*ALICIA FREILICH ESCIRBIO: ¡OJO CON LA CULTURA ENCADENADA!
A punta de horno, lista para su discusión –es decir, su aprobación- está la Ley Orgánica de la Cultura. Si es la misma que se engavetó y resucita tal cual o más represiva -si eso es posible- será útil para completar los actos de provocación que lleven al caos, escenario imprescindible para justificar la instauración de una dictadura neta. La cultura legislada, sujeta a catecismo ideológico, promueve ruinas desde una burocracia sumisa y policial; plataforma ya definitiva para legalizar el totalitarismo.
A la luz histórica del siglo XX, toda supuesta transformación por la fuerza significó retroceso hacia la barbarie: nazismo, sovietismo, maoismo, castrismo, pinochetismo, videlismo, fujimorismo, y su síntesis petrolizada, hecha en Venezuela. Regidos por la “ley del talibán", con fe y cartilla de fanáticos o de oportunistas, siembran el culto a la personalidad del nuevo ídolo sobre los despojos de tradiciones centenarias y fomentan el vacío para implantar el dogma. Durante el gomecismo, una escueta pero culta, rebelde y perseguida “Generación del 28″ entregó las armas filosóficas del relevo cívico-militar que, muerto el dictador, orientó a la nación con moderna señal.
En el perezjimenismo hubo una dirigencia intelectual de origen popular muy organizada que con mucho sacrificio y coraje, desde el exilio, la cárcel y la clandestinidad, instrumentó las bases de la democracia representativa y luego supo confrontar la resistencia de una subversión universitaria en urbes y montes.
Hoy, por desgracia y paradoja, nuestra presunta inteligentzia, hija pródiga de la “cuarta república", ésa que aprovechó al máximo una juerga ilustrada con subsidios del lubricante petrolero, por ignorancia, complicidad o dejadez, duerme ahora una siesta cómoda pero suicida. A esta élite profesional, crema y nata de la clase media en todos sus estratos, muy calificada en las áreas de gerencia y productividad cultural, le corresponde abandonar su apatía; esa conducta de la antipolítica, porque está demostrado hasta la saciedad que, sin reacción políticamente drenada frente a la tiranía, no hay futuro, pues el Estado se reserva el derecho exclusivo, inapelable y decisorio de lo que se enseña, inventa, recrea y divulga.
El ojo de la historia los observa y con urgencia les exige que así sea; con pañuelo en la nariz, dejen por ahora su asco, su indiferencia o sus intereses mercantilistas y afíliense de algún modo para apoyar activamente a los partidos políticos sin necesidad de ejercer militancia y mucho menos obediencia. Es el único recurso conocido que existe para canalizar la resistencia victoriosa frente al despotismo, y ha sido costumbre de la modernidad venezolana.
A punta de horno, lista para su discusión –es decir, su aprobación- está la Ley Orgánica de la Cultura. Si es la misma que se engavetó y resucita tal cual o más represiva -si eso es posible- será útil para completar los actos de provocación que lleven al caos, escenario imprescindible para justificar la instauración de una dictadura neta. La cultura legislada, sujeta a catecismo ideológico, promueve ruinas desde una burocracia sumisa y policial; plataforma ya definitiva para legalizar el totalitarismo.
A la luz histórica del siglo XX, toda supuesta transformación por la fuerza significó retroceso hacia la barbarie: nazismo, sovietismo, maoismo, castrismo, pinochetismo, videlismo, fujimorismo, y su síntesis petrolizada, hecha en Venezuela. Regidos por la “ley del talibán", con fe y cartilla de fanáticos o de oportunistas, siembran el culto a la personalidad del nuevo ídolo sobre los despojos de tradiciones centenarias y fomentan el vacío para implantar el dogma. Durante el gomecismo, una escueta pero culta, rebelde y perseguida “Generación del 28″ entregó las armas filosóficas del relevo cívico-militar que, muerto el dictador, orientó a la nación con moderna señal.
En el perezjimenismo hubo una dirigencia intelectual de origen popular muy organizada que con mucho sacrificio y coraje, desde el exilio, la cárcel y la clandestinidad, instrumentó las bases de la democracia representativa y luego supo confrontar la resistencia de una subversión universitaria en urbes y montes.
Hoy, por desgracia y paradoja, nuestra presunta inteligentzia, hija pródiga de la “cuarta república", ésa que aprovechó al máximo una juerga ilustrada con subsidios del lubricante petrolero, por ignorancia, complicidad o dejadez, duerme ahora una siesta cómoda pero suicida. A esta élite profesional, crema y nata de la clase media en todos sus estratos, muy calificada en las áreas de gerencia y productividad cultural, le corresponde abandonar su apatía; esa conducta de la antipolítica, porque está demostrado hasta la saciedad que, sin reacción políticamente drenada frente a la tiranía, no hay futuro, pues el Estado se reserva el derecho exclusivo, inapelable y decisorio de lo que se enseña, inventa, recrea y divulga.
El ojo de la historia los observa y con urgencia les exige que así sea; con pañuelo en la nariz, dejen por ahora su asco, su indiferencia o sus intereses mercantilistas y afíliense de algún modo para apoyar activamente a los partidos políticos sin necesidad de ejercer militancia y mucho menos obediencia. Es el único recurso conocido que existe para canalizar la resistencia victoriosa frente al despotismo, y ha sido costumbre de la modernidad venezolana.
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