Lo veremos en las próximas semanas y meses redoblar su capacidad para decir y hacer disparates, encajar y desencajar mentiras, tejer y destejer fantasías, pero sobre todo, para imbuirse de esa carga de odio y resentimiento con la cual esconde que es un afortunado que simplemente estaba en el lugar oportuno cuando la crisis nacional tocó fondo y había que elegir al audaz que gritara más fuerte que llegaba para resolverla.
De ahí se acostumbró a vivir de las crisis, a provocarlas, agudizarlas, multiplicarlas y potenciarlas, a columpiarse y saltar sobre ellas, en un raro juego de sombras donde todo el mundo parece culpable, menos él.
Se oye todavía en barrios y urbanizaciones, en lugares de estudio y trabajo, en sitios de esparcimiento y oración… “Si Chávez, supiera”.
En otras palabras, que la parábola del hundimiento sin fin y generalizado, de aquel que, afectando a todo el mundo y sin límite en el tiempo ni en el espacio, tiende a percibirse, no como catástrofe social, sino natural; no como una crisis humana, sino cósmica.
Un terremoto de los que se han hecho frecuentes en estos finales del 2009, que no importa que fuera predicho hasta por científicos artesanales, para que no se asuma como una fatalidad frente a la cual no cabe otra cosa que esperar y rezar.
Es lo que está quedando del Chávez de los apagones, del individuo que intenta hacer creer que estamos en el primer día de su gobierno, y no al final de una década en la que pretendió burlarse de la realidad, pero para terminar siendo estrangulado por ella.
Un Chávez llorón, lacrimoso, rockolero, al que no le quedaría otro recurso que renunciar y desaparecer de Venezuela, sino fuera porque resultaría un huésped incómodo hasta para sus socios más cercanos, los cubanos de Fidel.
Un atormentado que trata de olvidar -y hacer olvidar-, las cientos de miles de veces que ha vociferado por el mundo que es el presidente de la primera potencia energética del planeta, que tenemos petróleo y gas por los siglos de los siglos y de los siglos amén, o que tal o cual aliado no debe preocuparse por la crisis de energía porque él, el rey del petróleo, le suministrará combustible por 200 años, 400, 500 años.
Se traspapela también que es el San Nicolás de la gasolina regalada para los pobres de Nueva York y Londres, de los oleoductos y gasoductos, de las refinerías y las plantas termoeléctricas, ah, y con crudo para procesar con pagos a 20 años, a intereses del 2 o 3 por ciento, o canjeado por papas, maíz, asesores de turismo, o médicos cubanos, o sea, regalado.
Pero sobre todo, no pasa por la mente de nadie porque resulta increíble de todas todas, que en Venezuela, su país de origen, la gasolina también se regala, o, casi se regala, en un carnaval de demagogia e irresponsabilidad que algún día será reconocida en el Libro Récords de Guinnes como la imbecilidad más grande de todos los tiempos.
¿Por qué, quién duda que si en los 10 años que lleva desgobernando, el litro se hubiera vendido con 20, 30, o 50 puntos al alza, no es que no hubiéramos reunidos los recursos para acometer las inversiones que reactualizaran el sistema eléctrico, es que sobrarían para transformarlo en uno de los más modernos y eficientes del mundo?
Pero no, gasolina regalada o casi regalada, fue siempre postergación de unos planes o interrupción de otros, retardos en la generalidad de la compra de equipos, maquinarias y tecnologías, desvío de fondos y corrupción, y el espectáculo de que ante una temporadas de lluvia media seca, pues el país haya comenzado a alumbrarse con velas.
Para colmo, un monopolio natural como es el de la generación, distribución y suministro de energía eléctrica, que en la generalidad de los países se comparte con el sector privado nacional o extranjero, se estatizó, se hiperestatizó y pasó a confrontar una crisis que, si fuera a solucionarse con los recursos que requiere, engulliría al propio estado.
Ah, y un detalle que no puede olvidarse (el diablo está en los detalles, dicen) la destrucción de PDVSA, porque había que destruirla para convertirla en una empresa gobiernera, oficialista y de mandos exclusivamente chavistas y revolucionarios, y transformarla en un cascarón que solo sobrevive por los altos precios del crudo, con una política de especulación que se alía a los magnates de Wall Street que desataron la crisis global, pero que son muy necesarios para que el petróleo se vaya por las nubes, sostenga la revolución, pero no las inversiones con que pudo lograrse que los apagones no fueran el pan de cada día.
De modo que, como resultado de la catástrofe, el Chávez de la cadena de radio y televisión del jueves al mediodía, nervioso de que no fueran a interrumpirlo con la noticia de que se había ido la luz, desolado ante la evidencia de que ya no es posible esconder nada, camuflar nada, disfrazar nada, que es un incompetente, un irresponsable y basta, humillado porque se le acabó el discursito de la más grande potencia energética del planeta, y sin ganas de reír o hacer reír, porque ¿qué hay de más trágico que las protestas en avenidas y calles de ciudades y pueblos del interior que protestan por las horas y días sin luz; de fábricas, talleres y negocios que no se abren; de consultorio y quirófanos que no funcionan; o de escuelas, liceos y universidades que como, en los siglos de antes de Edison, se alumbran con velas?
Estaba frente a la tragedia, frente al vacío, frente al horror de no poder inventar pretextos, ni culpables, ni absurdos, ni insensateces, según las cuales, los responsables eran todo el mundo, menos él.
Pero los inventó, deformó, engañó, maquilló. Y los primeros llamados al banquillo fueron los pobres que derrochan la luz prendiendo el televisor, o la radio, o la nevera, o el exprimidor, o la licuadora, o los bombillos más allá de lo indicado.
O los trabajadores, empleados y profesionales que se bañan con agua caliente, o pasan más de 3 minutos bajo la regadera, o usan aire acondicionado, cuando él, el revolucionario, el dueño del avión privado más caro y lujoso del mundo, se baña con totuma, y si lo apuran mucho, en un minuto.
Siguieron, entonces, los infaltables oligarcas, burgueses y pitiyanquis, acusados del crimen de usar jacuzzis, tener piscinas en sus casas, beber whisky con agua, regar sus jardines, limpiar sus casas y no tener tanques para recoger el agua de lluvia.
O sea, que le faltó Uribe, Obama, Micheletti, el Comando Sur, la CIA, Alán García, el Papa, Antonio Ledezma, y todos aquellos que en respeto a la realidad y a sí mismos, están obligados a decir y admitir que Venezuela tiene el peor gobierno del mundo.
Porque hay que ver lo que es tener importantes reservas de petróleo y gas (”importantes”, pero no “las más grandes” como dice Chávez para hacerse temer), hay que ver lo que es dedicarse a especular con ellas hasta proveerse de cerca de un billón de dólares en 5 años, para resultar que ahora, en la propia casa, se lee un letrero: “No hay luz”.
No más presos políticos, ni exiliados
De ahí se acostumbró a vivir de las crisis, a provocarlas, agudizarlas, multiplicarlas y potenciarlas, a columpiarse y saltar sobre ellas, en un raro juego de sombras donde todo el mundo parece culpable, menos él.
Se oye todavía en barrios y urbanizaciones, en lugares de estudio y trabajo, en sitios de esparcimiento y oración… “Si Chávez, supiera”.
En otras palabras, que la parábola del hundimiento sin fin y generalizado, de aquel que, afectando a todo el mundo y sin límite en el tiempo ni en el espacio, tiende a percibirse, no como catástrofe social, sino natural; no como una crisis humana, sino cósmica.
Un terremoto de los que se han hecho frecuentes en estos finales del 2009, que no importa que fuera predicho hasta por científicos artesanales, para que no se asuma como una fatalidad frente a la cual no cabe otra cosa que esperar y rezar.
Es lo que está quedando del Chávez de los apagones, del individuo que intenta hacer creer que estamos en el primer día de su gobierno, y no al final de una década en la que pretendió burlarse de la realidad, pero para terminar siendo estrangulado por ella.
Un Chávez llorón, lacrimoso, rockolero, al que no le quedaría otro recurso que renunciar y desaparecer de Venezuela, sino fuera porque resultaría un huésped incómodo hasta para sus socios más cercanos, los cubanos de Fidel.
Un atormentado que trata de olvidar -y hacer olvidar-, las cientos de miles de veces que ha vociferado por el mundo que es el presidente de la primera potencia energética del planeta, que tenemos petróleo y gas por los siglos de los siglos y de los siglos amén, o que tal o cual aliado no debe preocuparse por la crisis de energía porque él, el rey del petróleo, le suministrará combustible por 200 años, 400, 500 años.
Se traspapela también que es el San Nicolás de la gasolina regalada para los pobres de Nueva York y Londres, de los oleoductos y gasoductos, de las refinerías y las plantas termoeléctricas, ah, y con crudo para procesar con pagos a 20 años, a intereses del 2 o 3 por ciento, o canjeado por papas, maíz, asesores de turismo, o médicos cubanos, o sea, regalado.
Pero sobre todo, no pasa por la mente de nadie porque resulta increíble de todas todas, que en Venezuela, su país de origen, la gasolina también se regala, o, casi se regala, en un carnaval de demagogia e irresponsabilidad que algún día será reconocida en el Libro Récords de Guinnes como la imbecilidad más grande de todos los tiempos.
¿Por qué, quién duda que si en los 10 años que lleva desgobernando, el litro se hubiera vendido con 20, 30, o 50 puntos al alza, no es que no hubiéramos reunidos los recursos para acometer las inversiones que reactualizaran el sistema eléctrico, es que sobrarían para transformarlo en uno de los más modernos y eficientes del mundo?
Pero no, gasolina regalada o casi regalada, fue siempre postergación de unos planes o interrupción de otros, retardos en la generalidad de la compra de equipos, maquinarias y tecnologías, desvío de fondos y corrupción, y el espectáculo de que ante una temporadas de lluvia media seca, pues el país haya comenzado a alumbrarse con velas.
Para colmo, un monopolio natural como es el de la generación, distribución y suministro de energía eléctrica, que en la generalidad de los países se comparte con el sector privado nacional o extranjero, se estatizó, se hiperestatizó y pasó a confrontar una crisis que, si fuera a solucionarse con los recursos que requiere, engulliría al propio estado.
Ah, y un detalle que no puede olvidarse (el diablo está en los detalles, dicen) la destrucción de PDVSA, porque había que destruirla para convertirla en una empresa gobiernera, oficialista y de mandos exclusivamente chavistas y revolucionarios, y transformarla en un cascarón que solo sobrevive por los altos precios del crudo, con una política de especulación que se alía a los magnates de Wall Street que desataron la crisis global, pero que son muy necesarios para que el petróleo se vaya por las nubes, sostenga la revolución, pero no las inversiones con que pudo lograrse que los apagones no fueran el pan de cada día.
De modo que, como resultado de la catástrofe, el Chávez de la cadena de radio y televisión del jueves al mediodía, nervioso de que no fueran a interrumpirlo con la noticia de que se había ido la luz, desolado ante la evidencia de que ya no es posible esconder nada, camuflar nada, disfrazar nada, que es un incompetente, un irresponsable y basta, humillado porque se le acabó el discursito de la más grande potencia energética del planeta, y sin ganas de reír o hacer reír, porque ¿qué hay de más trágico que las protestas en avenidas y calles de ciudades y pueblos del interior que protestan por las horas y días sin luz; de fábricas, talleres y negocios que no se abren; de consultorio y quirófanos que no funcionan; o de escuelas, liceos y universidades que como, en los siglos de antes de Edison, se alumbran con velas?
Estaba frente a la tragedia, frente al vacío, frente al horror de no poder inventar pretextos, ni culpables, ni absurdos, ni insensateces, según las cuales, los responsables eran todo el mundo, menos él.
Pero los inventó, deformó, engañó, maquilló. Y los primeros llamados al banquillo fueron los pobres que derrochan la luz prendiendo el televisor, o la radio, o la nevera, o el exprimidor, o la licuadora, o los bombillos más allá de lo indicado.
O los trabajadores, empleados y profesionales que se bañan con agua caliente, o pasan más de 3 minutos bajo la regadera, o usan aire acondicionado, cuando él, el revolucionario, el dueño del avión privado más caro y lujoso del mundo, se baña con totuma, y si lo apuran mucho, en un minuto.
Siguieron, entonces, los infaltables oligarcas, burgueses y pitiyanquis, acusados del crimen de usar jacuzzis, tener piscinas en sus casas, beber whisky con agua, regar sus jardines, limpiar sus casas y no tener tanques para recoger el agua de lluvia.
O sea, que le faltó Uribe, Obama, Micheletti, el Comando Sur, la CIA, Alán García, el Papa, Antonio Ledezma, y todos aquellos que en respeto a la realidad y a sí mismos, están obligados a decir y admitir que Venezuela tiene el peor gobierno del mundo.
Porque hay que ver lo que es tener importantes reservas de petróleo y gas (”importantes”, pero no “las más grandes” como dice Chávez para hacerse temer), hay que ver lo que es dedicarse a especular con ellas hasta proveerse de cerca de un billón de dólares en 5 años, para resultar que ahora, en la propia casa, se lee un letrero: “No hay luz”.
No más presos políticos, ni exiliados
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