A pesar de la imagen de solidez que pretende proyectar el flamante Partido Socialista Unido de Venezuela, lo cierto es que el movimiento chavista ha tenido importantes defecciones.
Tiene razón Hugo Chávez: Venezuela no es una dictadura (aunque a veces lo parezca).
En dos elecciones sucesivas, los ciudadanos han frenado sus intentos de imponerla y han ratificado la vocación democrática nacional. En ambas, además, hubo razonable transparencia y respeto a la voluntad popular.
Por algo fue derrotada la reforma constitucional autoritaria en el referendo del pasado diciembre, y por algo la oposición recibió un fuerte impulso en los comicios regionales del domingo 23 de noviembre.
Es decir, si el país no tiene categoría de dictadura, como afirmó su Presidente al comentar los últimos resultados, no es por, sino a pesar de Chávez. No se trata de algo desdeñable, porque revela que en Venezuela no se han podido conjugar las condiciones para hacer posible la imposición generalizada del autoritarismo. Y tal posibilidad parece cada vez menor.
La reciente historia electoral lo confirma: El establecimiento, vía enmiendas constitucionales, de un Estado semitotalitario, fue triturado cuando, hace casi un año, el “no” obtuvo el 51% y la presión estudiantil –y, quizá, hasta militar– obligó a Chávez a reconocer el resultado.
En los comicios regionales, al capturar las alcaldías de Caracas y de Maracaibo y las gobernaciones de los estados más populosos y ricos del país (dos de ellos hasta ahora gobernados por el chavismo), la oposición quedó en una posición muy fuerte.
Pero hay otros factores clave que debilitan los impulsos de Chávez: La abrupta y significativa reducción en los precios del petróleo ha mermado la profundidad de su chequera populista y clientelista La crisis económica interna, con desabastecimientos incluidos, está en vías de agudizarse. La delincuencia se ha convertido en tema de alarma nacional (sobre todo urbana), y las inversiones productivas, tanto privadas como públicas, están en un nivel magro.
A pesar de la imagen de solidez que pretende proyectar el flamante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), bajo cuyo alero participaron los candidatos oficiales, lo cierto es que el movimiento chavista ha tenido importantes defecciones.
Como remate, la experiencia de los últimos comicios evidenció que la capacidad del Presidente para generar votos se ha deteriorado. Chávez realizó una fortísima campaña en los estados de Zulia y Miranda a favor de sus candidatos, pero fue en ellos donde se produjeron las derrotas más graves.
La gran pregunta, ahora, es cómo convertir estos hechos y tendencias en factores que permitan generar y consolidar avances democráticos más allá de las elecciones.
Del lado gubernamental bastaría, para facilitar la dinámica, con que Chávez renunciara explícitamente a sus deseos de reelección, devolviera la autonomía al Poder Judicial, separara el partido del Gobierno, hiciera transparente el manejo del presupuesto estatal y equilibrara la composición del Consejo Nacional Electoral.
Es decir, su decisión unipersonal sería suficiente para iniciar una verdadera apertura. La duda es si querrá hacerlo. Los indicios son que no.
Del lado opositor ocurre algo distinto: su esencia es la voluntad democrática, compartida por una mayoría ciudadana. Por ejemplo, en el estudio hemisférico de la Corporación Latinobarómetro de este año, el 82% de los venezolanos dijo apoyar la democracia, y el 85% la consideraron indispensable para ser un país desarrollado. Fueron los porcentajes más altos de América Latina.
Sin embargo, pasar de la adhesión democrática y el buen desempeño electoral a la creación de una estructura política unida ha sido, hasta ahora, sumamente complejo. Paradójicamente, los recientes avances regionales podrían dificultarlo más: de ellos han emergido líderes opositores con arraigo, energía y voluntad, que podrían sentirse igualmente habilitados para competir por encabezar tan heterogéneo conjunto.
Quiere decir que el buen futuro del país y la sintonía entre el ejercicio político–gubernamental y las convicciones ciudadanas, pasa no solo por los hechos. También es esencial la voluntad de Chávez y de la oposición. Y en cada ámbito los obstáculos aún abundan.
Tiene razón Hugo Chávez: Venezuela no es una dictadura (aunque a veces lo parezca).
En dos elecciones sucesivas, los ciudadanos han frenado sus intentos de imponerla y han ratificado la vocación democrática nacional. En ambas, además, hubo razonable transparencia y respeto a la voluntad popular.
Por algo fue derrotada la reforma constitucional autoritaria en el referendo del pasado diciembre, y por algo la oposición recibió un fuerte impulso en los comicios regionales del domingo 23 de noviembre.
Es decir, si el país no tiene categoría de dictadura, como afirmó su Presidente al comentar los últimos resultados, no es por, sino a pesar de Chávez. No se trata de algo desdeñable, porque revela que en Venezuela no se han podido conjugar las condiciones para hacer posible la imposición generalizada del autoritarismo. Y tal posibilidad parece cada vez menor.
La reciente historia electoral lo confirma: El establecimiento, vía enmiendas constitucionales, de un Estado semitotalitario, fue triturado cuando, hace casi un año, el “no” obtuvo el 51% y la presión estudiantil –y, quizá, hasta militar– obligó a Chávez a reconocer el resultado.
En los comicios regionales, al capturar las alcaldías de Caracas y de Maracaibo y las gobernaciones de los estados más populosos y ricos del país (dos de ellos hasta ahora gobernados por el chavismo), la oposición quedó en una posición muy fuerte.
Pero hay otros factores clave que debilitan los impulsos de Chávez: La abrupta y significativa reducción en los precios del petróleo ha mermado la profundidad de su chequera populista y clientelista La crisis económica interna, con desabastecimientos incluidos, está en vías de agudizarse. La delincuencia se ha convertido en tema de alarma nacional (sobre todo urbana), y las inversiones productivas, tanto privadas como públicas, están en un nivel magro.
A pesar de la imagen de solidez que pretende proyectar el flamante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), bajo cuyo alero participaron los candidatos oficiales, lo cierto es que el movimiento chavista ha tenido importantes defecciones.
Como remate, la experiencia de los últimos comicios evidenció que la capacidad del Presidente para generar votos se ha deteriorado. Chávez realizó una fortísima campaña en los estados de Zulia y Miranda a favor de sus candidatos, pero fue en ellos donde se produjeron las derrotas más graves.
La gran pregunta, ahora, es cómo convertir estos hechos y tendencias en factores que permitan generar y consolidar avances democráticos más allá de las elecciones.
Del lado gubernamental bastaría, para facilitar la dinámica, con que Chávez renunciara explícitamente a sus deseos de reelección, devolviera la autonomía al Poder Judicial, separara el partido del Gobierno, hiciera transparente el manejo del presupuesto estatal y equilibrara la composición del Consejo Nacional Electoral.
Es decir, su decisión unipersonal sería suficiente para iniciar una verdadera apertura. La duda es si querrá hacerlo. Los indicios son que no.
Del lado opositor ocurre algo distinto: su esencia es la voluntad democrática, compartida por una mayoría ciudadana. Por ejemplo, en el estudio hemisférico de la Corporación Latinobarómetro de este año, el 82% de los venezolanos dijo apoyar la democracia, y el 85% la consideraron indispensable para ser un país desarrollado. Fueron los porcentajes más altos de América Latina.
Sin embargo, pasar de la adhesión democrática y el buen desempeño electoral a la creación de una estructura política unida ha sido, hasta ahora, sumamente complejo. Paradójicamente, los recientes avances regionales podrían dificultarlo más: de ellos han emergido líderes opositores con arraigo, energía y voluntad, que podrían sentirse igualmente habilitados para competir por encabezar tan heterogéneo conjunto.
Quiere decir que el buen futuro del país y la sintonía entre el ejercicio político–gubernamental y las convicciones ciudadanas, pasa no solo por los hechos. También es esencial la voluntad de Chávez y de la oposición. Y en cada ámbito los obstáculos aún abundan.
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