autoritarismo vernáculo contiene suficientes que ven lo autoritario y prefieren la libertad, porque reconocen que el chavismo está sirviendo a la oligarquía de un monarca: anhela el aplastamiento de la oposición y la reducción de la crítica al silencio.
Una sociedad que funcione así, aniquilando, fracasa inevitablemente y es rechazada por quienes conocen otro sistema. En el chavismo como en el autoritarismo, únicamente los hechos tienen la palabra: esperan la catástrofe para reconsiderar la situación. En la democracia es posible anticipar intelectualmente las catástrofes y declarar la bancarrota a tiempo.
El fracaso no basta para determinar la enmienda de una orientación; el problema reside en saber cuál es el umbral de percepción de los fracasos y cuáles son los instrumentos de control susceptibles de transformar la información correspondiente en acción política. El fracaso no repercute sobre el gobierno bajo la forma de un agravamiento de su suerte. La primera revolución mundial consistió, precisamente, en la inversión de tal circunstancia. El chavismo invita a que agravemos la suerte de Venezuela. Pero el cambio está en marcha, porque la libertad no está sujeta a ningún tipo de expropiación.
Alberto Rodriguez
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