*SIXTO MEDINA ESCRIBIÓ: QUE NO NOS GOBIERNE UNA IDEOLOGÍA
Cuando faltan unas semanas para las elecciones regionales del 23 de noviembre de 2008, para elegir a los gobernadores de los estados y los alcaldes de los municipios, conviene insistir en la necesidad de que el país sea gobernado a partir de una visión moderna y racional de los problemas que afronta la sociedad y no en función de trasnochados reduccionismos ideológicos.
La pretensión de subordinar monolíticamente las acciones políticas o de gobierno a una determinada ideología-sea esta de derecha o de izquierda-, resulta, a esta altura de los tiempos, tan nefasta como anacrónica. Los países avanzados del mundo han abandonado hace ya tiempo ese modo equivocado de examinar y de vivir la realidad política.
Los gobernantes de las sociedades más evolucionadas del planeta asumen hoy sus responsabilidades con la mente abierta en la búsqueda de las soluciones que mejor satisfagan las necesidades concretas de las personas y de los pueblos cuyos intereses les han sido confiados y dados en custodia; de ningún modo incurren en el error de ajustar sistemáticamente sus políticas y sus decisiones a los preconceptos emanados de concepción abstracta o totalizadora de la realidad.
La política es, como tantas veces se ha dicho el arte de lo posible. Diríase que es el arte de encontrar lo mejor en cada caso, para cada persona o para la sociedad en su conjunto, de acuerdo con el necesario y constructivo equilibrio que corresponde establecer, en toda circunstancia, entre el interés particular y el interés general. Cuando el presidente Chávez con sus ideas políticas se aparta de esa sabia y dinámica concepción, busca lo peor, se encierra en la cárcel de los ideologismos, lo que queda a la vista es un irracional intento de empobrecer la realidad y de deshumanizar a todos los venezolanos.
La fuerza y la riqueza de la vida residirán siempre en su inagotable diversidad. Por ignorar esta simple verdad, los hombres pagaron en el pasado un alto precio: pretendieron atribuirle a la realidad social, económica y política una homogeneidad que no tenía y trataron muchas veces a las comunidades humanas como si fueran rebaños. Los totalitarismos del siglo XX-y los que aún perduran en el siglo XXI- fueron, hijos casi siempre, de la ceguera ideológica.
Lo dicho no significa, por supuesto, desconocer el valor de los principios generales ni desmerecer el necesario espacio que el ideal-y hasta en sana utopía- ocupa en la vida de los hombres y en la evolución de los pueblos. Tampoco significa ignorar que la ideología, como pensamiento, es connatural al hombre y que existe en la mente humana una tendencia espontanea a ordenar o clasificar las ideas o a establecer entre ellas una determinada relación. En este sentido es lógico y hasta común que toda persona tenga una ideología personal, una manera de mirar el mundo o de entender la vida.
Pero reconocer la gravitación de la ideología en el destino de cada persona, de cada hombre no significa adherir a la idea de que la conducción política de una nación o el manejo de sus asuntos públicos deban estar sometidos a la influencia excluyente y empobrecedora de un sistema ideológico. La experiencia histórica demuestra, con sobrados ejemplos, que los ideologismos políticos cerrados empobrecen y asfixian a las naciones
La crisis que se plantea en Venezuela tiene mucho que ver con imponer ese oscuro intento de atar los destinos del país a un peligroso cerrado ideologismo personal. Así se considera la creación de una maquinaria deshumanizadora que se considera que lo es todo, donde la relación con el país y la sintonía con el ciudadano pasan a un segundo plano. En ese engranaje, el ciudadano pasa a ser tuerca o tornillo. Donde se decide por los demás, donde se usurpa a la nación.
Cuando faltan unas semanas para las elecciones regionales del 23 de noviembre de 2008, para elegir a los gobernadores de los estados y los alcaldes de los municipios, conviene insistir en la necesidad de que el país sea gobernado a partir de una visión moderna y racional de los problemas que afronta la sociedad y no en función de trasnochados reduccionismos ideológicos.
La pretensión de subordinar monolíticamente las acciones políticas o de gobierno a una determinada ideología-sea esta de derecha o de izquierda-, resulta, a esta altura de los tiempos, tan nefasta como anacrónica. Los países avanzados del mundo han abandonado hace ya tiempo ese modo equivocado de examinar y de vivir la realidad política.
Los gobernantes de las sociedades más evolucionadas del planeta asumen hoy sus responsabilidades con la mente abierta en la búsqueda de las soluciones que mejor satisfagan las necesidades concretas de las personas y de los pueblos cuyos intereses les han sido confiados y dados en custodia; de ningún modo incurren en el error de ajustar sistemáticamente sus políticas y sus decisiones a los preconceptos emanados de concepción abstracta o totalizadora de la realidad.
La política es, como tantas veces se ha dicho el arte de lo posible. Diríase que es el arte de encontrar lo mejor en cada caso, para cada persona o para la sociedad en su conjunto, de acuerdo con el necesario y constructivo equilibrio que corresponde establecer, en toda circunstancia, entre el interés particular y el interés general. Cuando el presidente Chávez con sus ideas políticas se aparta de esa sabia y dinámica concepción, busca lo peor, se encierra en la cárcel de los ideologismos, lo que queda a la vista es un irracional intento de empobrecer la realidad y de deshumanizar a todos los venezolanos.
La fuerza y la riqueza de la vida residirán siempre en su inagotable diversidad. Por ignorar esta simple verdad, los hombres pagaron en el pasado un alto precio: pretendieron atribuirle a la realidad social, económica y política una homogeneidad que no tenía y trataron muchas veces a las comunidades humanas como si fueran rebaños. Los totalitarismos del siglo XX-y los que aún perduran en el siglo XXI- fueron, hijos casi siempre, de la ceguera ideológica.
Lo dicho no significa, por supuesto, desconocer el valor de los principios generales ni desmerecer el necesario espacio que el ideal-y hasta en sana utopía- ocupa en la vida de los hombres y en la evolución de los pueblos. Tampoco significa ignorar que la ideología, como pensamiento, es connatural al hombre y que existe en la mente humana una tendencia espontanea a ordenar o clasificar las ideas o a establecer entre ellas una determinada relación. En este sentido es lógico y hasta común que toda persona tenga una ideología personal, una manera de mirar el mundo o de entender la vida.
Pero reconocer la gravitación de la ideología en el destino de cada persona, de cada hombre no significa adherir a la idea de que la conducción política de una nación o el manejo de sus asuntos públicos deban estar sometidos a la influencia excluyente y empobrecedora de un sistema ideológico. La experiencia histórica demuestra, con sobrados ejemplos, que los ideologismos políticos cerrados empobrecen y asfixian a las naciones
La crisis que se plantea en Venezuela tiene mucho que ver con imponer ese oscuro intento de atar los destinos del país a un peligroso cerrado ideologismo personal. Así se considera la creación de una maquinaria deshumanizadora que se considera que lo es todo, donde la relación con el país y la sintonía con el ciudadano pasan a un segundo plano. En ese engranaje, el ciudadano pasa a ser tuerca o tornillo. Donde se decide por los demás, donde se usurpa a la nación.
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