*AMÉRICO MARTÍN ESCRIBIÓ: VARIACIONES MAGNICIDAS
“Por eso, con la fábula del magnicidio quieren cargarse los medios independientes, censurar el juicio de Florida y evitar unos comicios que probablemente perderán. Y eso es lo mejor: si todo va bien, en dos meses Venezuela podría respirar.”
Jueves 18 de septiembre de 2008
Por supuesto que Venezuela es un país violento. Lo ha sido y lo es, pero desde 1902 hasta el sol de hoy se ha librado cuando menos de la peste de las guerras civiles. Han transcurrido 106 años sin que los enemigos se destrocen en las trincheras o desaparezcan en las cargas al machete. Es verdad, no ha sido una santa paz. Largas dictaduras militares y militaristas redujeron a polvo el respeto a los derechos humanos, pero lo cierto es que tal vez por el hecho de no mediar guerras como las que proliferaron en el siglo XIX no cultivamos una forma de violencia extraña en Venezuela: el magnicidio.
Se registran solo dos en nuestra historia republicana y no menciono a los caídos en combate como Ezequiel Zamora y Joaquín Crespo. De los dos mencionados uno tuvo éxito y el otro perdió. El presidente de facto Carlos Delgado Chalbaud murió y Rómulo Betancourt se salvó del bárbaro atentado contra su vida preparado en República Dominicana por el salvaje chapitas Trujillo.
Es explicable que habiendo sido preso y maltratado por la dictadura de Pérez Jiménez me haya propuesto personalmente estudiar el expediente de aquel magnicidio, con la secreta esperanza de encontrar nuevos elementos probatorios de su siniestra conducta. Estaba convencido, como la mayoría, de su responsabilidad intelectual en el homicidio de su compañero de armas. Todos los dedos lo señalaban. Y no es para menos: desaparecido Delgado la presidencia se puso al alcance de su mano. De miembro de la Junta Militar, pasaba a ser el ungido, con la plenitud de los poderes empuñados, como le gusta a muchos uniformados. Pero contra lo esperado, la atenta lectura del voluminoso expediente me convenció de la inocencia del inescrupuloso dictador. Y algo más: he sospechado desde hace tiempo que el desenlace mortal no fue intencionado. A uno de sus secuestradores se le escapó el tiro fatal y Delgado cayó.
Hecha la salvedad, asentemos que en rigor, para mí no ha habido más magnicidio que el intentado contra el presidente Betancourt y ya sabemos que por fortuna falló. El vocablo “magnicidio” no figuraba en el diccionario de los presidentes y demás políticos venezolanos. Por rubor, a nadie se le ocurría denunciar que estuviera amenazado por un delito de tal índole. Clamar que a uno lo quieren matar ha sido siempre tomado entre los venezolanos como prueba de flojedad abdominal.
Pero he aquí que si estuvimos exentos de ese peligro durante 178 años de vida republicana, en su solo período de gobierno, el Presidente Chávez ¡ha debelado no menos de ocho! en medio de gritos contra sus sórdidos enemigos, que no descansan haciendo planes para eliminarlo. Betancourt no tuvo que presentar pruebas, el atentado era notorio, y justamente lo que falta en Chávez son indicios, documentos, confesiones, armas. El presidente revienta tímpanos gritando: me quieren matar, me quieren matar. Agita olas un tiempo y cambia de tema. Pero esta vez el magnicidio no caerá rápidamente de su boca ni de la de sus estólidos paniaguados. Chávez los obliga a cazar brujas y atribuye la autoría intelectual de la farsa a El Nacional, El Universal y Globovisión. Se agitan como muñecos sin cuerda, preocupados por la lava hirviente que mana del maletín de Antonini, y por los hallazgos de la flamante laptot de Jorge 40. Tiemblan, además, por las elecciones de noviembre.
“Por eso, con la fábula del magnicidio quieren cargarse los medios independientes, censurar el juicio de Florida y evitar unos comicios que probablemente perderán. Y eso es lo mejor: si todo va bien, en dos meses Venezuela podría respirar.”
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