José Guerra analiza en su columna publicada hoy en Tal Cual analiza la actual crisis que atraviesa el proyecto socialista encabezado por el presidente Chávez y las razones de su fracaso en lo político, social y económico.
Esta es su columna completa:
Ciertamente ya el proceso que ahora encabeza Hugo Chávez no es el mismo que lo inspiró hace años cuando la fuerza de la espontaneidad, la ilusión y la esperanza eran su razón de ser. La idea de un país distinto y mejor manejado, con probidad, ha dado paso a una gestión gansteril, orientada por los desembolsos económicos para ganar adeptos y retener mediante la coacción a aquello que tienen dudas o que han marcado distancia. Así no se sostiene el paradigma de un cambio.
La revolución chavista es un proyecto decadente, envejecido prematuramente, corrompido hasta los tuétanos, administrado en sus estructuras fundamentales por una especie de pandilla militar-cívica que ha hecho del peculado, el tráfico de influencias y el nepotismo su propósito.
Hoy se registran más millonarios en las filas chavistas que en los hombres de empresas tradicionales de Venezuela, mediante una acumulación originaria de capital violenta, relampagueante, signada por la corrupción, los contratos con entes públicos en condiciones ventajosas sin que medie ningún esfuerzo productivo o destreza personal salvo aquella que deviene de la relación con la gente del poder.
Los nuevos ricos, disfrazados de empresarios constituyen una categoría social cuya única motivación no es producir sino lucrarse a la sombra del tesoro público y para ello adoptan nombres de asociaciones empresariales que no son tales sino focos para la tramitación y cobro de comisiones por los créditos recibidos o los contratos obtenidos.
No ha podido el gobierno conformar un sector de gente de empresas con vocación productiva ni se registra grupo que haya arriesgado su capital para impulsar industrias porque esos falsos capitalistas lo que hacen es trabajar con los dineros del gobierno y eso lo sabe Hugo Chávez, quien tolera y permite ese enriquecimiento fraudulento. O es que alguien se atreve a pensar que Chávez no sabe de las andanzas de la nueva oligarquía del dinero en Venezuela.
Sin embargo, lo que ocurrió en las recientes elecciones de gobernadores y alcaldes es la prueba más palpable de la degeneración del proyecto chavista.
Que un gobierno haya tenido que apelar al reparto descarado de dinero para asegurarse los votos, sugiere que algo anda muy mal en las filas gobierneras.
Cuando un partido invoca el intercambio mercantil de un voto por una suma de dinero, su tiempo está contado porque la política y la ideología no son artículos a los que se le puede imputar un precio. Fue descarado las transacciones de votos por dinero o productos de línea blanca, tales como licuadoras, televisores, lavadoras, financiados todos ellos por fondos, no del PSUV sino de Pdvsa que ha servido, bajo la administración de Rafael Ramírez y sus socios directivos, como caja chica para el apoyo de actividades partidistas sin ningún recato o cuidado de las formas.
Hoy puede establecerse que las arcas de Pdvsa cumplen una doble función: la primera, servir como entidad empresarial del Estado y la segunda como órgano financiero del partido de gobierno.
Aquí reside otra de las taras de la revolución chavista, el haber hecho del Estado, el gobierno y su partido uno solo y mismo sujeto. Ya en Venezuela se perdió la línea que dividía lo que son asuntos del Estado de los del gobierno o del partido.
Los colores y símbolos son los mismos, las consignas son idénticas e iguales quienes se transmutan, una vez como vocero del gobierno y otra como jefe de un partido, usando para ello los dineros públicos sin ningún pudor.
Las revoluciones son obras colectivas cuando un sentimiento, una idea, no el dinero, se apoderan de una población. Chávez tuvo ese impulso pero lo perdió y por eso recurre al intercambio de lealtad política por plata constante y sonante que es lo que muchos de sus partidarios le exigen. Chávez es el candidato a las juntas parroquiales, alcaldías, gobernaciones y hasta los sindicatos. Sin él nada existe y por eso estimula el culto a su personalidad.
La pérdida de la fuerza vital que requiere una revolución hace que muy pocos vayan a sus actos si no son transportados y sin el pago del correspondiente viático, nadie se moviliza sin que se le asegure la cancelación de un estipendio. La carencia de aliento se demostró palmariamente durante la recolección de firmas para apoyar la enmienda para la reelección indefinida. Poco entusiasmo y espontaneidad.
Lo que si abundó fue la intimidación a los empleados públicos mediante los recorridos por las oficinas públicas de los agentes del partido o la instalación de kioscos en los ministerios y demás entes del Estado para velada o descaradamente obligar a firmar a los trabajadores de esas dependencias.
Ello denota una debilidad extraordinaria pero más que todo que la fuerza motivante ya no existe o está sustancialmente mermada y que la cacareada revolución se desnaturalizó y pareciera tener sus días contados aunque todavía conserve una fuerza popular respetable, que nada tiene que ver con aquella que llevó a Hugo Chávez al poder. Está herida la revolución chavista, por su individualismo, sectarismo, corrupción y porque Chávez piensa que si no es él nadie puede ser líder. La revolución chavista se ha degenerado en una caricatura.
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