*CLAUDIO PAOLILLO ESCRIBIO PARA CADAL: LA PERVERSIÓN POPULISTA
11 de septiembre 2008
"Brasil y México van a arrastrar a los demás", me respondió seguro hace un par de meses un banquero muy importante de Europa, cuando le pregunté sobre el riesgo de que el populismo se expanda en América Latina. La convicción del banquero parecía sincera, pero también dejaba la sensación de una desesperada expresión de deseos. Es que el banquero y su banco tienen mucho interés en que esta región se mantenga relativamente estable, libre de los altibajos políticos y económicos que la han caracterizado desde siempre, por una sencilla razón: el éxito de su gestión depende de que los miles de millones dólares que manejan, él y su banco, no acaben evaporándose a raíz de uno de los ramalazos imprevisibles con que los latinoamericanos cada tanto sorprendemos al mundo.
Es verdad que mi interlocutor se basó en fundamentos de peso. El populismo está presente, básicamente, en cinco países: Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. El creía -y ha de seguir creyendo- que allí se quedaría. Porque, me decía, los demás, aun aquellos que llegaron a los gobiernos con "bandera progresista", no son tan insensatos como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega o el inefable matrimonio de los Kirchner. "No lo son -argumentaba- ni el mexicano Felipe Calderón, ni el brasileño Lula, ni la chilena Michelle Bachelet, ni el uruguayo Tabaré Vázquez, ni el colombiano Alvaro Uribe, ni el peruano Alan García, ni el costarricense Oscar Arias". Para entonces, el banquero no sabía qué rumbo habría de seguir el paraguayo Fernando Lugo. Pero, en cualquier caso, sostenía, México y Brasil, más Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Costa Rica, representan el 85% de la población latinoamericana, así como un porcentaje similar del producto bruto general de la región.
Es un buen punto de partida para el optimismo del banquero europeo. Pero quizá no todo esté dicho en esta materia. Chávez, Morales y Correa continúan instalando sus "dictaduras democráticas" en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la Cuba de los Castro presenta al mundo cambios meramente cosméticos pero sigue siendo el régimen de facto más antiguo de América Latina, Ortega está cada vez más atado a este círculo vicioso y los Kirchner son, literalmente, increíbles.
A eso hay que sumar la incógnita de Lugo, a quien es aún imposible juzgar con cierta perspectiva dado que no ha cumplido ni un mes al frente del gobierno paraguayo (aunque ya denunció un intento de golpe de Estado en su contra), la posibilidad real de que los ex guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) ganen las próximas elecciones en El Salvador, la acechanza permanente de Ollanta Humala en Perú, el sorpresivo ingreso de Honduras al invento chavista del ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), la persistencia de Andrés López Obrador en México y una chance cierta de que, en Uruguay, al moderado gobierno de Tabaré Vázquez pueda seguirle uno "más de izquierda", lo que en ese país significa, sencillamente, uno más populista.
El populismo en la región no es algo nuevo. Populista fue Perón en Argentina y populista fue Vargas en Brasil. El problema es que el neo populismo no ha cambiado su esencia pero sí su rostro. Y con eso, en ciertos círculos que antes lo detestaban, ha conseguido legitimarse.
El argentino Héctor Leis y el brasileño Eduardo Viola, dos prominentes profesores de filosofía y ciencias políticas que dictan clases en universidades de América y Europa, analizaron este fenómeno en un libro que acaba de publicarse ("América del Sur en el mundo de las democracias de mercado"). El cambio con respecto al populismo es evidente, según explican estos expertos.
"Otrora repudiado por los nombres más representativos del pensamiento democrático, tanto de la izquierda como de la derecha, debido a su fuerte carga autoritaria asociada de forma innegable a sectores reaccionarios del militarismo latinoamericano, el populismo retorna hoy prestigiado por las urnas de la democracia y con su pasado prácticamente olvidado", dicen Leis y Viola.
De este modo, "con el mismo ímpetu que el populismo gana votos en un gran número de países de América Latina, también gana legitimidad ideológica en el campo democrático". Lo más dramático, advierten, es que "es difícil saber lo que es peor" puesto que "nada podría ser tan perjudicial para los procesos de consolidación democrática en marcha en el continente que confundir la democracia con el populismo".
El populismo asigna preeminencia a la noción del "enemigo" y, por tanto, a las lógicas de guerra. Los investigadores recuerdan que "cuando el comportamiento político de los actores reproduce esta lógica, la nación termina, tarde o temprano, despedazada en partes irreconciliables". En ese ambiente, la democracia y el desarrollo se convierten en quimeras inalcanzables.
En el pasado, la democracia en la región enfrentó dos enemigos: el populista demagogo y el extremista revolucionario; ambos prometían resolver todos los problemas con soluciones rápidas y sencillas. Pero si antes atacaban a la democracia por separado, ahora, además, están juntos. "La falsificación democrática del populismo es que no crea ciudadanía sino mayorías desprovistas de conciencia al servicio de las élites de turno", dicen Leis y Viola. Y así, en nombre de la "democracia", el populismo ataca los derechos básicos de las personas, descree de la economía de mercado y descuida al Estado, al cual toma como botín de guerra.
Tal vez tenga razón el banquero europeo en su optimismo sobre el futuro próximo latinoamericano. Pero su operación aritmética (Brasil y México más algunos otros es igual a 85% de América Latina y con eso basta) luce algo simplista a la luz de un fenómeno mucho más complejo, plenamente vigente, en aparente expansión y, ciertamente, muy peligroso.
Claudio Paolillo es director del semanario Búsqueda en Uruguay
11 de septiembre 2008
"Brasil y México van a arrastrar a los demás", me respondió seguro hace un par de meses un banquero muy importante de Europa, cuando le pregunté sobre el riesgo de que el populismo se expanda en América Latina. La convicción del banquero parecía sincera, pero también dejaba la sensación de una desesperada expresión de deseos. Es que el banquero y su banco tienen mucho interés en que esta región se mantenga relativamente estable, libre de los altibajos políticos y económicos que la han caracterizado desde siempre, por una sencilla razón: el éxito de su gestión depende de que los miles de millones dólares que manejan, él y su banco, no acaben evaporándose a raíz de uno de los ramalazos imprevisibles con que los latinoamericanos cada tanto sorprendemos al mundo.
Es verdad que mi interlocutor se basó en fundamentos de peso. El populismo está presente, básicamente, en cinco países: Venezuela, Argentina, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. El creía -y ha de seguir creyendo- que allí se quedaría. Porque, me decía, los demás, aun aquellos que llegaron a los gobiernos con "bandera progresista", no son tan insensatos como Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa, Daniel Ortega o el inefable matrimonio de los Kirchner. "No lo son -argumentaba- ni el mexicano Felipe Calderón, ni el brasileño Lula, ni la chilena Michelle Bachelet, ni el uruguayo Tabaré Vázquez, ni el colombiano Alvaro Uribe, ni el peruano Alan García, ni el costarricense Oscar Arias". Para entonces, el banquero no sabía qué rumbo habría de seguir el paraguayo Fernando Lugo. Pero, en cualquier caso, sostenía, México y Brasil, más Colombia, Perú, Chile, Uruguay y Costa Rica, representan el 85% de la población latinoamericana, así como un porcentaje similar del producto bruto general de la región.
Es un buen punto de partida para el optimismo del banquero europeo. Pero quizá no todo esté dicho en esta materia. Chávez, Morales y Correa continúan instalando sus "dictaduras democráticas" en Venezuela, Bolivia y Ecuador, la Cuba de los Castro presenta al mundo cambios meramente cosméticos pero sigue siendo el régimen de facto más antiguo de América Latina, Ortega está cada vez más atado a este círculo vicioso y los Kirchner son, literalmente, increíbles.
A eso hay que sumar la incógnita de Lugo, a quien es aún imposible juzgar con cierta perspectiva dado que no ha cumplido ni un mes al frente del gobierno paraguayo (aunque ya denunció un intento de golpe de Estado en su contra), la posibilidad real de que los ex guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) ganen las próximas elecciones en El Salvador, la acechanza permanente de Ollanta Humala en Perú, el sorpresivo ingreso de Honduras al invento chavista del ALBA (Alternativa Bolivariana para América Latina y el Caribe), la persistencia de Andrés López Obrador en México y una chance cierta de que, en Uruguay, al moderado gobierno de Tabaré Vázquez pueda seguirle uno "más de izquierda", lo que en ese país significa, sencillamente, uno más populista.
El populismo en la región no es algo nuevo. Populista fue Perón en Argentina y populista fue Vargas en Brasil. El problema es que el neo populismo no ha cambiado su esencia pero sí su rostro. Y con eso, en ciertos círculos que antes lo detestaban, ha conseguido legitimarse.
El argentino Héctor Leis y el brasileño Eduardo Viola, dos prominentes profesores de filosofía y ciencias políticas que dictan clases en universidades de América y Europa, analizaron este fenómeno en un libro que acaba de publicarse ("América del Sur en el mundo de las democracias de mercado"). El cambio con respecto al populismo es evidente, según explican estos expertos.
"Otrora repudiado por los nombres más representativos del pensamiento democrático, tanto de la izquierda como de la derecha, debido a su fuerte carga autoritaria asociada de forma innegable a sectores reaccionarios del militarismo latinoamericano, el populismo retorna hoy prestigiado por las urnas de la democracia y con su pasado prácticamente olvidado", dicen Leis y Viola.
De este modo, "con el mismo ímpetu que el populismo gana votos en un gran número de países de América Latina, también gana legitimidad ideológica en el campo democrático". Lo más dramático, advierten, es que "es difícil saber lo que es peor" puesto que "nada podría ser tan perjudicial para los procesos de consolidación democrática en marcha en el continente que confundir la democracia con el populismo".
El populismo asigna preeminencia a la noción del "enemigo" y, por tanto, a las lógicas de guerra. Los investigadores recuerdan que "cuando el comportamiento político de los actores reproduce esta lógica, la nación termina, tarde o temprano, despedazada en partes irreconciliables". En ese ambiente, la democracia y el desarrollo se convierten en quimeras inalcanzables.
En el pasado, la democracia en la región enfrentó dos enemigos: el populista demagogo y el extremista revolucionario; ambos prometían resolver todos los problemas con soluciones rápidas y sencillas. Pero si antes atacaban a la democracia por separado, ahora, además, están juntos. "La falsificación democrática del populismo es que no crea ciudadanía sino mayorías desprovistas de conciencia al servicio de las élites de turno", dicen Leis y Viola. Y así, en nombre de la "democracia", el populismo ataca los derechos básicos de las personas, descree de la economía de mercado y descuida al Estado, al cual toma como botín de guerra.
Tal vez tenga razón el banquero europeo en su optimismo sobre el futuro próximo latinoamericano. Pero su operación aritmética (Brasil y México más algunos otros es igual a 85% de América Latina y con eso basta) luce algo simplista a la luz de un fenómeno mucho más complejo, plenamente vigente, en aparente expansión y, ciertamente, muy peligroso.
Claudio Paolillo es director del semanario Búsqueda en Uruguay
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