En los países comunistas se pasa de digno a indigno sin que los dignos o los indignos se den cuenta de en qué momento eran dignos y cuándo se convirtieron en indignos.
Junto con dos artistas cubanos, talentosísimos y mejores personas, fui invitado por un alcalde a un país de América para realizar una presentación en el marco de las fiestas patronales de un remoto y pequeño pueblo.
Siempre que los humoristas y comediantes venezolanos nos presentamos fuera, nos sentimos estresados porque tememos que nuestra forma de expresarnos no sea entendida. Hemos aprendido que si alguien es bueno en su país tiene posibilidades de tener éxito fuera, tal como ocurrió hace dos años en una competencia internacional humorística en Buenos Aires, donde participaron comediantes de toda América. El primer lugar lo obtuvo Laureano Márquez, el segundo, Emilio Lovera. Esto dice mucho del alto nivel que en la actualidad tiene el humor y la comedia en Venezuela.
Pero el caso del cuento de hoy no es la calidad de los comediantes venezolanos. No.
Se trata del miedo. El terror que causa ser ciudadano de un país como Cuba, donde existe una dictadura. Terminamos con éxito nuestra presentación en el pequeño y frío pueblo y, para nuestra sorpresa, nos enteramos de que entre el público se encontraba el cónsul de Cuba. ¿Qué hacía allí el señor cónsul? Quién sabe. Él se acercó amablemente a saludarnos.
Luego, el alcalde nos invitó a cenar comida típica.
Nos sentamos en una larga mesa y la estábamos pasando muy bien hasta que el cónsul, entre otras cosas, dijo que estaba organizando círculos bolivarianos. Juro que traté de hacerme el pendejo y no opinar para no echar a perder la velada y no comprometer a mis amigos cubanos. Como no opinaba nada, el señor cónsul me preguntó directamente qué me parecía Chávez.
Mis amigos cubanos me miraron con terror porque intuían mi respuesta. Traté de mantener la calma y, para no ser rudo, dije que me encontraba en la acera de enfrente del Gobierno. El cónsul, molesto, respondió: “A ti RCTV te lavó el cerebro. Explícame por qué no te gusta la revolución venezolana”.
Luego de una gran tensión, di una respuesta no necesariamente política:
Señor cónsul, a mí me gusta cepillarme los dientes con crema dental.
Me gusta bañarme con un oloroso jabón.
Me encanta el papel toilette suavecito y me horroriza imaginar que mi hija, después de estudiar y graduarse en la universidad, tenga que prostituirse con turistas para comprar toallas sanitarias.
Los amigos cubanos casi se desmayan, y el funcionario y sus compañeros trataron de intimidarme preguntándome cómo me llamaba y en qué parte de Venezuela vivía. Con orgullo dije que Venezuela todavía no es Cuba, y en un papelote que servía de mantel anoté mi nombre, mi teléfono privado y mi dirección.
Oportunamente intervino el alcalde y nos calmó proponiendo un brindis por la amistad y la democracia.
Más tarde, en el hotel, mis amigos cubanos, aún asustados y en voz baja, me felicitaron por hacer lo que ellos siempre habían querido hacer.
Estaban aterrados, con miedo de que el cónsul pasara el chisme de que ellos eran mis amigos, cosa que creo ocurrió, porque, y ojalá me equivoque, siento que desde ese día, ellos se alejaron de mí a pesar de la larga amistad que nos profesamos.
Conclusión: Venezuela nunca será como Cuba porque tenemos dignidad. Aquí lo que nunca tendremos es miedo.
¡Pa’lante, es pa’lla!
Claudio Nazoa
Junto con dos artistas cubanos, talentosísimos y mejores personas, fui invitado por un alcalde a un país de América para realizar una presentación en el marco de las fiestas patronales de un remoto y pequeño pueblo.
Siempre que los humoristas y comediantes venezolanos nos presentamos fuera, nos sentimos estresados porque tememos que nuestra forma de expresarnos no sea entendida. Hemos aprendido que si alguien es bueno en su país tiene posibilidades de tener éxito fuera, tal como ocurrió hace dos años en una competencia internacional humorística en Buenos Aires, donde participaron comediantes de toda América. El primer lugar lo obtuvo Laureano Márquez, el segundo, Emilio Lovera. Esto dice mucho del alto nivel que en la actualidad tiene el humor y la comedia en Venezuela.
Pero el caso del cuento de hoy no es la calidad de los comediantes venezolanos. No.
Se trata del miedo. El terror que causa ser ciudadano de un país como Cuba, donde existe una dictadura. Terminamos con éxito nuestra presentación en el pequeño y frío pueblo y, para nuestra sorpresa, nos enteramos de que entre el público se encontraba el cónsul de Cuba. ¿Qué hacía allí el señor cónsul? Quién sabe. Él se acercó amablemente a saludarnos.
Luego, el alcalde nos invitó a cenar comida típica.
Nos sentamos en una larga mesa y la estábamos pasando muy bien hasta que el cónsul, entre otras cosas, dijo que estaba organizando círculos bolivarianos. Juro que traté de hacerme el pendejo y no opinar para no echar a perder la velada y no comprometer a mis amigos cubanos. Como no opinaba nada, el señor cónsul me preguntó directamente qué me parecía Chávez.
Mis amigos cubanos me miraron con terror porque intuían mi respuesta. Traté de mantener la calma y, para no ser rudo, dije que me encontraba en la acera de enfrente del Gobierno. El cónsul, molesto, respondió: “A ti RCTV te lavó el cerebro. Explícame por qué no te gusta la revolución venezolana”.
Luego de una gran tensión, di una respuesta no necesariamente política:
Señor cónsul, a mí me gusta cepillarme los dientes con crema dental.
Me gusta bañarme con un oloroso jabón.
Me encanta el papel toilette suavecito y me horroriza imaginar que mi hija, después de estudiar y graduarse en la universidad, tenga que prostituirse con turistas para comprar toallas sanitarias.
Los amigos cubanos casi se desmayan, y el funcionario y sus compañeros trataron de intimidarme preguntándome cómo me llamaba y en qué parte de Venezuela vivía. Con orgullo dije que Venezuela todavía no es Cuba, y en un papelote que servía de mantel anoté mi nombre, mi teléfono privado y mi dirección.
Oportunamente intervino el alcalde y nos calmó proponiendo un brindis por la amistad y la democracia.
Más tarde, en el hotel, mis amigos cubanos, aún asustados y en voz baja, me felicitaron por hacer lo que ellos siempre habían querido hacer.
Estaban aterrados, con miedo de que el cónsul pasara el chisme de que ellos eran mis amigos, cosa que creo ocurrió, porque, y ojalá me equivoque, siento que desde ese día, ellos se alejaron de mí a pesar de la larga amistad que nos profesamos.
Conclusión: Venezuela nunca será como Cuba porque tenemos dignidad. Aquí lo que nunca tendremos es miedo.
¡Pa’lante, es pa’lla!
Claudio Nazoa
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.