“El futuro deja de ser la prolongación de las tendencias pasadas” André Gorz
“Las sociedades libres permiten el futuro, limitando el pasado” Lawrence Lessig
Las sociedades del conocimiento
El futuro debe ser inventado. Un mundo termina y otro apenas se asoma entre nebulosas. Deberemos elegir partiendo de la base que los tiempos críticos traen consigo una libertad de escogencia que no puede ser lanzado al cesto por quienes llaman a mantener la “cabeza fría” o se complacen en la modosidad propia del pasado que se muere.
No se trata de recurrir a la novela especulativa o distraerse con las insólitas proyecciones de la ciencia-ficción. Es necesario recurrir a la profundización socio-política y estudiar la reversión de las tendencias asomadas por algunos “proyectistas del futuro” de megacorporaciones dominando al mundo, de una crisis ecológica irreversible, de una pérdida de la libertad en una sociedad molecular o de una pobreza incontrolable.
Como alguien ha observado no sólo hay divisiones étnicas, nacionales o ideológicas, sino de posición en el tiempo. Sólo una muy pequeña parte de la población mundial está ya viviendo en el futuro, son ya el asomo de una nación global. Millones de hombres viven en el pasado, sin que sobre ellos se lance un requerimiento de preparación para el futuro. Muchos de ellos están organizados en sociedades que viven de antiguos paradigmas y de normas obsoletas. En el campo de la organización política se aferran a principios que sólo pueden ser dados como obvios, mientras una clase dirigente periclitada sigue utilizándolos para mantener en el único sitio que pueden vivir: en el ayer. Son las que bien podemos llamar las sociedades del pasado, como la venezolana.
El único objetivo posible de las instituciones políticas es el logro de la mayor dosis de felicidad posible para los ciudadanos. En la tranquila mediocridad de las pequeñas almas no cabe la apertura hacia nuevas formas de organización social y de formas políticas. En el campo de la evolución sociopolítica son como pequeñas tribus detenidas en el tiempo. Para estas tribus que impiden el acceso al futuro, la máxima felicidad posible es el mantenimiento de las estructuras obsoletas y del pensamiento decaído.
No voy a retomar a Deleuze con las diferencias entre sociedades disciplinarias y las de control, tema que ya he abordado en libros anteriores ni las muy estimables precisiones de Foucault sobre el tema. Tampoco voy a abordar el nihilismo o el cinismo del hombre contemporáneo también tratado con anterioridad. No voy a inmiscuirme en la manipulación genética, en la mutación antropotécnica o en la crisis de la cultura, que seguramente merecerá un espacio aparte.
Están cambiando la forma en que las personas se comunican, interactúan e intercambian información. Cambiará la economía, cambiarán los gobiernos, pero sobre todo cambiarán las sociedades. Es evidente que habrá competencia entre los mercados locales, regionales y globales, lo que paralelamente traerá una interdependencia económica, social y ambiental que producirá efectos notables. Los cambios se sentirán en el lugar en que trabajamos, en que producimos, donde aprendemos y como delineamos las diferentes fases de nuestras vidas. Podemos definir los cambios como el de transición hacia unas sociedades del conocimiento.
Ello implica que en el contexto de las negociaciones por el futuro entra de pleno un nuevo participante: la sociedad, porque la sustitución de una sociedad informada por una sociedad comunicada implica necesariamente –sin obviar los peligros totalitarios- la persecución de objetivos democráticos, de desarrollo sostenible y de igualdad de género. Para lograrlo, las sociedades irán construyendo lo que se ha denominado “un entorno habilitador”, uno que permita su ascenso. Es por ello que el brote totalitario paralelo trata de cortar de raíz la posibilidad de la comunicación. El “entorno habilitador” pasa por crear condiciones culturales, económicas, sociales y políticas que permitan el pleno desarrollo de la persona humana.
Por ello, el conocimiento se alza como el factor determinante de movilización de los procesos. Esto es, la construcción del conocimiento se inserta en la concepción misma del desarrollo, lo que conlleva a la redefinición de visión, paradigmas, capacidades técnicas, metodológicas y financieras. Para ello se debe recurrir a la lógica y al pensamiento lateral, a la concepción espacial y a un incremento de la inteligencia intrapersonal relacional. Un poco más allá, la información básica es la que se genera, no tanto la que se recibe. Esto es lo que se ha dado en denominar las sociedades del conocimiento, la definición que aceptaremos para referirnos a la organización social del futuro.
Se trata de unas de aplicación intensiva del saber, una donde el saber pasará a ser el principal valor. La complejidad del mundo que emerge implica la tarea esencial de preparación de lo humano. Einstein, con su habitual capacidad anticipativa, ya lo afirmaba en la década de los 40, al asegurar que “los imperios del futuro van a ser imperios del conocimiento”. El físico utilizaba todavía la palabra “imperio”, pero es comprensible para la fecha en que lo dijo. Hoy los conceptos han sufrido serias modificaciones, como por ejemplo la desaparición de la sociedad de la información donde se reclamaba que los massmedias emitieran, para pasar a una sociedad horizontal de comunicación. Queda claro, entonces, que información y conocimiento son cosas muy distintas, dado que el conocimiento es la interpretación de los hechos.
Está claro, también, que la sociedad del conocimiento está directamente relacionada con la tecnología, léase Internet con sus web, su correo electrónico o sus blogs, lo que algunos llaman era tecnotrónica. Debemos admitir que inicialmente fue definida como “sociedad de información” la que se asoma, pero el término fue rápidamente rechazado porque evidentemente se presta a confusiones conceptuales de fondo, sobre todo porque se fue identificando con un planteamiento ideológico concreto, cuando la verdad es que el conocimiento se alza también por encima de las ideologías. Hay, pues, una razón fundamental para definir al futuro como sociedad de conocimiento: se alza por encima de lo meramente económico, para llegar a las transformaciones sociales, culturales, políticas e institucionales. Y una última corrección: la palabra sociedad en singular implica uniformidad, de manera que adoptamos en plural, sociedades del conocimiento. Por lo demás, Antonio Pasquali hace tiempo dejó claro que información implica unidireccionalidad, mientras que la comunicación implica el intercambio de mensajes entre interlocutores habilitados. La UNESCO ha tomado el tema con la seriedad que se merece y ha publicado diversos documentos, como el informe “Hacia las sociedades del conocimiento”, presentado en París por el Director General Koichiro Matsuura, documento que puede encontrarse, y ser bajado, en Google y cuya lectura recomiendo.
En “Gestión de redes para el desarrollo sustentable” Hugo Dutan señala los elementos que marcan el cambio: Visión del mundo y paradigma internacional de desarrollo en crisis, cuestionamiento de la naturaleza, rumbo y prioridades del desarrollo, premisa externa para el cambio y revolución tecnológica. En resumen, no se acepta ya la visión mecánica para el desarrollo, los efectos negativos para la población humana han sido graves (pobreza, desigualdad, brechas económicas y tecnológicas) lo que es rechazado, el entorno cambia aceleradamente y hay que establecer nuevos modelos de gestión.
Algunos autores han hablado de “consumo de saber” como característica de la nueva organización social. Los países ricos generan conocimiento y esa es su mayor distancia con los pobres, una mucho más grande que la existente en los niveles de ingreso. El tema no es fácil, pues implica desde problemas de transferencia y ruptura de monopolios sobre la propiedad intelectual hasta el cuestionamiento de la ciencia fundada en la razón, pasando por los llamados saberes locales como fundamentación del conocimiento emergente.
Dutan nos recuerda el llamado “triángulo de la sustentabilidad”, esto es, “la fundamentación u orientación del desarrollo, las capacidades y la credibilidad como aportes a la sustentabilidad de las organizaciones e instituciones desde la perspectiva de la conformación de redes, en donde la construcción de conocimiento se convierta en el ordenador de relevancia”.
Es evidente que el nuevo paradigma es la reflexividad como opuesto al viejo paradigma de la objetividad, a la complejidad como sustituta de la simplificación, de los simples diagnósticos a toda posibilidad de creación en todos los sentidos posibles. Para ello es necesario hacer sensible a la conciencia a lo latente y profundo.
Genios siempre habrá, pero hoy, en este proceso indetenible hacia las sociedades del conocimiento, la inteligencia deja de ser un asunto individual para pasar a ser un punto colectivo. Por eso ya no cabe el líder mesiánico. El líder de estos tiempos es el que suministra insumos en procura de la decisión de la multitud. En el mundo que llega la inteligencia que prevalecerá es la colectiva y la sabiduría será posesión de la multitud. Tratemos de hacer de Venezuela una sociedad del conocimiento.
teodulolopezm@yahoo.com
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Las sociedades del conocimiento
El futuro debe ser inventado. Un mundo termina y otro apenas se asoma entre nebulosas. Deberemos elegir partiendo de la base que los tiempos críticos traen consigo una libertad de escogencia que no puede ser lanzado al cesto por quienes llaman a mantener la “cabeza fría” o se complacen en la modosidad propia del pasado que se muere.
No se trata de recurrir a la novela especulativa o distraerse con las insólitas proyecciones de la ciencia-ficción. Es necesario recurrir a la profundización socio-política y estudiar la reversión de las tendencias asomadas por algunos “proyectistas del futuro” de megacorporaciones dominando al mundo, de una crisis ecológica irreversible, de una pérdida de la libertad en una sociedad molecular o de una pobreza incontrolable.
Como alguien ha observado no sólo hay divisiones étnicas, nacionales o ideológicas, sino de posición en el tiempo. Sólo una muy pequeña parte de la población mundial está ya viviendo en el futuro, son ya el asomo de una nación global. Millones de hombres viven en el pasado, sin que sobre ellos se lance un requerimiento de preparación para el futuro. Muchos de ellos están organizados en sociedades que viven de antiguos paradigmas y de normas obsoletas. En el campo de la organización política se aferran a principios que sólo pueden ser dados como obvios, mientras una clase dirigente periclitada sigue utilizándolos para mantener en el único sitio que pueden vivir: en el ayer. Son las que bien podemos llamar las sociedades del pasado, como la venezolana.
El único objetivo posible de las instituciones políticas es el logro de la mayor dosis de felicidad posible para los ciudadanos. En la tranquila mediocridad de las pequeñas almas no cabe la apertura hacia nuevas formas de organización social y de formas políticas. En el campo de la evolución sociopolítica son como pequeñas tribus detenidas en el tiempo. Para estas tribus que impiden el acceso al futuro, la máxima felicidad posible es el mantenimiento de las estructuras obsoletas y del pensamiento decaído.
No voy a retomar a Deleuze con las diferencias entre sociedades disciplinarias y las de control, tema que ya he abordado en libros anteriores ni las muy estimables precisiones de Foucault sobre el tema. Tampoco voy a abordar el nihilismo o el cinismo del hombre contemporáneo también tratado con anterioridad. No voy a inmiscuirme en la manipulación genética, en la mutación antropotécnica o en la crisis de la cultura, que seguramente merecerá un espacio aparte.
Están cambiando la forma en que las personas se comunican, interactúan e intercambian información. Cambiará la economía, cambiarán los gobiernos, pero sobre todo cambiarán las sociedades. Es evidente que habrá competencia entre los mercados locales, regionales y globales, lo que paralelamente traerá una interdependencia económica, social y ambiental que producirá efectos notables. Los cambios se sentirán en el lugar en que trabajamos, en que producimos, donde aprendemos y como delineamos las diferentes fases de nuestras vidas. Podemos definir los cambios como el de transición hacia unas sociedades del conocimiento.
Ello implica que en el contexto de las negociaciones por el futuro entra de pleno un nuevo participante: la sociedad, porque la sustitución de una sociedad informada por una sociedad comunicada implica necesariamente –sin obviar los peligros totalitarios- la persecución de objetivos democráticos, de desarrollo sostenible y de igualdad de género. Para lograrlo, las sociedades irán construyendo lo que se ha denominado “un entorno habilitador”, uno que permita su ascenso. Es por ello que el brote totalitario paralelo trata de cortar de raíz la posibilidad de la comunicación. El “entorno habilitador” pasa por crear condiciones culturales, económicas, sociales y políticas que permitan el pleno desarrollo de la persona humana.
Por ello, el conocimiento se alza como el factor determinante de movilización de los procesos. Esto es, la construcción del conocimiento se inserta en la concepción misma del desarrollo, lo que conlleva a la redefinición de visión, paradigmas, capacidades técnicas, metodológicas y financieras. Para ello se debe recurrir a la lógica y al pensamiento lateral, a la concepción espacial y a un incremento de la inteligencia intrapersonal relacional. Un poco más allá, la información básica es la que se genera, no tanto la que se recibe. Esto es lo que se ha dado en denominar las sociedades del conocimiento, la definición que aceptaremos para referirnos a la organización social del futuro.
Se trata de unas de aplicación intensiva del saber, una donde el saber pasará a ser el principal valor. La complejidad del mundo que emerge implica la tarea esencial de preparación de lo humano. Einstein, con su habitual capacidad anticipativa, ya lo afirmaba en la década de los 40, al asegurar que “los imperios del futuro van a ser imperios del conocimiento”. El físico utilizaba todavía la palabra “imperio”, pero es comprensible para la fecha en que lo dijo. Hoy los conceptos han sufrido serias modificaciones, como por ejemplo la desaparición de la sociedad de la información donde se reclamaba que los massmedias emitieran, para pasar a una sociedad horizontal de comunicación. Queda claro, entonces, que información y conocimiento son cosas muy distintas, dado que el conocimiento es la interpretación de los hechos.
Está claro, también, que la sociedad del conocimiento está directamente relacionada con la tecnología, léase Internet con sus web, su correo electrónico o sus blogs, lo que algunos llaman era tecnotrónica. Debemos admitir que inicialmente fue definida como “sociedad de información” la que se asoma, pero el término fue rápidamente rechazado porque evidentemente se presta a confusiones conceptuales de fondo, sobre todo porque se fue identificando con un planteamiento ideológico concreto, cuando la verdad es que el conocimiento se alza también por encima de las ideologías. Hay, pues, una razón fundamental para definir al futuro como sociedad de conocimiento: se alza por encima de lo meramente económico, para llegar a las transformaciones sociales, culturales, políticas e institucionales. Y una última corrección: la palabra sociedad en singular implica uniformidad, de manera que adoptamos en plural, sociedades del conocimiento. Por lo demás, Antonio Pasquali hace tiempo dejó claro que información implica unidireccionalidad, mientras que la comunicación implica el intercambio de mensajes entre interlocutores habilitados. La UNESCO ha tomado el tema con la seriedad que se merece y ha publicado diversos documentos, como el informe “Hacia las sociedades del conocimiento”, presentado en París por el Director General Koichiro Matsuura, documento que puede encontrarse, y ser bajado, en Google y cuya lectura recomiendo.
En “Gestión de redes para el desarrollo sustentable” Hugo Dutan señala los elementos que marcan el cambio: Visión del mundo y paradigma internacional de desarrollo en crisis, cuestionamiento de la naturaleza, rumbo y prioridades del desarrollo, premisa externa para el cambio y revolución tecnológica. En resumen, no se acepta ya la visión mecánica para el desarrollo, los efectos negativos para la población humana han sido graves (pobreza, desigualdad, brechas económicas y tecnológicas) lo que es rechazado, el entorno cambia aceleradamente y hay que establecer nuevos modelos de gestión.
Algunos autores han hablado de “consumo de saber” como característica de la nueva organización social. Los países ricos generan conocimiento y esa es su mayor distancia con los pobres, una mucho más grande que la existente en los niveles de ingreso. El tema no es fácil, pues implica desde problemas de transferencia y ruptura de monopolios sobre la propiedad intelectual hasta el cuestionamiento de la ciencia fundada en la razón, pasando por los llamados saberes locales como fundamentación del conocimiento emergente.
Dutan nos recuerda el llamado “triángulo de la sustentabilidad”, esto es, “la fundamentación u orientación del desarrollo, las capacidades y la credibilidad como aportes a la sustentabilidad de las organizaciones e instituciones desde la perspectiva de la conformación de redes, en donde la construcción de conocimiento se convierta en el ordenador de relevancia”.
Es evidente que el nuevo paradigma es la reflexividad como opuesto al viejo paradigma de la objetividad, a la complejidad como sustituta de la simplificación, de los simples diagnósticos a toda posibilidad de creación en todos los sentidos posibles. Para ello es necesario hacer sensible a la conciencia a lo latente y profundo.
Genios siempre habrá, pero hoy, en este proceso indetenible hacia las sociedades del conocimiento, la inteligencia deja de ser un asunto individual para pasar a ser un punto colectivo. Por eso ya no cabe el líder mesiánico. El líder de estos tiempos es el que suministra insumos en procura de la decisión de la multitud. En el mundo que llega la inteligencia que prevalecerá es la colectiva y la sabiduría será posesión de la multitud. Tratemos de hacer de Venezuela una sociedad del conocimiento.
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