¿Hasta dónde llegará?........Chávez se adentra otra vez en un peligroso territorio. El de la amenaza, la violencia y el miedo. Su propósito es inhibir a sus enemigos y envalentonar a los propios. El debate gira en torno a si considerar sus dichos como las pachotadas de costumbre, al final de las cuales termina tascando el freno; o si, por el contrario, de verdad se propone desconocer la voluntad popular si ésta le es desfavorable en los estados y municipios más populosos del país. Como la palabra no es inocente, el atrabiliario que la profiere ha contribuido a crear una situación dilemática, en la cual si obtuviera una victoria -por las buenas o las malas- lo que seguiría es su eternización en el poder; pero si la derrota lo visitara, entonces la septicemia que recorre la cosa bolivariana estallaría en erupciones purulentas y los propios chavistas demandarían la transición pacífica a la democracia. Varios de los de arriba ya comprenden que Chávez se ha vuelto inviable.
Neoautoritarismo y Elecciones. Como en esta esquina se ha argumentado, en una democracia normal las elecciones son el mecanismo de relevo del liderazgo; votar y elegir es parte de la dinámica intrínseca del sistema; es como cepillarse los dientes y dar los buenos días, elementos de la rutina higiénica y civilizada de cualquier ciudadano. En este régimen, plagado de fraude, ventajismo y abuso, las elecciones son para la denuncia, la movilización y la colocación de valladares ante la arremetida de los bovinos bolivarianos. La abstención de 2005 fue un potente triunfo ciudadano, aunque después se perdió su efecto; la votación por Rosales en 2006 fue muy importante, hasta que el candidato hizo un giro inexplicable el día de las elecciones, que generó desencanto; el triunfo electoral del 2-D contra la reforma fue magnífico, aunque no impidió que después, violando todo lo violable, Chávez impusiera las 26 leyes que contenían los elementos de la reforma derrotada en el referendo, salvo la reelección.
Las elecciones, en unos casos para abstenerse y en otros para votar, pueden ser pruebas de la fuerza popular. En el caso venezolano y bajo el actual régimen esas votaciones no han impedido los objetivos del régimen, sea porque no se ha sabido, sea porque no se ha podido, pero han sido -en su momento- poderosas expresiones de movilización popular.
En las elecciones próximas hay entendimiento sobre la conveniencia de votar y de hacerlo masivamente, sin que el vozarrón del poder, ni los inconvenientes del dificultoso acto electoral, justifiquen la abstención. Aquí se va a resolver una contradicción muy seria, revelada por las mismas encuestas a las que apelan los candidatos: mientras los ciudadanos tienen en muy baja estima a todos los partidos políticos, incluidos con largueza los de la oposición, de todos modos van a votar por los candidatos promovidos por éstos. Este gesto revela una comprensión profunda de lo que está en juego. Se trata del único camino a la mano para infligirle una derrota fulminante al gobierno en algunos de los territorios que ha dominado, sea porque haya tenido mayoría o porque se haya valido del fraude.
Votar es, en este contexto, la forma de canalizar la protesta y de darle sentido a la revancha que viene desde abajo, desde las fuerzas de la descentralización, que han sido golpeadas, pero que resisten y encuentran en estas elecciones una ocasión para manifestarse.
La Estrategia del Poder. Chávez ha amenazado con los tanques, ha insultado sin medida, ha blandido todos los recursos del Estado sin rubor, ha obligado a Tibisay a la ignominia más evidente, ha silenciado hasta a aquéllos de sus partidarios que de vez en cuanto experimentan algún pudor. En un sentido, es el viejo truco: hoy te insulto y mañana te digo que te respeto, sólo como preludio de otra andanada de ordinarieces. Algún adulante ha excusado esta actitud como expresión de una peculiar franqueza de su líder y parte constitutiva de su encanto. También hay quien ha confinado estas expresiones a las de un jefe abrumado por el desencanto, que trata de echar el resto, en medio de una situación que se le ha vuelto inmanejable por las disensiones, ambiciones, y el ladronaje que ha criado y ahora le roe los codos.
Sin embargo, la explicación más plausible es la comprensión por parte de Chávez de que su proyecto se acaba si la mayor parte del país vota, otra vez, contra él. Sería un presidente sometido a despido indirecto, obligado a tener a gobernadores y alcaldes como interlocutores. La revolución bolivariana, muerta desde hace rato, se convertiría en un mero trasto verbal. El hombre que iba a encabezar la revolución mundial podría aparecer siendo un melancólico residente de Miraflores, tan desorientado como los fantasmas que entran "a Palacio" en la madrugada. Chávez, finalmente, se habría convertido en un chiste de los caribes que viven en estas comarcas. Tal resultado es inaceptable para la élite que controla el poder, de allí que intente, mediante la intimidación, cambiar voluntades o hacer crecer la abstención. Es lo que explica que obligue a fiscales y contralores, rectores electorales y policías, diputados y mayordomos, a un compromiso de tal magnitud para violar las leyes que sólo un triunfo del gobierno los protegería en el futuro de la justicia nacional e internacional.
¿Puede? También pueden jugar a la complicación y a la intimidación el 23N. El fraude electrónico del referendo revocatorio ahora es menos posible porque hay más vigilancia ciudadana, más presencia en las mesas, y se han obtenido logros en el control, que lo hacen mucho más difícil. La ciudadanía está alerta y los chavistas, en alta proporción, no están dispuestos a jugárselas por un proceso que no pocas veces los avergüenza.
La disposición de Chávez a no perder y la oposición a no dejarse, plantea un choque sin precedentes. La única solución para Chávez es que logre torcer bajo amenaza la voluntad del electorado; lo cual, a estas alturas, no parece haber logrado. La solución alternativa para el régimen es empastelar el proceso, demorarlo, y que Tibisay Carrasquero, a golpe de madrugada, anuncie que ganó Chávez aquí, allá y más allá y que los resultados se van a saber algún día, cuando los del 2D de 2007 estén listos.
Ante un arrebatón, sólo las fuerzas fácticas que actúan sobre Chávez, los militares, los presidentes latinoamericanos, las organizaciones internacionales y la movilización popular interna, podrían imponerle un tranquilizante de cuarta generación como el que le fue suministrado el 2D.
El dilema es si el 23N Chávez estará mandando los tanques de guerra a Valencia ante la victoria de Henrique Salas o si lo llamará para decirle, "hola, pollo, vente mañana "a Palacio" pa´ que hablemos". O si el que iba en cuarto lugar (con sólo tres candidatos en liza) es anunciado ganador por un boletín trasnochado del CNE.
carlos.blanco@comcast.net
Neoautoritarismo y Elecciones. Como en esta esquina se ha argumentado, en una democracia normal las elecciones son el mecanismo de relevo del liderazgo; votar y elegir es parte de la dinámica intrínseca del sistema; es como cepillarse los dientes y dar los buenos días, elementos de la rutina higiénica y civilizada de cualquier ciudadano. En este régimen, plagado de fraude, ventajismo y abuso, las elecciones son para la denuncia, la movilización y la colocación de valladares ante la arremetida de los bovinos bolivarianos. La abstención de 2005 fue un potente triunfo ciudadano, aunque después se perdió su efecto; la votación por Rosales en 2006 fue muy importante, hasta que el candidato hizo un giro inexplicable el día de las elecciones, que generó desencanto; el triunfo electoral del 2-D contra la reforma fue magnífico, aunque no impidió que después, violando todo lo violable, Chávez impusiera las 26 leyes que contenían los elementos de la reforma derrotada en el referendo, salvo la reelección.
Las elecciones, en unos casos para abstenerse y en otros para votar, pueden ser pruebas de la fuerza popular. En el caso venezolano y bajo el actual régimen esas votaciones no han impedido los objetivos del régimen, sea porque no se ha sabido, sea porque no se ha podido, pero han sido -en su momento- poderosas expresiones de movilización popular.
En las elecciones próximas hay entendimiento sobre la conveniencia de votar y de hacerlo masivamente, sin que el vozarrón del poder, ni los inconvenientes del dificultoso acto electoral, justifiquen la abstención. Aquí se va a resolver una contradicción muy seria, revelada por las mismas encuestas a las que apelan los candidatos: mientras los ciudadanos tienen en muy baja estima a todos los partidos políticos, incluidos con largueza los de la oposición, de todos modos van a votar por los candidatos promovidos por éstos. Este gesto revela una comprensión profunda de lo que está en juego. Se trata del único camino a la mano para infligirle una derrota fulminante al gobierno en algunos de los territorios que ha dominado, sea porque haya tenido mayoría o porque se haya valido del fraude.
Votar es, en este contexto, la forma de canalizar la protesta y de darle sentido a la revancha que viene desde abajo, desde las fuerzas de la descentralización, que han sido golpeadas, pero que resisten y encuentran en estas elecciones una ocasión para manifestarse.
La Estrategia del Poder. Chávez ha amenazado con los tanques, ha insultado sin medida, ha blandido todos los recursos del Estado sin rubor, ha obligado a Tibisay a la ignominia más evidente, ha silenciado hasta a aquéllos de sus partidarios que de vez en cuanto experimentan algún pudor. En un sentido, es el viejo truco: hoy te insulto y mañana te digo que te respeto, sólo como preludio de otra andanada de ordinarieces. Algún adulante ha excusado esta actitud como expresión de una peculiar franqueza de su líder y parte constitutiva de su encanto. También hay quien ha confinado estas expresiones a las de un jefe abrumado por el desencanto, que trata de echar el resto, en medio de una situación que se le ha vuelto inmanejable por las disensiones, ambiciones, y el ladronaje que ha criado y ahora le roe los codos.
Sin embargo, la explicación más plausible es la comprensión por parte de Chávez de que su proyecto se acaba si la mayor parte del país vota, otra vez, contra él. Sería un presidente sometido a despido indirecto, obligado a tener a gobernadores y alcaldes como interlocutores. La revolución bolivariana, muerta desde hace rato, se convertiría en un mero trasto verbal. El hombre que iba a encabezar la revolución mundial podría aparecer siendo un melancólico residente de Miraflores, tan desorientado como los fantasmas que entran "a Palacio" en la madrugada. Chávez, finalmente, se habría convertido en un chiste de los caribes que viven en estas comarcas. Tal resultado es inaceptable para la élite que controla el poder, de allí que intente, mediante la intimidación, cambiar voluntades o hacer crecer la abstención. Es lo que explica que obligue a fiscales y contralores, rectores electorales y policías, diputados y mayordomos, a un compromiso de tal magnitud para violar las leyes que sólo un triunfo del gobierno los protegería en el futuro de la justicia nacional e internacional.
¿Puede? También pueden jugar a la complicación y a la intimidación el 23N. El fraude electrónico del referendo revocatorio ahora es menos posible porque hay más vigilancia ciudadana, más presencia en las mesas, y se han obtenido logros en el control, que lo hacen mucho más difícil. La ciudadanía está alerta y los chavistas, en alta proporción, no están dispuestos a jugárselas por un proceso que no pocas veces los avergüenza.
La disposición de Chávez a no perder y la oposición a no dejarse, plantea un choque sin precedentes. La única solución para Chávez es que logre torcer bajo amenaza la voluntad del electorado; lo cual, a estas alturas, no parece haber logrado. La solución alternativa para el régimen es empastelar el proceso, demorarlo, y que Tibisay Carrasquero, a golpe de madrugada, anuncie que ganó Chávez aquí, allá y más allá y que los resultados se van a saber algún día, cuando los del 2D de 2007 estén listos.
Ante un arrebatón, sólo las fuerzas fácticas que actúan sobre Chávez, los militares, los presidentes latinoamericanos, las organizaciones internacionales y la movilización popular interna, podrían imponerle un tranquilizante de cuarta generación como el que le fue suministrado el 2D.
El dilema es si el 23N Chávez estará mandando los tanques de guerra a Valencia ante la victoria de Henrique Salas o si lo llamará para decirle, "hola, pollo, vente mañana "a Palacio" pa´ que hablemos". O si el que iba en cuarto lugar (con sólo tres candidatos en liza) es anunciado ganador por un boletín trasnochado del CNE.
carlos.blanco@comcast.net
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