La apuesta fundamental es por el futuro. No nos sirve ni queremos el país del pasado y no nos sirve ni queremos el país del presente. No nos sirven ni queremos las degeneraciones y los vicios del pasado ni nos sirven ni queremos las degeneraciones y los vicios del presente.
Elecciones, separación de poderes, Estado de Derecho, son las bases obvias de toda democracia, pero ahora nos encontramos con que se realizan Congresos Ideológicos para ofrecerlas como proyectos de gobierno. Tal simplicidad, tal falta de imaginación, tal carencia conceptual nos muestra que debemos ponerle la mano en el pecho al pasado. La prostitución, la degeneración, el embarralamiento de principios correctos y el ejercicio de una práctica totalitaria continua y degradante indican que debemos ponerle la mano en el pecho al presente.
El pasado no regresa nunca. El presente es superable por la vía de la resistencia y del salto cualitativo. La democracia no puede ser en el siglo XXI simplemente elecciones, separación de poderes y Estado de Derecho. La democracia en el siglo XXI es la configuración de una sociedad comunicada, de una sociedad instituyente en permanente transformación, de una revisión profunda institucional, de un Estado Social de Derecho muy por encima de la welfare y de una economía solidaria fundada sobre el hombre. El totalitarismo es conocido, aunque tome -más bien robe- principios renovadores de la evolución del pensamiento político y los lance al charco.
Los dirigentes del pasado repiten lugares comunes, viven de paradigmas agotados, son la muestra fehaciente de un estancamiento conceptual que los presenta como actores de una película muda. Los dirigentes del presente son signos conocidos de las pestes del nacionalismo, del totalitarismo, del populismo, de la arrogancia, del militarismo y de todas las enfermedades pandémicas que azotaron al siglo XX.
Los dirigentes del pasado tienen unas estructuras mentales limitadas y un comportamiento acorde, uno que ejercen en el mundo del ayer, uno tan obvio en su ranciedad que cada gesto, que cada declaración que emiten, que cada decisión que toman, son monumentos a lo equivocado, a lo agotado, a un escenario donde el decorado se cayó tiempo atrás. Son parte de las ruinas, son las ruinas de la falta de evolución, de la falta de lecturas, del agotamiento en el pragmatismo absurdo donde la política es sólo procurar el poder y “acomodarse”, según la vieja y macabra acepción latinoamericana.
Los dirigentes del presente son rencorosos, su proyecto es destruir sin que por ningún lado se vea una edificación nueva, son arquitectos de la demolición, resentidos que hacen uso de la mentira con desparpajo, unos que intentan la revolución con cambios de nombre a la manera en que lo denunció debidamente Regis Debray. Son implacables en la destrucción de la democracia más elemental, se empapan en todos los vicios del caudillismo, del líder providencial que todo lo sabe y todo lo ordena, se restriegan todos los vicios lamentables de la práctica política degenerada del siglo XX y en todos los lamentables males que este subcontinente ha sufrido.
No nos sirve el siglo XX en el siglo XXI. Este país venezolano ha sido siempre lento para entrar a una nueva centuria. Parece que iniciamos siempre con un dictador. Parece que siempre somos los primeros en aplicar la máxima de que el avance de las ideas es lento. Sobre el dictador del siglo XX se asomó una camada de estudiantes que dieron forma al porvenir, uno ya agotado. Sobre el dictador del siglo XXI se asomó una camada de estudiantes que resultaron pragmáticos y corrieron a inscribirse en los partidos del pasado bajo la consigna de que necesitaban uno para hacer carrera política. He allí una de las causas de la presente frustración. Aquí, como en tantas naciones latinoamericanas, los intelectuales se acomodaron a las prebendas del poder y dejaron de escribir y de pensar. Sin pensamiento no existe la política. Sin ideas no existe la acción política. Nos hemos convertido en una nación aprisionada por un pasado que actúa como todo pasado, fuera de la nueva lógica, de los nuevos paradigmas en nacimiento, fuera del tiempo actual, y de un presente agotador, acogotador, asfixiante, uno que no soportamos pero del cual parecemos como incapaces de salir.
Del pasado sólo se aceptan sus méritos, el establecimiento de las bases de la democracia. Del presente sólo se acepta el haber traído al tapete los elementos que el pasado barrió y escondió debajo del tapete de la sala. El futuro es allá, más allá, el que a los venezolanos del presente nos toca construir. Los procesos políticos son una conjunción de tiempos, pero para romperlos, para saltar hacia delante, se necesitan ideas, pensamiento y el brote –en parto- de una nueva camada de dirigentes que encarnen esas ideas. Cuando las sociedades se quejan de falta de dirigentes es porque son incapaces de engendrarlos. Cuando las sociedades se consideran sin liderazgo es porque son incapaces de abrir las piernas en la sala de parto. Cuando las sociedades no ven dirigentes es porque están cegadas por el desamparo, uno que se quita como hoy se quitan las cataratas, que no son otra cosa que pátinas que el tiempo ha colocado sobre los ojos.
Estamos en el 2009, se nos va la primera década de un siglo y de un milenio y los venezolanos parecemos zombies extraviados en disyuntivas falsas entre pasado y presente. El país debe plantearse la apuesta fundamental que no es otro que el desafío del futuro, el desafío de las nuevas maneras y de las nuevas formas, esto es, lo que he denominado la creación de una nueva realidad, porque la realidad no es simplemente lo que vemos desde nuestra miopía existencial, realidad es lo que podemos crear, partiendo de una base absolutamente objetiva: las realidades se crean.
Este país tiene una tarea inmediata, la de liberarse de un presente destructor, pero también otra, la de operarse los ojos, la de hacerse visionario, la de paralelamente ir edificando la estructura conceptual de lo que vamos a ser en el siglo XXI. En alguna ocasión plantee que hiciésemos de los bicentenarios de 2010 y 2011 un propósito y un envoltorio de lucha. No fui escuchado, pero sabemos que la afectación de los sentidos es propia de las sociedades sumidas en el desamparo por su propia incapacidad para ser arquitectas del porvenir. Sobre esta sociedad obligada a despertar, a suprimir la dicotomía destructora de pasado-presente, hay que incidir cada día, hay que repetirle que es ella la que toma decisiones y que pone al frente a los líderes aptos para ejecutar sus decisiones, no al revés. Los partidos, por ejemplo, son nuestros instrumentos, no nosotros instrumentos de ellos. Y agregarle que los partidos son unos más, unos invitados a la fiesta democrática donde las nuevas formas de organización social reducen a control a quienes pretendan la instrumentalización y la manipulación. Las sociedades deben aprender que los actores principales son quienes la integran, no los agrupados para la simple búsqueda del poder.
Aún estamos a tiempo. No creo en la consabida frase de que “esta es la última oportunidad”. La evolución de las realidades políticas nos demuestran que siempre habrá otras, sólo que las sociedades que dejan pasar pierden capacidad respiratoria, se aproximan a una especie de disnea, el cuerpo se les hace difícil de mover y la resignación hace que los pilotes del presente se claven más adentro y los representantes del pasado intenten enterrar los suyos para darnos el estancamiento definitivo. Cada circunstancia debe ser aprovechada para hacer de la contingencia un motivo de construcción hacia adelante. Las sociedades que viven arrinconadas sólo responden a las iniciativas del presente omnímodo. Las sociedades que han despertado retoman el control de las iniciativas y llenan de propuestas la escena. En educación, en economía, en formas políticas. Cuando esta sociedad venezolana arrinconada deje de ser reactiva y pase a ser propositiva tendremos el síntoma inequívoco de su apresto para hacerse dueña de su destino, la indicación fulminante del relámpago de que ha asumido la apuesta fundamental, la indicación incontrastable de que está lista para construir una nueva realidad.
Elecciones, separación de poderes, Estado de Derecho, son las bases obvias de toda democracia, pero ahora nos encontramos con que se realizan Congresos Ideológicos para ofrecerlas como proyectos de gobierno. Tal simplicidad, tal falta de imaginación, tal carencia conceptual nos muestra que debemos ponerle la mano en el pecho al pasado. La prostitución, la degeneración, el embarralamiento de principios correctos y el ejercicio de una práctica totalitaria continua y degradante indican que debemos ponerle la mano en el pecho al presente.
El pasado no regresa nunca. El presente es superable por la vía de la resistencia y del salto cualitativo. La democracia no puede ser en el siglo XXI simplemente elecciones, separación de poderes y Estado de Derecho. La democracia en el siglo XXI es la configuración de una sociedad comunicada, de una sociedad instituyente en permanente transformación, de una revisión profunda institucional, de un Estado Social de Derecho muy por encima de la welfare y de una economía solidaria fundada sobre el hombre. El totalitarismo es conocido, aunque tome -más bien robe- principios renovadores de la evolución del pensamiento político y los lance al charco.
Los dirigentes del pasado repiten lugares comunes, viven de paradigmas agotados, son la muestra fehaciente de un estancamiento conceptual que los presenta como actores de una película muda. Los dirigentes del presente son signos conocidos de las pestes del nacionalismo, del totalitarismo, del populismo, de la arrogancia, del militarismo y de todas las enfermedades pandémicas que azotaron al siglo XX.
Los dirigentes del pasado tienen unas estructuras mentales limitadas y un comportamiento acorde, uno que ejercen en el mundo del ayer, uno tan obvio en su ranciedad que cada gesto, que cada declaración que emiten, que cada decisión que toman, son monumentos a lo equivocado, a lo agotado, a un escenario donde el decorado se cayó tiempo atrás. Son parte de las ruinas, son las ruinas de la falta de evolución, de la falta de lecturas, del agotamiento en el pragmatismo absurdo donde la política es sólo procurar el poder y “acomodarse”, según la vieja y macabra acepción latinoamericana.
Los dirigentes del presente son rencorosos, su proyecto es destruir sin que por ningún lado se vea una edificación nueva, son arquitectos de la demolición, resentidos que hacen uso de la mentira con desparpajo, unos que intentan la revolución con cambios de nombre a la manera en que lo denunció debidamente Regis Debray. Son implacables en la destrucción de la democracia más elemental, se empapan en todos los vicios del caudillismo, del líder providencial que todo lo sabe y todo lo ordena, se restriegan todos los vicios lamentables de la práctica política degenerada del siglo XX y en todos los lamentables males que este subcontinente ha sufrido.
No nos sirve el siglo XX en el siglo XXI. Este país venezolano ha sido siempre lento para entrar a una nueva centuria. Parece que iniciamos siempre con un dictador. Parece que siempre somos los primeros en aplicar la máxima de que el avance de las ideas es lento. Sobre el dictador del siglo XX se asomó una camada de estudiantes que dieron forma al porvenir, uno ya agotado. Sobre el dictador del siglo XXI se asomó una camada de estudiantes que resultaron pragmáticos y corrieron a inscribirse en los partidos del pasado bajo la consigna de que necesitaban uno para hacer carrera política. He allí una de las causas de la presente frustración. Aquí, como en tantas naciones latinoamericanas, los intelectuales se acomodaron a las prebendas del poder y dejaron de escribir y de pensar. Sin pensamiento no existe la política. Sin ideas no existe la acción política. Nos hemos convertido en una nación aprisionada por un pasado que actúa como todo pasado, fuera de la nueva lógica, de los nuevos paradigmas en nacimiento, fuera del tiempo actual, y de un presente agotador, acogotador, asfixiante, uno que no soportamos pero del cual parecemos como incapaces de salir.
Del pasado sólo se aceptan sus méritos, el establecimiento de las bases de la democracia. Del presente sólo se acepta el haber traído al tapete los elementos que el pasado barrió y escondió debajo del tapete de la sala. El futuro es allá, más allá, el que a los venezolanos del presente nos toca construir. Los procesos políticos son una conjunción de tiempos, pero para romperlos, para saltar hacia delante, se necesitan ideas, pensamiento y el brote –en parto- de una nueva camada de dirigentes que encarnen esas ideas. Cuando las sociedades se quejan de falta de dirigentes es porque son incapaces de engendrarlos. Cuando las sociedades se consideran sin liderazgo es porque son incapaces de abrir las piernas en la sala de parto. Cuando las sociedades no ven dirigentes es porque están cegadas por el desamparo, uno que se quita como hoy se quitan las cataratas, que no son otra cosa que pátinas que el tiempo ha colocado sobre los ojos.
Estamos en el 2009, se nos va la primera década de un siglo y de un milenio y los venezolanos parecemos zombies extraviados en disyuntivas falsas entre pasado y presente. El país debe plantearse la apuesta fundamental que no es otro que el desafío del futuro, el desafío de las nuevas maneras y de las nuevas formas, esto es, lo que he denominado la creación de una nueva realidad, porque la realidad no es simplemente lo que vemos desde nuestra miopía existencial, realidad es lo que podemos crear, partiendo de una base absolutamente objetiva: las realidades se crean.
Este país tiene una tarea inmediata, la de liberarse de un presente destructor, pero también otra, la de operarse los ojos, la de hacerse visionario, la de paralelamente ir edificando la estructura conceptual de lo que vamos a ser en el siglo XXI. En alguna ocasión plantee que hiciésemos de los bicentenarios de 2010 y 2011 un propósito y un envoltorio de lucha. No fui escuchado, pero sabemos que la afectación de los sentidos es propia de las sociedades sumidas en el desamparo por su propia incapacidad para ser arquitectas del porvenir. Sobre esta sociedad obligada a despertar, a suprimir la dicotomía destructora de pasado-presente, hay que incidir cada día, hay que repetirle que es ella la que toma decisiones y que pone al frente a los líderes aptos para ejecutar sus decisiones, no al revés. Los partidos, por ejemplo, son nuestros instrumentos, no nosotros instrumentos de ellos. Y agregarle que los partidos son unos más, unos invitados a la fiesta democrática donde las nuevas formas de organización social reducen a control a quienes pretendan la instrumentalización y la manipulación. Las sociedades deben aprender que los actores principales son quienes la integran, no los agrupados para la simple búsqueda del poder.
Aún estamos a tiempo. No creo en la consabida frase de que “esta es la última oportunidad”. La evolución de las realidades políticas nos demuestran que siempre habrá otras, sólo que las sociedades que dejan pasar pierden capacidad respiratoria, se aproximan a una especie de disnea, el cuerpo se les hace difícil de mover y la resignación hace que los pilotes del presente se claven más adentro y los representantes del pasado intenten enterrar los suyos para darnos el estancamiento definitivo. Cada circunstancia debe ser aprovechada para hacer de la contingencia un motivo de construcción hacia adelante. Las sociedades que viven arrinconadas sólo responden a las iniciativas del presente omnímodo. Las sociedades que han despertado retoman el control de las iniciativas y llenan de propuestas la escena. En educación, en economía, en formas políticas. Cuando esta sociedad venezolana arrinconada deje de ser reactiva y pase a ser propositiva tendremos el síntoma inequívoco de su apresto para hacerse dueña de su destino, la indicación fulminante del relámpago de que ha asumido la apuesta fundamental, la indicación incontrastable de que está lista para construir una nueva realidad.
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